¿Estamos Perdiendo la Esperanza?

April 30, 2021
Columna
por:
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Photo: Liza Summer

Hace un año nuestro mundo dio un vuelco hacia una “nueva normalidad”, un año en que las realidades de cada individuo se afectaron de manera negativa y en muchos casos positiva. De repente el miedo a la muerte se incrementó y sobre todo en las personas que nunca han estado cerca de ella. Una vez se sintieron vulnerables, el pánico se apoderó de ellos y los llevó a ejercer lo que con ímpetu pedían en los medios de comunicación: “Quédate en casa”. 


La desigualdad se desbordó y nos demostró con tenacidad un mundo egoísta y discriminatorio en el que ni siquiera estando al borde de la muerte, las personas logran ser empáticas con otras. Se hicieron recolectas inicialmente y el gobierno (puntualmente en Colombia) ofreció ayudas, unas ayudas que hoy día nos quieren cobrar con creces alegando que el país está en quiebra y necesita solventar. 


La polarización incrementó y las culpas de lado y lado van y vienen, viviendo en el imaginario qué habría sido si el presidente fuera el otro. Utopías y distopías se leían entre los seguidores de las diversas corrientes políticas. Un presidente que  en su misma representación es un eufemismo, gobierna para un país imaginario, donde habita un porcentaje de población con un poder adquisitivo tan alto que es capaz de cambiar sus vacaciones en Miami por ir a San Andrés (iniciativa creada por parte del presidente para apoyar a la isla luego de enfrentar el paso del Huracán). 


El balance del año en pandemia para Colombia no es nada alentador, y me atrevería a decir que tampoco lo es para el resto de países en latinoamérica. Las empresas de tecnología y quienes previamente hicieron la transición a la digitalización, corrieron con mejor suerte; sin embargo, muchos sectores y gremios se vieron bastante afectados por las restricciones, entre ellos el turismo, que es un sector que venía creciendo en los últimos años gracias al cambio de imagen que se estaba vendiendo en el exterior sobre Colombia. 


El sector del turismo en gran medida trabaja ligado al sector cultural y una de las grandes financiadoras de ambos sectores es la ley de cine, que ofrece como beneficio  la contraprestación del 40% de servicios audiovisuales y el 20% de gastos en hotelería, alimentación y transporte para las productoras que produzcan en territorio colombiano. 


Al igual que todo el sector gastronómico y del entretenimiento como bares, cines y teatros que se vieron obligados a cerrar,  despedir personal o “reinventarse”, la palabra de moda que describe a la perfección el año 2020. 


El gobierno ha tomado las medidas más absurdas “en favor de los más necesitados”, como hacer un día sin iva en plena pandemia, incitando a la aglomeración, porque insisto, el gobierno nacional cree que el 100% de la población colombiana tiene computador, smartphone e internet. 


Con la pandemia, el sector de la educación también se vio afectado, si bien las universidades  en su mayoría ofrecieron mínimos descuentos para seguir operando bajo la virtualidad, en algunos casos los estudiantes se vieron forzados a retirarse. En los colegios, la situación no era diferente y ni qué decir de los jardines infantiles que en las poblaciones vulnerables servían de ayuda para que las madres dejaran a sus hijos mientras cumplían con su trabajo.


Son miles y miles las historias frustrantes que resultaron de esta pandemia, en todos los estratos, porque el COVID  no entiende de clases sociales, pero a los seres humanos se les olvida lo vulnerables que son y la discriminación no se detiene. La xenofobia presente en un país que lo ha vivido en carne propia cada que sus connacionales emigran y son rechazados o deportados por simple sospecha, un país que aunque suene crudo decirlo, es un exportador de narcotraficantes y ladrones. 


Pero también existen las historias reconfortantes, esas que vuelven la esperanza a la humanidad y las que todas las personas quieren escuchar, las historias de quienes se recuperan de la Covid o de quienes en medio de la pandemia encontraron la solución para salvar su negocio, aquellos que no tenían trabajo y encontraron uno, quienes fueron padres estando en confinamiento y los niños que con un celular hicieron sus clases virtuales obteniendo  la más alta puntuación. 


Todas son realidades con narrativas románticas,  la gente se cansa de ver noticias tristes, endurece el alma y pierden la fe, por lo que necesitan escuchar la historia bonita. En Colombia no quieren escuchar a nadie quejarse, y ojalá que no sea un artista  porque “se ve mejor cuando hace telenovelas” o “los artistas están para entretener no para meterse en política”. Los colombianos somos tan conformistas, tan acostumbrados a escuchar esas frases de liderazgo barato donde piden traer soluciones y no problemas,  que por eso no protestan. Estamos tan arraigados a las costumbres gamonales que prefieren callar antes de “morder la mano del que le da de comer”. 


En Colombia nos mata la indiferencia, la falta de sentido de pertenencia, pero el de verdad, no el patriotismo cuando juega la selección Colombia de fútbol o un ciclista gana un tour. Necesitamos entender que los privilegios no nos hacen más que otros, por el contrario, estamos en desventaja porque tenemos todo para apoyar a quienes no tienen, pero son ellos quienes nos dan la lección de progreso. Acabemos la discriminación social, dejemos los odios y el matoneo por las diferencias culturales y sociales que tengamos, todos somos de la misma Colombia, de la misma que se está hundiendo y necesita de nosotros para salvarla. 


¿Estamos Perdiendo la Esperanza?

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April 30, 2021

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Hace un año nuestro mundo dio un vuelco hacia una “nueva normalidad”, un año en que las realidades de cada individuo se afectaron de manera negativa y en muchos casos positiva. De repente el miedo a la muerte se incrementó y sobre todo en las personas que nunca han estado cerca de ella. Una vez se sintieron vulnerables, el pánico se apoderó de ellos y los llevó a ejercer lo que con ímpetu pedían en los medios de comunicación: “Quédate en casa”. 


La desigualdad se desbordó y nos demostró con tenacidad un mundo egoísta y discriminatorio en el que ni siquiera estando al borde de la muerte, las personas logran ser empáticas con otras. Se hicieron recolectas inicialmente y el gobierno (puntualmente en Colombia) ofreció ayudas, unas ayudas que hoy día nos quieren cobrar con creces alegando que el país está en quiebra y necesita solventar. 


La polarización incrementó y las culpas de lado y lado van y vienen, viviendo en el imaginario qué habría sido si el presidente fuera el otro. Utopías y distopías se leían entre los seguidores de las diversas corrientes políticas. Un presidente que  en su misma representación es un eufemismo, gobierna para un país imaginario, donde habita un porcentaje de población con un poder adquisitivo tan alto que es capaz de cambiar sus vacaciones en Miami por ir a San Andrés (iniciativa creada por parte del presidente para apoyar a la isla luego de enfrentar el paso del Huracán). 


El balance del año en pandemia para Colombia no es nada alentador, y me atrevería a decir que tampoco lo es para el resto de países en latinoamérica. Las empresas de tecnología y quienes previamente hicieron la transición a la digitalización, corrieron con mejor suerte; sin embargo, muchos sectores y gremios se vieron bastante afectados por las restricciones, entre ellos el turismo, que es un sector que venía creciendo en los últimos años gracias al cambio de imagen que se estaba vendiendo en el exterior sobre Colombia. 


El sector del turismo en gran medida trabaja ligado al sector cultural y una de las grandes financiadoras de ambos sectores es la ley de cine, que ofrece como beneficio  la contraprestación del 40% de servicios audiovisuales y el 20% de gastos en hotelería, alimentación y transporte para las productoras que produzcan en territorio colombiano. 


Al igual que todo el sector gastronómico y del entretenimiento como bares, cines y teatros que se vieron obligados a cerrar,  despedir personal o “reinventarse”, la palabra de moda que describe a la perfección el año 2020. 


El gobierno ha tomado las medidas más absurdas “en favor de los más necesitados”, como hacer un día sin iva en plena pandemia, incitando a la aglomeración, porque insisto, el gobierno nacional cree que el 100% de la población colombiana tiene computador, smartphone e internet. 


Con la pandemia, el sector de la educación también se vio afectado, si bien las universidades  en su mayoría ofrecieron mínimos descuentos para seguir operando bajo la virtualidad, en algunos casos los estudiantes se vieron forzados a retirarse. En los colegios, la situación no era diferente y ni qué decir de los jardines infantiles que en las poblaciones vulnerables servían de ayuda para que las madres dejaran a sus hijos mientras cumplían con su trabajo.


Son miles y miles las historias frustrantes que resultaron de esta pandemia, en todos los estratos, porque el COVID  no entiende de clases sociales, pero a los seres humanos se les olvida lo vulnerables que son y la discriminación no se detiene. La xenofobia presente en un país que lo ha vivido en carne propia cada que sus connacionales emigran y son rechazados o deportados por simple sospecha, un país que aunque suene crudo decirlo, es un exportador de narcotraficantes y ladrones. 


Pero también existen las historias reconfortantes, esas que vuelven la esperanza a la humanidad y las que todas las personas quieren escuchar, las historias de quienes se recuperan de la Covid o de quienes en medio de la pandemia encontraron la solución para salvar su negocio, aquellos que no tenían trabajo y encontraron uno, quienes fueron padres estando en confinamiento y los niños que con un celular hicieron sus clases virtuales obteniendo  la más alta puntuación. 


Todas son realidades con narrativas románticas,  la gente se cansa de ver noticias tristes, endurece el alma y pierden la fe, por lo que necesitan escuchar la historia bonita. En Colombia no quieren escuchar a nadie quejarse, y ojalá que no sea un artista  porque “se ve mejor cuando hace telenovelas” o “los artistas están para entretener no para meterse en política”. Los colombianos somos tan conformistas, tan acostumbrados a escuchar esas frases de liderazgo barato donde piden traer soluciones y no problemas,  que por eso no protestan. Estamos tan arraigados a las costumbres gamonales que prefieren callar antes de “morder la mano del que le da de comer”. 


En Colombia nos mata la indiferencia, la falta de sentido de pertenencia, pero el de verdad, no el patriotismo cuando juega la selección Colombia de fútbol o un ciclista gana un tour. Necesitamos entender que los privilegios no nos hacen más que otros, por el contrario, estamos en desventaja porque tenemos todo para apoyar a quienes no tienen, pero son ellos quienes nos dan la lección de progreso. Acabemos la discriminación social, dejemos los odios y el matoneo por las diferencias culturales y sociales que tengamos, todos somos de la misma Colombia, de la misma que se está hundiendo y necesita de nosotros para salvarla. 


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