
Granada
Dicen que las tragedias vienen de a tres, y cuando las FARC tocaron la puerta de Doña Rosa, la vida del campo que ella había disfrutado desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Toda la familia de ella, sus 16 hermanos, la madre y el padre tuvieron que huir de Granada Antioquia para no morir en esa guerra que afortunadamente ya terminó.
Rosa no quiso abandonar el lugar que la había visto crecer; Con mucho esfuerzo después de largas horas de trabajo limpiando casas en Granada pudo comprarse su vivienda donde viviría 10 años, se enamoró, vivió feliz por un tiempo con alguien que le estaba brindando estabilidad, y producto de esto quedó en embarazo.
En esos mismos meses por segunda vez en su vida le quitan la felicidad, el mismo grupo armado invade lo que ella tanto había luchado, la obliga por todos los medios a salir de Granada, y Rosa por miedo de perder a su hijo inicia una travesía hasta Medellín.
A ella le arrebataron sus tierras, su familia y su único hijo. Quien fue dado en adopción por un estado que en ese tiempo no reconocía las víctimas; Un estado que no le brindó el espacio suficiente para que se pudiera organizar económicamente, un estado que dejo huérfano al hijo, a la madre y una familia que en otras circunstancias quizás estaría junta en este momento.
Ella llega a Medellín con la esperanza de recuperar lo perdido, de volver a soñar y a encontrar a su hijo, aunque después de 24 años y ya con muchas enfermedades el estado todavía no le ha permitido reencontrarse con su único amor, ese que recuerda todas las noches con desvelos.
Granada su cuento de hadas
La primera respuesta de Rosa al pedirle que nos describiera su niñez, es una frase que sale de su boca con mucha nostalgia “Yo viví feliz” Yo nací en el campo, en una tierra grande, con quebradas limpias donde me podía bañar, tenía toda clase de animales: vacas, caballos, gallinas, perros además de eso mis padres nos sostenían cultivando toda clase de frutas y verduras que allá en Granada Antioquia pudiera crecer.
Creció con 16 hermanos, personas que la llenaron de mucho amor, alegrías y juegos tradicionales como subir a los árboles, correr por esas inmensas extensiones de tierras, hasta mancharse y caerse por charcos de lodos. A Rosa le encantaba el contacto que le producía coger los huevos calientes recién puestos de las gallinas, luego llevárselos a la madre y ayudar a preparar diferentes comidas, argumentando muy orgullosa que eran seis las comidas que todos disfrutaban.
Para ella el campo representa una de sus mejores épocas.
Su nueva tierra, Moravia
Rosa encontró en Moravia un nuevo pedacito de tierra donde se puede ser feliz, donde puede realizarse como persona aprendiendo cada día en los talleres que asiste, de las compañeras y compañeros que conoce y sobre todo de un lugar que le abrió de nuevo las puertas a una felicidad que poco a poco ella va marcando en todas la manualidades, escritos y arte que realiza.