
En Relyea Crossing, una pequeña comunidad al este de Houston, los días comienzan temprano. A las seis de la mañana ya hay movimiento. Puertas que se abren, niños que corren, madres que organizan la jornada. Hace apenas unos meses, este lugar era un terreno más, uno de tantos en la periferia rural de la ciudad. Hoy, es el inicio de una historia distinta: la de mujeres que no solo encontraron techo, sino una forma nueva de habitar.
El proyecto de vivienda, impulsado por Habitat for Humanity, no es el primero de su tipo. Pero algo en su ejecución lo diferencia. No se trató solo de construir casas, sino de construir confianza. De reconocer que las mujeres cabeza de hogar —como Maribel Pulido, madre de Deserae y Jeremiah— no necesitan favores. Necesitan herramientas. Y, sobre todo, decisiones en las que puedan participar.
La entrega oficial de la casa de Maribel, celebrada el pasado 21 de mayo, fue más que un acto simbólico. Fue el cierre de un proceso colectivo que involucró muchas manos, muchas voces. Entre ellas, la de Diego Vargas, ingeniero civil con más de quince años de experiencia en infraestructura social. Vargas no llegó al proyecto con planos bajo el brazo ni con fórmulas cerradas. Llegó a escuchar.
“Uno cree que sabe hasta que se sienta en la cocina de una madre que lleva años remando sola”, dice. Su aporte fue técnico, sí. Pero también fue humano. Asesoró al equipo de construcción liderado por Shelly Gondo, aportó ideas para optimizar recursos y comenzó a trabajar en un documento que busca mejorar los procesos de planeación en futuras construcciones. Su propuesta, aún en desarrollo, busca que más mujeres puedan acceder a una vivienda segura sin depender de soluciones inalcanzables.
La experiencia, cuenta Vargas, lo marcó profundamente. “Este tipo de proyectos te sacan del plano abstracto. Te recuerdan que detrás de cada metro cuadrado hay una historia, una urgencia, una posibilidad”. Y aunque ha trabajado en distintos contextos —desde zonas rurales en América Latina hasta comunidades afectadas por desastres naturales— reconoce que hay algo en Baytown que le dejó una enseñanza distinta: “acompañar no es dirigir. Es estar. Escuchar. Y dejarse afectar”.
Para las mujeres que lideraron este proceso, la vivienda no es solo un logro material. Es un acto de legitimación. Un espacio donde por fin pueden ejercer su autonomía sin pedir permiso. Donde la maternidad deja de ser sinónimo de sacrificio para convertirse en una plataforma de liderazgo.
En tiempos donde el acceso a una vivienda digna parece cada vez más lejano para muchas, este proyecto recuerda que hay otras formas de hacer ciudad. Más lentas, quizás. Pero también más profundas. Donde la técnica y la empatía no compiten. Se complementan.
Baytown no es una utopía. Es real. Tiene sus ruidos, sus pendientes, sus días grises. Pero también tiene algo que escasea: voluntad. La de una comunidad que decidió construir desde abajo. Y la de personas como Diego Vargas, que entendieron que transformar territorios no empieza con maquinaria, sino con respeto.