La Espiritualidad y Mística como Resistencia Femenina en la Edad Media

August 30, 2022
Artículo
por:
No items found.
Anna Shvets

Resumen: Este artículo propone analizar la construcción subjetiva y social de la mujer y la feminidad en la Edad Media, teniendo en cuenta la espiritualidad y el misticismo religioso como un “arma de doble filo” que fue capaz de maniatar y cohibir a las mujeres, pero al mismo tiempo, les brindo herramientas para que crearan una resistencia colectiva e individual mística. En esta aventura espiritual de resistencia la corporalidad femenina jugo un papel indispensable, pues permitió experimentar y transmitir mensajes psíquicos, emocionales y eróticos, distintos a los que conocían y permitían los hombres de la época. Las mujeres místicas medievales fueron luchadoras de su libertad, que se resistieron a obedecer a quienes intentaron manejar su vida sin su consentimiento. En una época en la que el feminismo no pudo ser siquiera conceptualizado, existieron mujeres soñadoras desafiantes e inspiradoras.

Palabras Clave: Mística, corporalidad femenina, mujer, espiritualidad, Edad Media.

Spirituality and mysticism as female resistance in the Middle Ages 

Abstract: This article proposes to analyze the subjective and social construction of women and femininity in the Middle Ages, taking into account spirituality and religious mysticism as a "double-edged sword" that was able to restrain and inhibit women, but simultaneously, provided them with tools to create a collective and individual mystical resistance. In this spiritual adventure of resistance, the feminine corporeality played a critical role, since it allowed them to experience and transmit psychic, emotional and erotic messages, different from those known and allowed by the men of the time. Medieval mystical women were freedom fighters who resisted obeying those who tried to control their lives without their consent. At a time when feminism could not even be conceptualized, there existed defiant women who inspired and dreamed.

Key words: Mysticism, female corporeality, woman, spirituality, Middle Age.

Desde una perspectiva antropológica, se reconoce que todas las culturas elaboran cosmovisiones sobre los géneros y por esto, cada grupo social tiene una concepción de género particular. Entendiendo el género como una categoría relacional que explica la construcción diferencial entre los seres humanos en tipos (mujer y hombre), sobre la base de la sexualidad (femenina y masculina), que a su vez es definida y significada en un proceso histórico y social. “La sexualidad es el referente de la organización genérica de la sociedad y constituye el punto de partida de los caminos trazados con antelación para la construcción de caminos de vida tan definidos” (Lagarde, 1996, p. 28). El género se encuentra asentado en un cuerpo histórico y experiencial.

Para el desarrollo de este artículo fue indispensable la perspectiva de género, que tiene como uno de sus fines “contribuir a la construcción subjetiva y social de una nueva configuración a partir de la resignificación de la historia, la sociedad, la cultura y la política desde las mujeres y con las mujeres” (Lagarde, 1996, p. 13). Esto no quiere decir, que la perspectiva de género sea sinónimo de mujer. La perspectiva de género permite analizar y comprender las características que definen a las mujeres y a los hombres de manera específica, incluyendo sus semejanzas y diferencias. “La perspectiva de género incluye el análisis de las relaciones sociales intergenéricas (entre personas de géneros diferentes) e intragenéricas (entre personas del mismo género)” (Lagarde, 1996, p. 31). En este caso, se indagará sobre las características de ‘ser mujer’ (con respecto a los hombres y a ellas mismas) en el proceso histórico que origina las diferencias de género en la época medieval europea. Por medio de la revisión documental de fuentes secundarias sobre las mujeres y la vida cotidiana en la Edad Media y fuentes primarias como fragmentos de los escritos de las propias mujeres místicas.

De modo que el objetivo general será analizar la construcción subjetiva y social de la mujer y la feminidad en la Edad Media, teniendo en cuenta la espiritualidad y el misticismo religioso como un “arma de doble filo” que fue capaz de maniatar y cohibir a las mujeres, pero al mismo tiempo, les brindo herramientas para que crearan una resistencia colectiva e individual mística temporal. En esta aventura espiritual de resistencia la corporalidad femenina jugo un papel indispensable, pues permitió experimentar y transmitir mensajes psíquicos y emocionales distintos a los que eran conocidos y permitidos por los hombres. 

Para el desarrollo de este artículo, primero se parte de la periodización de la Edad Media y la concepción de la mujer y lo femenino, pasando por la imagen de la mujer como herencia de la antigüedad y las caracterizaciones de la feminidad y la mujer del cristianismo. Posteriormente, se presenta la importancia de la corporalidad femenina en la experiencia de la mística y espiritualidad medieval. Después, se expone un acercamiento a la vida cotidiana de las mujeres en la Edad Media, enfocando el análisis en las mujeres que decidieron vivir en comunidad específicamente en las órdenes religiosas-místicas y su persecución. Por último, se incluyen las reflexiones finales. 

La mujer y lo femenino en la Edad Media

En la época Medieval, al igual que en otras épocas, el orden resultante de establecer el sexo como señal para asignar a cada sujeto actividades, relaciones y poderes es el patriarcado. Este “es un orden social genérico de poder, basado en un modo de dominación cuyo paradigma es el hombre” (Lagarde, 1996, p. 52). En esta organización social genérica, basada en la sexualidad, la supremacía de los hombres y de lo masculino se establece sobre la inferiorización de las mujeres y de lo femenino.

Ahora, para ubicar temporalmente este artículo se utilizará la periodización que subdivide la Edad Media de Europa occidental en dos periodos: la Alta Edad Media que se extiende desde el principio de la época carolingia hasta la disolución de su imperio en principados feudales, en los siglos VIII-X. Esta se caracteriza por las luchas de la iglesia en contra de las herejías, los movimientos del libre espíritu y las condenas a las personas -sobre todo mujeres- por hechicería. “La Iglesia comienza a castigar y eliminar todo aquello que atente contra la fe religiosa, es la Inquisición que se legitima, son las cruzadas que justifican la lucha contra los infieles” (González, 2015, p. 33). 

Mientras que la baja Edad Media es el periodo de transición hacia el mundo moderno que inicia en el siglo XIV con una crisis a causa de la epidemia de 1348. Se caracteriza por la valoración de la razón, sobre la fe. Esto gracias a los inventos, los descubrimientos, los progresos geográficos y el comercio. En este periodo surgieron nuevas formas de espiritualidad, entre ellas las mujeres que se organizaron y tomaron la palabra a través de sus escritos. “Los hombres asumieron una manera de expresar la experiencia de Dios mediante un lenguaje manifestado, también, al igual que las mujeres, en versos y poemas” (González, 2015:35). 

En la Baja Edad Media, la concepción sobre la relación entre los sexos femenino y masculino se basó en la “teoría de la complementariedad de los sexos” que argumenta que “pese a las diferencias sexuales entre mujeres y hombres reconocía la igualdad entre ambos, ya que ambos se complementaban y definían así a la humanidad” (Tojal, 2017, p. 4). Sin embargo, el patriarcado establecía una jerarquía que subordinaba a las mujeres y era legitimada por los médicos y sobre todo por los teólogos, por medio de los corpus legislativos y canónicos.

No obstante, la misoginia medieval no era causa directa de los monjes, abades o cardenales. La imagen negativa de la mujer fue heredada de la antigüedad. La misoginia en los tiempos clásicos se fundamentó en historias como la de Eva, Pandora o Lilith (Ferrer, 2019). Además, teniendo en cuenta que en la Edad Media ocurre una vinculación entre el cristianismo y las culturas locales anteriores a la expansión cristiana, es necesario entender el papel de las mujeres en las comunidades “bárbaras”. Como menciona Wade (1988), las mujeres bárbaras eran activas, se les veía en estratos sociales altos. “Una esposa y madre dominante, que más tarde podría servir de regente de un hijo pequeño, podía ejercer un gran poder” (Wade, 1988, p. 21). Adicionalmente, “Tácito hablo de los germanos y de su actitud con sus mujeres. Al casarse con una mujer debía compartir los trabajos y peligros del varón, ser su compañera tanto en la paz como en la guerra” (Wade, 1988, p. 20). 

Las reinas de esta época asumían tradiciones administrativas en las casas reales, creaban lazos de obligación a través de regalos que daban y recibían. Podían intervenir en asuntos eclesiásticos y organizaban espectáculos de la corte. Esta tradición dejó como legado en las mujeres medievales la idea de una participación políticamente activa. Por el contrario, la tradición cristiana supeditó la mujer al hombre y sus decisiones. Aunque esta afirmación hay que matizarla un poco. 

La doctrina cristiana otorgó una visión dual a las mujeres, por un lado, las relacionó con virtudes como la caridad, humildad misericordia y dulzura. De esta forma, encontramos en la biblia a mujeres que son figuras proféticas, portadoras de un mensaje y con un fuerte sentido colectivo. Como es el caso de Judith, que representaba la sagacidad y la inteligencia al servicio de su pueblo, o Deborah a quien acudían los israelitas en búsqueda de su sentido de justicia. María Magdalena, María la de Santiago y Juana, son mujeres que se convierten en mensajeras de la resurrección. La biblia presenta a la mujer desde “el esfuerzo, la dedicación, el sacrificio y el trabajo responsable. La mujer que está en los momentos cruciales de la existencia humana. La mujer que no pierde la esperanza y que sabe escuchar la Palabra y obedecerla” (González, 2015, p. 40). 

Para esta época también surgió la ecuación mujer=cuerpo que señalaba la humanidad de Cristo, en su capacidad nutriente (por la lactancia) y sangrante (por la menstruación-crucifixión). Existieron entonces, imágenes del cuerpo de Cristo en una personificación femenina, debido al aspecto de ternura y nutriente relacionado con características maternales. “Se ve a Cristo exudando vino o sangre en los cálices o bocas es paralela al pecho de la virgen María lactando” (López, 2002, p. 137). Además, había biólogos medievales que pensaban que la sangre de la madre alimentaba a sus hijos en el vientre y después esa sangre se convertía en leche materna.

Por consiguiente, Hildegarda de Bingen, santa y escritora de la época, señalaba que las mujeres eran el cuerpo de Cristo y no sus representantes. Teoría que fue apoyada por la doctrina teológica del nacimiento de la virgen, la concepción y la asunción (López, 2002). La visión dicotomizada de la Edad Media repartió funciones según el género y sobre las mujeres recaía la experiencia. “En una ordenación del mundo a partir de los géneros, a lo masculino correspondía la cultura clerical, la escritura, el latín, el conocimiento teologal, mientras que a lo femenino correspondía lo laico, la oralidad, las lenguas vulgares, la experiencia” (Cirlot y Garí, 2008, p. 34). Las mujeres constituían el testimonio vivo de la existencia de Dios. Hasta tal punto se estableció una correspondencia entre lo femenino y la experiencia de Dios, que los hombres místicos tuvieron que feminizarse. Como el caso del “maestro Eckhart, cima de la mística medieval, [que] habló de que el alma era mujer, mientras que Enrique Suso, su discípulo, más literal que su maestro vistió de mujer” (Cirlot y Garí, 2008, p. 34).

Sin embargo, se argumentaba que Dios se manifestaba en la mujer, debido a que era lo más inferior y frágil, “a ello correspondía el hecho de que Dios se había humillado en la encarnación, lo que justamente permitía asimilar a las mujeres a Cristo” (Cirlot y Garí, 2008, p. 34). La feminización se interpretaba como la humillación necesaria para poder lograr la unidad con Dios. Solo los hombres que supieron encontrar “su mujer interior” pudieron experimentar esta unidad. Por este motivo, Jaques Lacan mencionó que la mística sucedió fuera de la cultura del falo. 

Para Santo Tomás de Aquino, “la naturaleza menos racional de las mujeres les permitía ser más receptivas a la hora de vivir un contacto místico con Dios” (Ferrer, 2019, p. 179). Siguiendo esta línea de pensamiento, el franciscano Lamberto de Ratisbona menciona que las mujeres “en la simplicidad de su comprensión, su corazón dulce, su espíritu más débil, son más fácilmente iluminadas en su interior” (Ferrer, 2019, p. 179). Las mujeres tenían experiencias místicas que expresaban en escritos, aunque siempre con supervisión de un padre confesor. 

Matilde de Magdeburgo escribió justificando la elección de Dios por las mujeres que no pertenecían a ninguna orden clerical:

Hija mía, más de un hombre sabio ha perdido por negligencia en el largo camino de los ejércitos, su valioso oro, que pretendía emplear para dirigirse a las escuelas superiores. Ahora, es menester que alguien lo encuentre. Por naturaleza lo he retenido tantos días: cuando quiero hacer algún don extraordinario, busco siempre el lugar más bajo, el sitio más ínfimo, más oculto. Las montañas más altas no pueden recibir la misión de revelar mis gracias, pues la corriente de mi Espíritu Santo fluye por naturaleza hacia el valle. (Epiney y Zum, 1998, p. 89)

Según esta autora beguina, Dios escogía la sencillez de las mujeres sobre la avaricia de muchos hombres para manifestarse.

  

El cuerpo femenino en la mística medieval

La Edad Media representa para el cristianismo un florecimiento de la búsqueda y el relacionamiento del ser humano con Dios. Aparecieron movimientos espirituales de carácter popular que proponían nuevas formas de vivir el cristianismo. Estos eran movimientos en los que los límites entre ortodoxia y herejía no eran claros, como el caso de los peregrinos, beguinas, los apostólicos de Segarelli, los Valdenses y los hermanos y hermanas del Libre Espíritu (González, 2015). 

Además, se acentúa la búsqueda de la experiencia personal de Dios y el deseo de unión con él. Las personas no podían ver a Dios en sí mismo, sino que por medio de apariciones presenciaban su divinidad. Estas apariciones eran experimentadas por medio de los sentidos como la visión, el olfato o el tacto que funcionaron como inspiraciones para elaborar escritos (Cirlot y Garí, 2008). 

De esta forma, desde la perspectiva de la experiencia mística, los hombres y las mujeres son poetas o músicos y Dios es el objeto amado y deseado que causa inspiración. En esta teología, los místicos no ven a Dios como una causa eficiente, sino que Dios habita en los seres humanos y desde allí actúa. Por consiguiente, en la baja Edad Media, el cuerpo no era un enemigo del alma, su contenedor o sirviente, sino que se comprendía al ser humano como una unidad psicosomática (López, 2002). Es por esto que el cuerpo es de suma importancia, por su poder de expresión del lenguaje simbólico y místico. 

Sin embargo, las espiritualidades de los místicos masculinos y femeninos se diferenciaban por la relación con el cuerpo:

Las mujeres eran más aptas para somatizar la experiencia religiosa y para escribirla a través de intensas metáforas corporales; las mujeres místicas parecen más propicias para recibir visiones físicas muy gráficas de Dios; los fenómenos corporales asociados a mujeres (estigmas, incorruptibilidad, embarazo y lactancia mística, trances catatónicos, comer y beber pus, visiones de la forma sangrando, etc.). (López, 2002, p. 135)

Las mujeres sometían sus cuerpos a manipulación psicosomática, flagelación y otras formas de autoagresión como la “anorexia sagrada”. Debido a que la enfermedad y el dolor era una característica de las religiosas. La mayoría de las mujeres místicas, relataban que la enfermedad o el dolor físico eran una vía para alcanzar la comunicación con Dios. “Así la enfermedad no es algo a curar sino a perdurar en el caso de las mujeres medievales que desean acceder a la santidad.” (López, 2002, p. 134). El éxtasis místico se alcanzaba tras largas torturas autoimpuestas, unido a agotadoras meditaciones y ejercicios espirituales que trasladaban a las mujeres a un plano superior donde experimentaban la unidad con Dios (Ferrer, 2019).

Hildegarda de Bingen, escribió:

Entonces en aquella fui obligada por grandes dolores a manifestar claramente lo que viera y oyera, pero tenía miedo y me daba vergüenza decir lo que había callado tanto tiempo. Mis venas y médulas estaban entonces llenas de fuerzas que, en cambio, me habían faltado en la infancia y en la juventud. Le confié esto a mi maestro, un monje (Volmar) que era de buen trato y solícito, pero ajeno a las preguntas curiosas a las que muchos hombres están acostumbrados...Asombrado me alentó a que lo escribiera a escondidas, para ver qué eran y de dónde venían. Cuando comprendió que venían de Dios, se lo confió a su abad y desde entonces trabajó conmigo con gran ahínco. (Obiols Bou, 2005, p. 90)

Gracias a estas experiencias místicas, las mujeres podían tener una “voz autorizada” para expresarse. Ya que a las mujeres se les prohibía participar en discusiones filosóficas y teológicas. Como menciona Matilde de Magdeburgo, mujer beguina que escribió:

Se me ha prevenido respecto de este libro y esto es lo que se me ha hecho saber: que, si no lo enterraba, sería consumido por el fuego. (…) Y Dios se manifestó de inmediato a mi alma entristecida. Portando el libro en su mano derecha, me dijo: Amada mía, no te sientas afligida, pues nadie puede quemar la verdad. (Epiney y Zum, 1998, p. 95)

Es posible ver como esta mujer fue amenazada por sus escritos, y ella misma los defiende recurriendo a las palabras de Dios que le fueron transmitidas en una visión.

El clero permitió -por un periodo- que las mujeres se expresaran, siempre y cuando estuvieran bajo la supervisión de directores espirituales (que en su mayoría eran hombres). De manera análoga, los teólogos y prelados vieron que estas características femeninas, ayudaban a luchar contra la herejía cátara. “El énfasis en lo corporal, la hostia sangrante, los estigmas, eran la prueba palpable contra el dualismo cátaro que señalaba que la materia y la carne no podían haber sido creadas por un Dios bueno y rechazaban la resurrección de la carne” (López, 2002, p. 135). 

Las mujeres místicas medievales respondieron a la crisis religiosa que no pretendía alcanzar el conocimiento teológico, sino el conocimiento directamente experiencial de Dios. Esto sucedía en medio de la búsqueda de Europa occidental de fundar el conocimiento en la experiencia, lo que más tarde se amplió a otros ámbitos como el conocimiento geográfico del mundo. 

La cotidianidad de las mujeres en la Edad Media

En la Edad Media, la mujer fue excluida de la esfera pública (ámbitos sociales, políticos, económicos y académicos): 

La mujer no cuenta con el derecho a la igualdad y mucho menos a la participación en la Iglesia católica [...] La mujer queda rezagada de toda función que la podría visibilizar, queda a merced de las decisiones de los hombres y de lo que ellos podrían considerar como lo bueno, lo justo y lo deseable. (González, 2015, p. 42)

A saber, si la mujer llegaba a poseer tierra por herencia o tenencia militar, le era arrebatada cuando contraía matrimonio y pasaban a ser propiedad de su esposo por el tiempo que durase el matrimonio (Power, 1991). Las mujeres tenían la obligación de cuidar de sus hijos, además de atender a los requerimientos de manutención de su familia. Estas funciones que fueron asignadas a las mujeres por el patriarcado fueron trabajos gratuitos con una trascendencia histórica y política. Pues si ellas no los hubieran realizado, estos trabajos se convertirían en trabajos asalariados. “Por tanto, las mujeres generan unas plusvalías importantes que benefician, en primer lugar, al cabeza de familia y, también al resto de los hombres de la unidad familiar y, en último extremo, al Poder” (Segura, 2008, p. 264). En la Edad Media la familia fue una unidad de re-producción, donde las mujeres eran la fuerza (re)productiva generadora de plusvalía. 

 

No obstante, en esta situación desigual, la mujer buscó alternativas de vida. En suma, el matrimonio no implicaba que la mujer se dedicara exclusivamente al hogar. Las mujeres de clases superiores podían educarse en colegios conventuales para la nobleza y la burguesía y en colegios elementales se educaban las mujeres de clase baja y del campo. 

En el mercado laboral, las mujeres también participaban. “La esposa de un artesano […] trabaja como asistente de su marido en su labor, o aportaba […] por medio de alguna tarea suplementaria, como el hilado y el tramado. A veces podía mantener el negocio aparte como femme sole” (Power, 1991, p. 66). Las mujeres solteras podrían tener sus propios negocios y administrarlos, lo cual explica de donde provenían las aportaciones de muchas mujeres a las órdenes religiosas como los beguinatos. “Eran mujeres solteras y, muchas de ellas, con una cultura intelectual y un patrimonio destacado, lo que permitió que las beguinas fueran reconocidas por sus obras” (González, 2015, p. 44). 

No había oficios en los que no se encontraran mujeres, “Ejercían como carniceras, tenderas, ferreteras, fabricantes de carretas, sombrereras, desolladoras, encuadernadoras, pintoras, hiladoras de seda, orfebres y forjadoras” (Power, 1991, p. 74). Pero cuando algunas de estas mujeres quisieron llevar una vida apostólica mendicante, servir a los más pobres e interpretar el mensaje del señor, les fue prohibido y fueron obligadas por la Iglesia a la estricta clausura, es por esto que en la Edad Media no hay mujeres predicadoras.

En este contexto poco favorable para las mujeres, surgieron nuevos movimientos religiosos que la iglesia señaló como heréticos. Este es el caso de las Beguinas que “vivieron una espiritualidad con libertad, libertad para organizarse y libertad para expresarse en sus escritos. Libertad que retó a la Iglesia y la obligó a buscar los medios para acallarlas” (González, 2015:45). El monopolio del saber y la cultura se encontraba en manos de los clérigos, que opinaban sobre las mujeres y las cohibían. Pero las mujeres se refugiaron en sus escritos y experiencias místicas.

La resistencia espiritual de las Beguinas y la herejía 

Las beguinas fueron mujeres que buscaron vivir la espiritualidad en libertad, sin ningún compromiso que las desviaran de una verdadera vida religiosa monástica. Su origen es incierto para los historiadores medievalistas, aunque algunos académicos lo sitúan en el año 1216 con la aprobación del papa Honorio III y posteriormente de Gregorio IX en 1233 (González, 2015).

Existieron diversos factores que influyeron a la propagación del movimiento de mujeres beguinas por Europa occidental, uno de estos fue la fundación de los monasterios dobles (de mujeres y hombres) durante el siglo XII, donde se intentaron abolir las tendencias misóginas de la iglesia (Santoja, 2007). El término beguina viene del francés beguine, que en francés antiguo bege significaba “persona que vestía el hábito de los herejes, cátaros o lolardos” (González, 2015, p. 62). 

Muchos de los conventos femeninos surgieron a la sombra de los cenobios masculinos y fueron dirigidos por mujeres de clase alta pertenecientes a la nobleza o a la burguesía. Este es el caso de las abadesas que “se convirtieron en una suerte de señoras feudales que velaban por la salud espiritual de sus hijas, pero también controlaban los dominios territoriales del monasterio” (Ferrer, 2019, p. 50). Mientras la mayoría de los conventos estaban abiertos únicamente a las mujeres de clases altas y adineradas, las beguinas vieron la necesidad de abrir las puertas a las mujeres de cualquier clase social. 

Había otras mujeres que se encerraban voluntariamente en cuartos y se las conocía como emparedadas o ermitañas (Santoja, 2007). Sin embargo, mientras algunas monjas, ermitañas y abadesas estaban sometidas a la clausura y a los votos perpetuos y la jerarquía eclesiástica, las beguinas, por el contrario, vivieron en relativa libertad. La única condición que había para ser beguina era ser mujer y querer llevar una vida de caridad y servicio a los demás. 

Las beguinas no hacían votos perpetuos, podían volver al mundo y casarse, no formaban comunidades conventuales, no tenía superiores, aunque elegían a una responsable que vivía en el beaterio y a un sacerdote (diocesano, dominico o franciscano) que se encargara de la misa y apoyara sus escritos (González, 2015). Aunque no hacían votos eclesiásticos, las beguinas llevaban una vida de austeridad, oración, lectura de las escrituras sagradas y de caridad. Adicionalmente, conservaban sus derechos de propiedad privada y trabajan para mantenerse (Santoja, 2007). Los trabajos en los que más se desempeñaron las beguinas fueron “la manufactura o preparación de la lana, así como la educación de las niñas” (Santoja, 2007, p. 222).

Estas mujeres se caracterizaban por vivir juntas en casas comunes agrupadas, rodeadas de un muro con una puerta de entrada que se cerraba en las noches. Contaban con un patio central, una iglesia y un cementerio (Santoja, 2007, p. 223). En casas podían acomodarse hasta 300 mujeres y se distinguían porque tenían una cruz blanca detrás de la puerta de sus casas. Vestían con un hábito blanco, café o gris y una cofia. 

Sin duda esta fue una forma de vida inventada por mujeres y para mujeres que les permitió “escapar de la presión familiar y social creando una vía alternativa a las dos opciones más habituales para la mujer medieval: el matrimonio y la vida monástica reglada” (Tojal, 2017, p. 19). Allí en su intimidad, describían su amor por Dios por medio de escrituras trovadoresca uniendo la poesía y el erotismo, describían el conocimiento directo e íntimo de su unión con Dios. 

Hadewijch de Amberes, mujer beguina escribió: 

Por todo lo que descifraba entre él y yo en esta vivencia del amor, porque los amantes no acostumbran a esconderse uno del otro, sino a compartir mucho, lo cual se da en la experiencia íntima, que hacen juntos, uno disfruta del otro, y se lo come, y se lo bebe, y lo engulle enteramente (De Amberes, 1986, p. 84).

Análogamente, Matilde De Magdeburgo relata: “Tengo tu deseo antes de que comenzara a existir el mundo: yo te deseo a ti y tú me deseas a mí. Cuando dos deseos se unen en un mismo ardor se realiza el amor perfecto” (De Magdeburgo, 2004, p. 375). Para las beguinas el amor hacia Dios es apasionado e inicia con el deseo. Muchas de ellas narran experiencias de enamoramiento que se expresa corporalmente.

El lenguaje que utilizaban era latín, aunque también escribieron en sus lenguas maternas. El hecho de escribir en el lenguaje “vulgar” hizo que sus escritos tuvieran más impacto social, dado que disolvían las fronteras establecidas entre el modelo laico y el religioso-eclesiástico (Cirlot y Garí, 2008). Las mujeres crearon tratados sobre el amor, lo divino y lo humano, consejos espirituales y autobiografías que cualquier persona de la época, que supiera leer, pudiera entender. 

Estas mujeres trabajaron, rezaron y vivieron los sacramentos sirviendo a los más pobres. Su profunda convicción de seguir a Jesús, así como el ser fieles a sí mismas, fueron motivos suficientes para que no se sometieran a ninguna regla y asumieran una postura crítica frente a la jerarquía impuesta por la iglesia (González, 2015). 

Margarita Porete, fue una joven beguina que escribió sobre su experiencia de unidad con Dios y fue crítica de la iglesia, motivo por el cual fue quemada en la hoguera acusada de herejía: 

Vosotros que leeréis en este libro Si lo queréis entender bien Pensad en lo que diréis Pues es duro de comprender. Os hará falta Humildad Que de Ciencia es tesorera Y de las otras Virtudes la madre. Teólogos y otros clérigos No tendréis el entendimiento, Por claro que sea vuestro ingenio, Si no procedéis humildemente Y si Amor y Fe juntos No os hacen superar a Razón, Pues son damas de la casa. (Porete, 2015, p. 21)

Más delante en su libro continúa diciendo que: 

Esta Alma —dice Amor— es desollada por la mortificación, incendiada en el ardor del fuego de caridad, y sus cenizas se esparcen en el altamar de aniquilada voluntad. Es gentilmente noble en la prosperidad, elevadamente noble en la adversidad, y excelentemente noble en todo lugar donde se halle. La que es así ya no busca a Dios por la penitencia, ni a través de ningún sacramento de la Santa Iglesia, ni por pensamientos, palabras u obras, ni a través de criatura terrestre ni celeste, ni por justicia o misericordia, ni por gloria de la gloria, ni por conocimiento divino, ni por divino amor, ni divino loor. (Porete, 2015, p. 92)

Estas afirmaciones de la autora mística ponen a prueba la jerarquía de la iglesia y cuestionan el acercamiento de Dios de muchos hombres clérigos faltos de humildad, amor y fe. También, cuestiona el papel de la iglesia en la búsqueda de Dios, si es posible la unidad con el ser supremo por medio de la propia experiencia.

El movimiento de las beguinas tuvo un impacto social importante en la Época Medieval, tanto por su modo de vida, como por su praxis e interpretación de las escrituras sagradas. Por estos motivos, la iglesia no estuvo conforme y desconfió de este movimiento.

La Iglesia institucional y corrupta, con el poder temporal y espiritual, con sus riquezas, la venta de indulgencias, las excomuniones, las simonías, los nepotismos y los grandes privilegios, tenía que ver con cierto recelo a estos movimientos utópicos (franciscanos espirituales, beguinos y beguinas) que pretendían volver a la pobreza evangélica y a la vida comunitaria de la Iglesia primitiva, siguiendo las doctrinas de Pedro Juan Olivi (Santoja, 2007, p. 223).

El movimiento de las beguinas se tendía a ridiculizar por parte de la iglesia, y en algunas obras literarias se asociaba el término beguina con falsa beata o hechicera. Estas mujeres místicas eran sospechosas de herejía. Para la iglesia las “tendencias de los beguinos y beguinas, su culto ferviente y místico de la continencia. Así como la pobreza evangélica, eran motivos suficientes para ser sospechosos de herejía” (Santoja, 2007, p. 221). Las beguinas fueron condenadas, se les acusaba de no obedecer a nadie, no renunciar a sus posesiones, no tener normas, no ser religiosas, estar dirigidas por la locura y llevar a la gente a errores.

Frente a esta situación, en el IV concilio de Letrán se prohibió la creación de órdenes religiosas femeninas y el papa Clemente V decretó la bula Ad Nostrum que obligó a los grupos de mujeres a que se uniesen a una orden religiosa existente (liderada por hombres) o a la institución matrimonial. 

En 1293, la bula Periculoso, promulgada por el papa Bonifacio VIII, decretaba oficialmente la clausura total de las mujeres que vivieran en un convento, mientras continuaba la lucha de la Iglesia por terminar con movimientos como los de las beguinas y recluir definitivamente a las religiosas. (Ferrer, 2019, p. 52)

Dado el caso en que las mujeres no quisieran unirse a una orden religiosa de hombres o someterse a la institución matrimonial, se les perseguía como herejes y se las quemaba vivas. La iglesia no pudo soportar la libertad y autonomía de las mujeres organizadas que no se sometían a los hombres y podían dar a conocer sus experiencias espirituales. Las mujeres místicas “se atrevieron a tomar el timón de sus destinos, para vivir el trabajo, la espiritualidad, la cultura y la hermandad como seres humanos libres” (González, 2015, p. 64). Desafiando a la iglesia que no permitía ver a las mujeres en las mismas condiciones de igualdad con los hombres.

Los movimientos herejes, como el de las beguinas, fueron intentos conscientes de crear una nueva sociedad, pues estaban organizadas desde el punto de vista de su sometimiento, desde la difusión de sus ideas y tenían un programa social que reinterpretaba la tradición religiosa (Federici, 2010). Las herejes proporcionaron una estructura comunitaria alternativa y autónoma, de la que se beneficiaban sus integrantes por medio de redes de apoyo. 

Las herejes eran quemadas en la hoguera para erradicar su existencia y para su persecución se creó una institución perversa: la Santa Inquisición. La Inquisición, fue la cooperación entre el Estado y la Iglesia para hacer ejecuciones, el clero no quería untar sus manos de sangre y para esto el Estado lo hacía en su nombre.

Esta herejía popular “fue un movimiento de protesta que aspiraba a una democratización radical de la vida social. La herejía era el equivalente a la <<teología de la liberación>> para el proletariado medieval” (Federici, 2010, p. 54). Dio un marco de acción a las demandas populares para la renovación espiritual y justicia social, denunciando las jerarquías sociales, la propiedad privada y la acumulación de riquezas. También, redefinió aspectos de la vida cotidiana medieval como el trabajo, la propiedad, la reproducción sexual y la situación de las mujeres (Federici, 2010). En su raíz estaba la creencia de que “Dios no hablaba a través del clero debido a su codicia, su corrupción y su escandaloso comportamiento” (Federici, 2010, p. 55), los herejes enseñaban que Cristo no tenía ninguna propiedad y compartían el ideal de la pobreza, pues creían que para poder recuperar el poder espiritual era necesario desprenderse de las posesiones. La iglesia, como principal terrateniente de Europa, no iba a aceptar esto tan fácilmente.

El reto de estas herejes fue principalmente político, ya que, al reinterpretar y cuestionar las jerarquías de la iglesia, se enfrentaban con el pilar ideológico del poder feudal. Las doctrinas heréticas, como las beguinas, canalizaban el desdén colectivo hacia el clero, y al mismo tiempo, brindaban confianza por su resistencia a la explotación clerical. Uno de los aspectos más significativos de estos movimientos, fue la posición social que le dio a las mujeres: “en la Iglesia las mujeres no eran nada, pero aquí eran consideradas como iguales; las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres y disfrutaban de una vida social y una movilidad” (Federici, 2010, p. 64). Muchas mujeres místicas, consideradas como herejes, fueron quemadas en la hoguera. Esta caza de brujas se instauró como tal en la Baja Edad Media y “fue un elemento esencial de la acumulación primitiva y de la «transición» al capitalismo” (Federici, 2010, p. 244). Según Federici, la caza de brujas, al igual que la expulsión del campesinado de sus tierras, la colonización y el tráfico de esclavos, son procesos indispensables para el desarrollo de la sociedad capitalista patriarcal. Bajo el cual se extermina y controla la otredad: los indígenas, los afrodescendientes y las mujeres (brujas). El capital se fundamenta en la acumulación de la clase trabajadora y la acumulación de la división donde nace el racismo y el sexismo. Es decir, en este proceso se divide a las personas delegando poder a unos y otros no, como en el caso de los hombres que se les delega el poder para controlar el trabajo y la vida de las mujeres.

Reflexiones finales 

La construcción subjetiva y social de la mujer y la feminidad en la Edad Media se fundamentó en el patriarcado que controlaba a las mujeres por medio de la ideología-espiritual, entre otras formas de control. La doctrina cristiana fue uno de los cimientos de esta ideología que inferiorizaba (e inferioriza) a las mujeres en cuanto a su racionalidad e imaginarios de fragilidad y docilidad. Precisamente estos imaginarios y construcciones alrededor de la feminidad explicaban el por qué las mujeres podían tener una experiencia mística de unidad con Dios y los hombres no. Las mujeres experimentaban dicha unidad por medio de sus sentidos, de la excitación de su cuerpo a causa de la manipulación psicosomática.

En una sociedad desigual y patriarcal, gracias a estas experiencias místicas, las mujeres alzaron la voz, hablando sobre sus vidas y sentimientos místicos, respondiendo a la crisis religiosa de la época que buscaba conocer a Dios por medio de los sentidos. Estas mujeres místicas también opinaron sobre las desigualdades sociales establecidas por la iglesia, entre otras instituciones. 

De esta forma, se crearon órdenes religiosas femeninas que en libertad pensaron, escribieron y compartieron sus enseñanzas. Estas mujeres libres representaron una amenaza para la iglesia, por su modo de vida -sin acogerse a la opinión de un hombre-, su praxis -hermandad y colectividad sin discriminar clase social- y la interpretación que realizaban de las escrituras sagradas. Las beguinas, por ejemplo, elaboraron una teología fundamentada en la dimensión mística y la fe en Cristo, encarnada en la vida cotidiana y el servicio del prójimo e inspirada por la unidad con Dios. Gracias a este movimiento se crea una nueva forma de vivir el cristianismo desde el ser mujer y la libertad. Las mujeres místicas se atrevieron a protagonizar sus propias vidas -habitadas patriarcalmente- y a expresarse sobre el sentido del mundo y la configuración del orden social impuesto. 

Se les intentó callar en la hoguera, pero su valentía perdura en nuestra memoria.

Referencias

Cirlot, V y Garí, B. (2008). La mirada interior: escritoras místicas y visionarias en la Edad Media. Madrid, España: Siruela.

De Amberes, H. (1986). Dios, amor y amante: las cartas. Traducción de Pablo María Bernardo. Madrid, España: Ediciones Paulinas. 

De Magdeburgo, M. (2004). La luz divina que ilumina los corazones. Introducción, traducción y notas de Daniel Gutiérrez. Burgos: Monte Carmelo.

Epiney, G y Zum, E. (1998). Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval. Barcelona, España: Paidós.

Federici, S. (2010). Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Madrid, España: Traficantes de sueños.

Ferrer, S. (2019). Mujeres silenciadas en la Edad Media. Madrid, España: Punto de Vista Editores.

González, E. (2015). Mística medieval femenina un acercamiento al lenguaje teológico de ayer y de hoy (Tesis doctoral). Pontificia Universidad Javeriana.

Lagarde, M. (1996). Género y feminismo: Desarrollo humano y democracia. Madrid, España: horas y HORAS.

López, M. (17-19 de abril de 2002). Las mujeres en la Edad Media: creación y representación. En M. Carretero y M. Ruiz (Organizadoras). Representación, construcción e interpretación de la imagen visual de las mujeres. Coloquio de la AEIHM. España.

Obiols Bou, M. (2005). Monacat femení en la Catalunya medieval: Santa Maria de Valldura (1241-1399) (Tesis doctoral). Universitat de Barcelona.

Ossa, W. (2008). El hombre como semejanza expresiva de Dios (Tesis de pregrado). Pontificia Universidad Javeriana.

Porete, M. (2015). El espejo de las almas simples. Madrid, España: Siruela.

Power, E. (1991). Mujeres Medievales. Madrid, España: Ediciones Encuentro.

Santoja, P. (2007). Mujeres religiosas: beatas y beguinas en la Edad Media. Textos satíricos y misóginos. Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval. (14), 209-227.

Segura, C. (2008). Historia de las mujeres en la Edad Media. Revista de la Sociedad Española de Estudios Medievales, (18), 249-272.

Tojal, A. (2017). La mujer en la Edad Media: Religiosidad y cultura. Universidad del País Vasco.

Wade, M. (1988). La mujer en la Edad Media. Madrid, España: Nerea. 

La Espiritualidad y Mística como Resistencia Femenina en la Edad Media

Artículo
por:
No items found.
August 29, 2022

Galería

No items found.
Anna Shvets

Resumen: Este artículo propone analizar la construcción subjetiva y social de la mujer y la feminidad en la Edad Media, teniendo en cuenta la espiritualidad y el misticismo religioso como un “arma de doble filo” que fue capaz de maniatar y cohibir a las mujeres, pero al mismo tiempo, les brindo herramientas para que crearan una resistencia colectiva e individual mística. En esta aventura espiritual de resistencia la corporalidad femenina jugo un papel indispensable, pues permitió experimentar y transmitir mensajes psíquicos, emocionales y eróticos, distintos a los que conocían y permitían los hombres de la época. Las mujeres místicas medievales fueron luchadoras de su libertad, que se resistieron a obedecer a quienes intentaron manejar su vida sin su consentimiento. En una época en la que el feminismo no pudo ser siquiera conceptualizado, existieron mujeres soñadoras desafiantes e inspiradoras.

Palabras Clave: Mística, corporalidad femenina, mujer, espiritualidad, Edad Media.

Spirituality and mysticism as female resistance in the Middle Ages 

Abstract: This article proposes to analyze the subjective and social construction of women and femininity in the Middle Ages, taking into account spirituality and religious mysticism as a "double-edged sword" that was able to restrain and inhibit women, but simultaneously, provided them with tools to create a collective and individual mystical resistance. In this spiritual adventure of resistance, the feminine corporeality played a critical role, since it allowed them to experience and transmit psychic, emotional and erotic messages, different from those known and allowed by the men of the time. Medieval mystical women were freedom fighters who resisted obeying those who tried to control their lives without their consent. At a time when feminism could not even be conceptualized, there existed defiant women who inspired and dreamed.

Key words: Mysticism, female corporeality, woman, spirituality, Middle Age.

Desde una perspectiva antropológica, se reconoce que todas las culturas elaboran cosmovisiones sobre los géneros y por esto, cada grupo social tiene una concepción de género particular. Entendiendo el género como una categoría relacional que explica la construcción diferencial entre los seres humanos en tipos (mujer y hombre), sobre la base de la sexualidad (femenina y masculina), que a su vez es definida y significada en un proceso histórico y social. “La sexualidad es el referente de la organización genérica de la sociedad y constituye el punto de partida de los caminos trazados con antelación para la construcción de caminos de vida tan definidos” (Lagarde, 1996, p. 28). El género se encuentra asentado en un cuerpo histórico y experiencial.

Para el desarrollo de este artículo fue indispensable la perspectiva de género, que tiene como uno de sus fines “contribuir a la construcción subjetiva y social de una nueva configuración a partir de la resignificación de la historia, la sociedad, la cultura y la política desde las mujeres y con las mujeres” (Lagarde, 1996, p. 13). Esto no quiere decir, que la perspectiva de género sea sinónimo de mujer. La perspectiva de género permite analizar y comprender las características que definen a las mujeres y a los hombres de manera específica, incluyendo sus semejanzas y diferencias. “La perspectiva de género incluye el análisis de las relaciones sociales intergenéricas (entre personas de géneros diferentes) e intragenéricas (entre personas del mismo género)” (Lagarde, 1996, p. 31). En este caso, se indagará sobre las características de ‘ser mujer’ (con respecto a los hombres y a ellas mismas) en el proceso histórico que origina las diferencias de género en la época medieval europea. Por medio de la revisión documental de fuentes secundarias sobre las mujeres y la vida cotidiana en la Edad Media y fuentes primarias como fragmentos de los escritos de las propias mujeres místicas.

De modo que el objetivo general será analizar la construcción subjetiva y social de la mujer y la feminidad en la Edad Media, teniendo en cuenta la espiritualidad y el misticismo religioso como un “arma de doble filo” que fue capaz de maniatar y cohibir a las mujeres, pero al mismo tiempo, les brindo herramientas para que crearan una resistencia colectiva e individual mística temporal. En esta aventura espiritual de resistencia la corporalidad femenina jugo un papel indispensable, pues permitió experimentar y transmitir mensajes psíquicos y emocionales distintos a los que eran conocidos y permitidos por los hombres. 

Para el desarrollo de este artículo, primero se parte de la periodización de la Edad Media y la concepción de la mujer y lo femenino, pasando por la imagen de la mujer como herencia de la antigüedad y las caracterizaciones de la feminidad y la mujer del cristianismo. Posteriormente, se presenta la importancia de la corporalidad femenina en la experiencia de la mística y espiritualidad medieval. Después, se expone un acercamiento a la vida cotidiana de las mujeres en la Edad Media, enfocando el análisis en las mujeres que decidieron vivir en comunidad específicamente en las órdenes religiosas-místicas y su persecución. Por último, se incluyen las reflexiones finales. 

La mujer y lo femenino en la Edad Media

En la época Medieval, al igual que en otras épocas, el orden resultante de establecer el sexo como señal para asignar a cada sujeto actividades, relaciones y poderes es el patriarcado. Este “es un orden social genérico de poder, basado en un modo de dominación cuyo paradigma es el hombre” (Lagarde, 1996, p. 52). En esta organización social genérica, basada en la sexualidad, la supremacía de los hombres y de lo masculino se establece sobre la inferiorización de las mujeres y de lo femenino.

Ahora, para ubicar temporalmente este artículo se utilizará la periodización que subdivide la Edad Media de Europa occidental en dos periodos: la Alta Edad Media que se extiende desde el principio de la época carolingia hasta la disolución de su imperio en principados feudales, en los siglos VIII-X. Esta se caracteriza por las luchas de la iglesia en contra de las herejías, los movimientos del libre espíritu y las condenas a las personas -sobre todo mujeres- por hechicería. “La Iglesia comienza a castigar y eliminar todo aquello que atente contra la fe religiosa, es la Inquisición que se legitima, son las cruzadas que justifican la lucha contra los infieles” (González, 2015, p. 33). 

Mientras que la baja Edad Media es el periodo de transición hacia el mundo moderno que inicia en el siglo XIV con una crisis a causa de la epidemia de 1348. Se caracteriza por la valoración de la razón, sobre la fe. Esto gracias a los inventos, los descubrimientos, los progresos geográficos y el comercio. En este periodo surgieron nuevas formas de espiritualidad, entre ellas las mujeres que se organizaron y tomaron la palabra a través de sus escritos. “Los hombres asumieron una manera de expresar la experiencia de Dios mediante un lenguaje manifestado, también, al igual que las mujeres, en versos y poemas” (González, 2015:35). 

En la Baja Edad Media, la concepción sobre la relación entre los sexos femenino y masculino se basó en la “teoría de la complementariedad de los sexos” que argumenta que “pese a las diferencias sexuales entre mujeres y hombres reconocía la igualdad entre ambos, ya que ambos se complementaban y definían así a la humanidad” (Tojal, 2017, p. 4). Sin embargo, el patriarcado establecía una jerarquía que subordinaba a las mujeres y era legitimada por los médicos y sobre todo por los teólogos, por medio de los corpus legislativos y canónicos.

No obstante, la misoginia medieval no era causa directa de los monjes, abades o cardenales. La imagen negativa de la mujer fue heredada de la antigüedad. La misoginia en los tiempos clásicos se fundamentó en historias como la de Eva, Pandora o Lilith (Ferrer, 2019). Además, teniendo en cuenta que en la Edad Media ocurre una vinculación entre el cristianismo y las culturas locales anteriores a la expansión cristiana, es necesario entender el papel de las mujeres en las comunidades “bárbaras”. Como menciona Wade (1988), las mujeres bárbaras eran activas, se les veía en estratos sociales altos. “Una esposa y madre dominante, que más tarde podría servir de regente de un hijo pequeño, podía ejercer un gran poder” (Wade, 1988, p. 21). Adicionalmente, “Tácito hablo de los germanos y de su actitud con sus mujeres. Al casarse con una mujer debía compartir los trabajos y peligros del varón, ser su compañera tanto en la paz como en la guerra” (Wade, 1988, p. 20). 

Las reinas de esta época asumían tradiciones administrativas en las casas reales, creaban lazos de obligación a través de regalos que daban y recibían. Podían intervenir en asuntos eclesiásticos y organizaban espectáculos de la corte. Esta tradición dejó como legado en las mujeres medievales la idea de una participación políticamente activa. Por el contrario, la tradición cristiana supeditó la mujer al hombre y sus decisiones. Aunque esta afirmación hay que matizarla un poco. 

La doctrina cristiana otorgó una visión dual a las mujeres, por un lado, las relacionó con virtudes como la caridad, humildad misericordia y dulzura. De esta forma, encontramos en la biblia a mujeres que son figuras proféticas, portadoras de un mensaje y con un fuerte sentido colectivo. Como es el caso de Judith, que representaba la sagacidad y la inteligencia al servicio de su pueblo, o Deborah a quien acudían los israelitas en búsqueda de su sentido de justicia. María Magdalena, María la de Santiago y Juana, son mujeres que se convierten en mensajeras de la resurrección. La biblia presenta a la mujer desde “el esfuerzo, la dedicación, el sacrificio y el trabajo responsable. La mujer que está en los momentos cruciales de la existencia humana. La mujer que no pierde la esperanza y que sabe escuchar la Palabra y obedecerla” (González, 2015, p. 40). 

Para esta época también surgió la ecuación mujer=cuerpo que señalaba la humanidad de Cristo, en su capacidad nutriente (por la lactancia) y sangrante (por la menstruación-crucifixión). Existieron entonces, imágenes del cuerpo de Cristo en una personificación femenina, debido al aspecto de ternura y nutriente relacionado con características maternales. “Se ve a Cristo exudando vino o sangre en los cálices o bocas es paralela al pecho de la virgen María lactando” (López, 2002, p. 137). Además, había biólogos medievales que pensaban que la sangre de la madre alimentaba a sus hijos en el vientre y después esa sangre se convertía en leche materna.

Por consiguiente, Hildegarda de Bingen, santa y escritora de la época, señalaba que las mujeres eran el cuerpo de Cristo y no sus representantes. Teoría que fue apoyada por la doctrina teológica del nacimiento de la virgen, la concepción y la asunción (López, 2002). La visión dicotomizada de la Edad Media repartió funciones según el género y sobre las mujeres recaía la experiencia. “En una ordenación del mundo a partir de los géneros, a lo masculino correspondía la cultura clerical, la escritura, el latín, el conocimiento teologal, mientras que a lo femenino correspondía lo laico, la oralidad, las lenguas vulgares, la experiencia” (Cirlot y Garí, 2008, p. 34). Las mujeres constituían el testimonio vivo de la existencia de Dios. Hasta tal punto se estableció una correspondencia entre lo femenino y la experiencia de Dios, que los hombres místicos tuvieron que feminizarse. Como el caso del “maestro Eckhart, cima de la mística medieval, [que] habló de que el alma era mujer, mientras que Enrique Suso, su discípulo, más literal que su maestro vistió de mujer” (Cirlot y Garí, 2008, p. 34).

Sin embargo, se argumentaba que Dios se manifestaba en la mujer, debido a que era lo más inferior y frágil, “a ello correspondía el hecho de que Dios se había humillado en la encarnación, lo que justamente permitía asimilar a las mujeres a Cristo” (Cirlot y Garí, 2008, p. 34). La feminización se interpretaba como la humillación necesaria para poder lograr la unidad con Dios. Solo los hombres que supieron encontrar “su mujer interior” pudieron experimentar esta unidad. Por este motivo, Jaques Lacan mencionó que la mística sucedió fuera de la cultura del falo. 

Para Santo Tomás de Aquino, “la naturaleza menos racional de las mujeres les permitía ser más receptivas a la hora de vivir un contacto místico con Dios” (Ferrer, 2019, p. 179). Siguiendo esta línea de pensamiento, el franciscano Lamberto de Ratisbona menciona que las mujeres “en la simplicidad de su comprensión, su corazón dulce, su espíritu más débil, son más fácilmente iluminadas en su interior” (Ferrer, 2019, p. 179). Las mujeres tenían experiencias místicas que expresaban en escritos, aunque siempre con supervisión de un padre confesor. 

Matilde de Magdeburgo escribió justificando la elección de Dios por las mujeres que no pertenecían a ninguna orden clerical:

Hija mía, más de un hombre sabio ha perdido por negligencia en el largo camino de los ejércitos, su valioso oro, que pretendía emplear para dirigirse a las escuelas superiores. Ahora, es menester que alguien lo encuentre. Por naturaleza lo he retenido tantos días: cuando quiero hacer algún don extraordinario, busco siempre el lugar más bajo, el sitio más ínfimo, más oculto. Las montañas más altas no pueden recibir la misión de revelar mis gracias, pues la corriente de mi Espíritu Santo fluye por naturaleza hacia el valle. (Epiney y Zum, 1998, p. 89)

Según esta autora beguina, Dios escogía la sencillez de las mujeres sobre la avaricia de muchos hombres para manifestarse.

  

El cuerpo femenino en la mística medieval

La Edad Media representa para el cristianismo un florecimiento de la búsqueda y el relacionamiento del ser humano con Dios. Aparecieron movimientos espirituales de carácter popular que proponían nuevas formas de vivir el cristianismo. Estos eran movimientos en los que los límites entre ortodoxia y herejía no eran claros, como el caso de los peregrinos, beguinas, los apostólicos de Segarelli, los Valdenses y los hermanos y hermanas del Libre Espíritu (González, 2015). 

Además, se acentúa la búsqueda de la experiencia personal de Dios y el deseo de unión con él. Las personas no podían ver a Dios en sí mismo, sino que por medio de apariciones presenciaban su divinidad. Estas apariciones eran experimentadas por medio de los sentidos como la visión, el olfato o el tacto que funcionaron como inspiraciones para elaborar escritos (Cirlot y Garí, 2008). 

De esta forma, desde la perspectiva de la experiencia mística, los hombres y las mujeres son poetas o músicos y Dios es el objeto amado y deseado que causa inspiración. En esta teología, los místicos no ven a Dios como una causa eficiente, sino que Dios habita en los seres humanos y desde allí actúa. Por consiguiente, en la baja Edad Media, el cuerpo no era un enemigo del alma, su contenedor o sirviente, sino que se comprendía al ser humano como una unidad psicosomática (López, 2002). Es por esto que el cuerpo es de suma importancia, por su poder de expresión del lenguaje simbólico y místico. 

Sin embargo, las espiritualidades de los místicos masculinos y femeninos se diferenciaban por la relación con el cuerpo:

Las mujeres eran más aptas para somatizar la experiencia religiosa y para escribirla a través de intensas metáforas corporales; las mujeres místicas parecen más propicias para recibir visiones físicas muy gráficas de Dios; los fenómenos corporales asociados a mujeres (estigmas, incorruptibilidad, embarazo y lactancia mística, trances catatónicos, comer y beber pus, visiones de la forma sangrando, etc.). (López, 2002, p. 135)

Las mujeres sometían sus cuerpos a manipulación psicosomática, flagelación y otras formas de autoagresión como la “anorexia sagrada”. Debido a que la enfermedad y el dolor era una característica de las religiosas. La mayoría de las mujeres místicas, relataban que la enfermedad o el dolor físico eran una vía para alcanzar la comunicación con Dios. “Así la enfermedad no es algo a curar sino a perdurar en el caso de las mujeres medievales que desean acceder a la santidad.” (López, 2002, p. 134). El éxtasis místico se alcanzaba tras largas torturas autoimpuestas, unido a agotadoras meditaciones y ejercicios espirituales que trasladaban a las mujeres a un plano superior donde experimentaban la unidad con Dios (Ferrer, 2019).

Hildegarda de Bingen, escribió:

Entonces en aquella fui obligada por grandes dolores a manifestar claramente lo que viera y oyera, pero tenía miedo y me daba vergüenza decir lo que había callado tanto tiempo. Mis venas y médulas estaban entonces llenas de fuerzas que, en cambio, me habían faltado en la infancia y en la juventud. Le confié esto a mi maestro, un monje (Volmar) que era de buen trato y solícito, pero ajeno a las preguntas curiosas a las que muchos hombres están acostumbrados...Asombrado me alentó a que lo escribiera a escondidas, para ver qué eran y de dónde venían. Cuando comprendió que venían de Dios, se lo confió a su abad y desde entonces trabajó conmigo con gran ahínco. (Obiols Bou, 2005, p. 90)

Gracias a estas experiencias místicas, las mujeres podían tener una “voz autorizada” para expresarse. Ya que a las mujeres se les prohibía participar en discusiones filosóficas y teológicas. Como menciona Matilde de Magdeburgo, mujer beguina que escribió:

Se me ha prevenido respecto de este libro y esto es lo que se me ha hecho saber: que, si no lo enterraba, sería consumido por el fuego. (…) Y Dios se manifestó de inmediato a mi alma entristecida. Portando el libro en su mano derecha, me dijo: Amada mía, no te sientas afligida, pues nadie puede quemar la verdad. (Epiney y Zum, 1998, p. 95)

Es posible ver como esta mujer fue amenazada por sus escritos, y ella misma los defiende recurriendo a las palabras de Dios que le fueron transmitidas en una visión.

El clero permitió -por un periodo- que las mujeres se expresaran, siempre y cuando estuvieran bajo la supervisión de directores espirituales (que en su mayoría eran hombres). De manera análoga, los teólogos y prelados vieron que estas características femeninas, ayudaban a luchar contra la herejía cátara. “El énfasis en lo corporal, la hostia sangrante, los estigmas, eran la prueba palpable contra el dualismo cátaro que señalaba que la materia y la carne no podían haber sido creadas por un Dios bueno y rechazaban la resurrección de la carne” (López, 2002, p. 135). 

Las mujeres místicas medievales respondieron a la crisis religiosa que no pretendía alcanzar el conocimiento teológico, sino el conocimiento directamente experiencial de Dios. Esto sucedía en medio de la búsqueda de Europa occidental de fundar el conocimiento en la experiencia, lo que más tarde se amplió a otros ámbitos como el conocimiento geográfico del mundo. 

La cotidianidad de las mujeres en la Edad Media

En la Edad Media, la mujer fue excluida de la esfera pública (ámbitos sociales, políticos, económicos y académicos): 

La mujer no cuenta con el derecho a la igualdad y mucho menos a la participación en la Iglesia católica [...] La mujer queda rezagada de toda función que la podría visibilizar, queda a merced de las decisiones de los hombres y de lo que ellos podrían considerar como lo bueno, lo justo y lo deseable. (González, 2015, p. 42)

A saber, si la mujer llegaba a poseer tierra por herencia o tenencia militar, le era arrebatada cuando contraía matrimonio y pasaban a ser propiedad de su esposo por el tiempo que durase el matrimonio (Power, 1991). Las mujeres tenían la obligación de cuidar de sus hijos, además de atender a los requerimientos de manutención de su familia. Estas funciones que fueron asignadas a las mujeres por el patriarcado fueron trabajos gratuitos con una trascendencia histórica y política. Pues si ellas no los hubieran realizado, estos trabajos se convertirían en trabajos asalariados. “Por tanto, las mujeres generan unas plusvalías importantes que benefician, en primer lugar, al cabeza de familia y, también al resto de los hombres de la unidad familiar y, en último extremo, al Poder” (Segura, 2008, p. 264). En la Edad Media la familia fue una unidad de re-producción, donde las mujeres eran la fuerza (re)productiva generadora de plusvalía. 

 

No obstante, en esta situación desigual, la mujer buscó alternativas de vida. En suma, el matrimonio no implicaba que la mujer se dedicara exclusivamente al hogar. Las mujeres de clases superiores podían educarse en colegios conventuales para la nobleza y la burguesía y en colegios elementales se educaban las mujeres de clase baja y del campo. 

En el mercado laboral, las mujeres también participaban. “La esposa de un artesano […] trabaja como asistente de su marido en su labor, o aportaba […] por medio de alguna tarea suplementaria, como el hilado y el tramado. A veces podía mantener el negocio aparte como femme sole” (Power, 1991, p. 66). Las mujeres solteras podrían tener sus propios negocios y administrarlos, lo cual explica de donde provenían las aportaciones de muchas mujeres a las órdenes religiosas como los beguinatos. “Eran mujeres solteras y, muchas de ellas, con una cultura intelectual y un patrimonio destacado, lo que permitió que las beguinas fueran reconocidas por sus obras” (González, 2015, p. 44). 

No había oficios en los que no se encontraran mujeres, “Ejercían como carniceras, tenderas, ferreteras, fabricantes de carretas, sombrereras, desolladoras, encuadernadoras, pintoras, hiladoras de seda, orfebres y forjadoras” (Power, 1991, p. 74). Pero cuando algunas de estas mujeres quisieron llevar una vida apostólica mendicante, servir a los más pobres e interpretar el mensaje del señor, les fue prohibido y fueron obligadas por la Iglesia a la estricta clausura, es por esto que en la Edad Media no hay mujeres predicadoras.

En este contexto poco favorable para las mujeres, surgieron nuevos movimientos religiosos que la iglesia señaló como heréticos. Este es el caso de las Beguinas que “vivieron una espiritualidad con libertad, libertad para organizarse y libertad para expresarse en sus escritos. Libertad que retó a la Iglesia y la obligó a buscar los medios para acallarlas” (González, 2015:45). El monopolio del saber y la cultura se encontraba en manos de los clérigos, que opinaban sobre las mujeres y las cohibían. Pero las mujeres se refugiaron en sus escritos y experiencias místicas.

La resistencia espiritual de las Beguinas y la herejía 

Las beguinas fueron mujeres que buscaron vivir la espiritualidad en libertad, sin ningún compromiso que las desviaran de una verdadera vida religiosa monástica. Su origen es incierto para los historiadores medievalistas, aunque algunos académicos lo sitúan en el año 1216 con la aprobación del papa Honorio III y posteriormente de Gregorio IX en 1233 (González, 2015).

Existieron diversos factores que influyeron a la propagación del movimiento de mujeres beguinas por Europa occidental, uno de estos fue la fundación de los monasterios dobles (de mujeres y hombres) durante el siglo XII, donde se intentaron abolir las tendencias misóginas de la iglesia (Santoja, 2007). El término beguina viene del francés beguine, que en francés antiguo bege significaba “persona que vestía el hábito de los herejes, cátaros o lolardos” (González, 2015, p. 62). 

Muchos de los conventos femeninos surgieron a la sombra de los cenobios masculinos y fueron dirigidos por mujeres de clase alta pertenecientes a la nobleza o a la burguesía. Este es el caso de las abadesas que “se convirtieron en una suerte de señoras feudales que velaban por la salud espiritual de sus hijas, pero también controlaban los dominios territoriales del monasterio” (Ferrer, 2019, p. 50). Mientras la mayoría de los conventos estaban abiertos únicamente a las mujeres de clases altas y adineradas, las beguinas vieron la necesidad de abrir las puertas a las mujeres de cualquier clase social. 

Había otras mujeres que se encerraban voluntariamente en cuartos y se las conocía como emparedadas o ermitañas (Santoja, 2007). Sin embargo, mientras algunas monjas, ermitañas y abadesas estaban sometidas a la clausura y a los votos perpetuos y la jerarquía eclesiástica, las beguinas, por el contrario, vivieron en relativa libertad. La única condición que había para ser beguina era ser mujer y querer llevar una vida de caridad y servicio a los demás. 

Las beguinas no hacían votos perpetuos, podían volver al mundo y casarse, no formaban comunidades conventuales, no tenía superiores, aunque elegían a una responsable que vivía en el beaterio y a un sacerdote (diocesano, dominico o franciscano) que se encargara de la misa y apoyara sus escritos (González, 2015). Aunque no hacían votos eclesiásticos, las beguinas llevaban una vida de austeridad, oración, lectura de las escrituras sagradas y de caridad. Adicionalmente, conservaban sus derechos de propiedad privada y trabajan para mantenerse (Santoja, 2007). Los trabajos en los que más se desempeñaron las beguinas fueron “la manufactura o preparación de la lana, así como la educación de las niñas” (Santoja, 2007, p. 222).

Estas mujeres se caracterizaban por vivir juntas en casas comunes agrupadas, rodeadas de un muro con una puerta de entrada que se cerraba en las noches. Contaban con un patio central, una iglesia y un cementerio (Santoja, 2007, p. 223). En casas podían acomodarse hasta 300 mujeres y se distinguían porque tenían una cruz blanca detrás de la puerta de sus casas. Vestían con un hábito blanco, café o gris y una cofia. 

Sin duda esta fue una forma de vida inventada por mujeres y para mujeres que les permitió “escapar de la presión familiar y social creando una vía alternativa a las dos opciones más habituales para la mujer medieval: el matrimonio y la vida monástica reglada” (Tojal, 2017, p. 19). Allí en su intimidad, describían su amor por Dios por medio de escrituras trovadoresca uniendo la poesía y el erotismo, describían el conocimiento directo e íntimo de su unión con Dios. 

Hadewijch de Amberes, mujer beguina escribió: 

Por todo lo que descifraba entre él y yo en esta vivencia del amor, porque los amantes no acostumbran a esconderse uno del otro, sino a compartir mucho, lo cual se da en la experiencia íntima, que hacen juntos, uno disfruta del otro, y se lo come, y se lo bebe, y lo engulle enteramente (De Amberes, 1986, p. 84).

Análogamente, Matilde De Magdeburgo relata: “Tengo tu deseo antes de que comenzara a existir el mundo: yo te deseo a ti y tú me deseas a mí. Cuando dos deseos se unen en un mismo ardor se realiza el amor perfecto” (De Magdeburgo, 2004, p. 375). Para las beguinas el amor hacia Dios es apasionado e inicia con el deseo. Muchas de ellas narran experiencias de enamoramiento que se expresa corporalmente.

El lenguaje que utilizaban era latín, aunque también escribieron en sus lenguas maternas. El hecho de escribir en el lenguaje “vulgar” hizo que sus escritos tuvieran más impacto social, dado que disolvían las fronteras establecidas entre el modelo laico y el religioso-eclesiástico (Cirlot y Garí, 2008). Las mujeres crearon tratados sobre el amor, lo divino y lo humano, consejos espirituales y autobiografías que cualquier persona de la época, que supiera leer, pudiera entender. 

Estas mujeres trabajaron, rezaron y vivieron los sacramentos sirviendo a los más pobres. Su profunda convicción de seguir a Jesús, así como el ser fieles a sí mismas, fueron motivos suficientes para que no se sometieran a ninguna regla y asumieran una postura crítica frente a la jerarquía impuesta por la iglesia (González, 2015). 

Margarita Porete, fue una joven beguina que escribió sobre su experiencia de unidad con Dios y fue crítica de la iglesia, motivo por el cual fue quemada en la hoguera acusada de herejía: 

Vosotros que leeréis en este libro Si lo queréis entender bien Pensad en lo que diréis Pues es duro de comprender. Os hará falta Humildad Que de Ciencia es tesorera Y de las otras Virtudes la madre. Teólogos y otros clérigos No tendréis el entendimiento, Por claro que sea vuestro ingenio, Si no procedéis humildemente Y si Amor y Fe juntos No os hacen superar a Razón, Pues son damas de la casa. (Porete, 2015, p. 21)

Más delante en su libro continúa diciendo que: 

Esta Alma —dice Amor— es desollada por la mortificación, incendiada en el ardor del fuego de caridad, y sus cenizas se esparcen en el altamar de aniquilada voluntad. Es gentilmente noble en la prosperidad, elevadamente noble en la adversidad, y excelentemente noble en todo lugar donde se halle. La que es así ya no busca a Dios por la penitencia, ni a través de ningún sacramento de la Santa Iglesia, ni por pensamientos, palabras u obras, ni a través de criatura terrestre ni celeste, ni por justicia o misericordia, ni por gloria de la gloria, ni por conocimiento divino, ni por divino amor, ni divino loor. (Porete, 2015, p. 92)

Estas afirmaciones de la autora mística ponen a prueba la jerarquía de la iglesia y cuestionan el acercamiento de Dios de muchos hombres clérigos faltos de humildad, amor y fe. También, cuestiona el papel de la iglesia en la búsqueda de Dios, si es posible la unidad con el ser supremo por medio de la propia experiencia.

El movimiento de las beguinas tuvo un impacto social importante en la Época Medieval, tanto por su modo de vida, como por su praxis e interpretación de las escrituras sagradas. Por estos motivos, la iglesia no estuvo conforme y desconfió de este movimiento.

La Iglesia institucional y corrupta, con el poder temporal y espiritual, con sus riquezas, la venta de indulgencias, las excomuniones, las simonías, los nepotismos y los grandes privilegios, tenía que ver con cierto recelo a estos movimientos utópicos (franciscanos espirituales, beguinos y beguinas) que pretendían volver a la pobreza evangélica y a la vida comunitaria de la Iglesia primitiva, siguiendo las doctrinas de Pedro Juan Olivi (Santoja, 2007, p. 223).

El movimiento de las beguinas se tendía a ridiculizar por parte de la iglesia, y en algunas obras literarias se asociaba el término beguina con falsa beata o hechicera. Estas mujeres místicas eran sospechosas de herejía. Para la iglesia las “tendencias de los beguinos y beguinas, su culto ferviente y místico de la continencia. Así como la pobreza evangélica, eran motivos suficientes para ser sospechosos de herejía” (Santoja, 2007, p. 221). Las beguinas fueron condenadas, se les acusaba de no obedecer a nadie, no renunciar a sus posesiones, no tener normas, no ser religiosas, estar dirigidas por la locura y llevar a la gente a errores.

Frente a esta situación, en el IV concilio de Letrán se prohibió la creación de órdenes religiosas femeninas y el papa Clemente V decretó la bula Ad Nostrum que obligó a los grupos de mujeres a que se uniesen a una orden religiosa existente (liderada por hombres) o a la institución matrimonial. 

En 1293, la bula Periculoso, promulgada por el papa Bonifacio VIII, decretaba oficialmente la clausura total de las mujeres que vivieran en un convento, mientras continuaba la lucha de la Iglesia por terminar con movimientos como los de las beguinas y recluir definitivamente a las religiosas. (Ferrer, 2019, p. 52)

Dado el caso en que las mujeres no quisieran unirse a una orden religiosa de hombres o someterse a la institución matrimonial, se les perseguía como herejes y se las quemaba vivas. La iglesia no pudo soportar la libertad y autonomía de las mujeres organizadas que no se sometían a los hombres y podían dar a conocer sus experiencias espirituales. Las mujeres místicas “se atrevieron a tomar el timón de sus destinos, para vivir el trabajo, la espiritualidad, la cultura y la hermandad como seres humanos libres” (González, 2015, p. 64). Desafiando a la iglesia que no permitía ver a las mujeres en las mismas condiciones de igualdad con los hombres.

Los movimientos herejes, como el de las beguinas, fueron intentos conscientes de crear una nueva sociedad, pues estaban organizadas desde el punto de vista de su sometimiento, desde la difusión de sus ideas y tenían un programa social que reinterpretaba la tradición religiosa (Federici, 2010). Las herejes proporcionaron una estructura comunitaria alternativa y autónoma, de la que se beneficiaban sus integrantes por medio de redes de apoyo. 

Las herejes eran quemadas en la hoguera para erradicar su existencia y para su persecución se creó una institución perversa: la Santa Inquisición. La Inquisición, fue la cooperación entre el Estado y la Iglesia para hacer ejecuciones, el clero no quería untar sus manos de sangre y para esto el Estado lo hacía en su nombre.

Esta herejía popular “fue un movimiento de protesta que aspiraba a una democratización radical de la vida social. La herejía era el equivalente a la <<teología de la liberación>> para el proletariado medieval” (Federici, 2010, p. 54). Dio un marco de acción a las demandas populares para la renovación espiritual y justicia social, denunciando las jerarquías sociales, la propiedad privada y la acumulación de riquezas. También, redefinió aspectos de la vida cotidiana medieval como el trabajo, la propiedad, la reproducción sexual y la situación de las mujeres (Federici, 2010). En su raíz estaba la creencia de que “Dios no hablaba a través del clero debido a su codicia, su corrupción y su escandaloso comportamiento” (Federici, 2010, p. 55), los herejes enseñaban que Cristo no tenía ninguna propiedad y compartían el ideal de la pobreza, pues creían que para poder recuperar el poder espiritual era necesario desprenderse de las posesiones. La iglesia, como principal terrateniente de Europa, no iba a aceptar esto tan fácilmente.

El reto de estas herejes fue principalmente político, ya que, al reinterpretar y cuestionar las jerarquías de la iglesia, se enfrentaban con el pilar ideológico del poder feudal. Las doctrinas heréticas, como las beguinas, canalizaban el desdén colectivo hacia el clero, y al mismo tiempo, brindaban confianza por su resistencia a la explotación clerical. Uno de los aspectos más significativos de estos movimientos, fue la posición social que le dio a las mujeres: “en la Iglesia las mujeres no eran nada, pero aquí eran consideradas como iguales; las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres y disfrutaban de una vida social y una movilidad” (Federici, 2010, p. 64). Muchas mujeres místicas, consideradas como herejes, fueron quemadas en la hoguera. Esta caza de brujas se instauró como tal en la Baja Edad Media y “fue un elemento esencial de la acumulación primitiva y de la «transición» al capitalismo” (Federici, 2010, p. 244). Según Federici, la caza de brujas, al igual que la expulsión del campesinado de sus tierras, la colonización y el tráfico de esclavos, son procesos indispensables para el desarrollo de la sociedad capitalista patriarcal. Bajo el cual se extermina y controla la otredad: los indígenas, los afrodescendientes y las mujeres (brujas). El capital se fundamenta en la acumulación de la clase trabajadora y la acumulación de la división donde nace el racismo y el sexismo. Es decir, en este proceso se divide a las personas delegando poder a unos y otros no, como en el caso de los hombres que se les delega el poder para controlar el trabajo y la vida de las mujeres.

Reflexiones finales 

La construcción subjetiva y social de la mujer y la feminidad en la Edad Media se fundamentó en el patriarcado que controlaba a las mujeres por medio de la ideología-espiritual, entre otras formas de control. La doctrina cristiana fue uno de los cimientos de esta ideología que inferiorizaba (e inferioriza) a las mujeres en cuanto a su racionalidad e imaginarios de fragilidad y docilidad. Precisamente estos imaginarios y construcciones alrededor de la feminidad explicaban el por qué las mujeres podían tener una experiencia mística de unidad con Dios y los hombres no. Las mujeres experimentaban dicha unidad por medio de sus sentidos, de la excitación de su cuerpo a causa de la manipulación psicosomática.

En una sociedad desigual y patriarcal, gracias a estas experiencias místicas, las mujeres alzaron la voz, hablando sobre sus vidas y sentimientos místicos, respondiendo a la crisis religiosa de la época que buscaba conocer a Dios por medio de los sentidos. Estas mujeres místicas también opinaron sobre las desigualdades sociales establecidas por la iglesia, entre otras instituciones. 

De esta forma, se crearon órdenes religiosas femeninas que en libertad pensaron, escribieron y compartieron sus enseñanzas. Estas mujeres libres representaron una amenaza para la iglesia, por su modo de vida -sin acogerse a la opinión de un hombre-, su praxis -hermandad y colectividad sin discriminar clase social- y la interpretación que realizaban de las escrituras sagradas. Las beguinas, por ejemplo, elaboraron una teología fundamentada en la dimensión mística y la fe en Cristo, encarnada en la vida cotidiana y el servicio del prójimo e inspirada por la unidad con Dios. Gracias a este movimiento se crea una nueva forma de vivir el cristianismo desde el ser mujer y la libertad. Las mujeres místicas se atrevieron a protagonizar sus propias vidas -habitadas patriarcalmente- y a expresarse sobre el sentido del mundo y la configuración del orden social impuesto. 

Se les intentó callar en la hoguera, pero su valentía perdura en nuestra memoria.

Referencias

Cirlot, V y Garí, B. (2008). La mirada interior: escritoras místicas y visionarias en la Edad Media. Madrid, España: Siruela.

De Amberes, H. (1986). Dios, amor y amante: las cartas. Traducción de Pablo María Bernardo. Madrid, España: Ediciones Paulinas. 

De Magdeburgo, M. (2004). La luz divina que ilumina los corazones. Introducción, traducción y notas de Daniel Gutiérrez. Burgos: Monte Carmelo.

Epiney, G y Zum, E. (1998). Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval. Barcelona, España: Paidós.

Federici, S. (2010). Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Madrid, España: Traficantes de sueños.

Ferrer, S. (2019). Mujeres silenciadas en la Edad Media. Madrid, España: Punto de Vista Editores.

González, E. (2015). Mística medieval femenina un acercamiento al lenguaje teológico de ayer y de hoy (Tesis doctoral). Pontificia Universidad Javeriana.

Lagarde, M. (1996). Género y feminismo: Desarrollo humano y democracia. Madrid, España: horas y HORAS.

López, M. (17-19 de abril de 2002). Las mujeres en la Edad Media: creación y representación. En M. Carretero y M. Ruiz (Organizadoras). Representación, construcción e interpretación de la imagen visual de las mujeres. Coloquio de la AEIHM. España.

Obiols Bou, M. (2005). Monacat femení en la Catalunya medieval: Santa Maria de Valldura (1241-1399) (Tesis doctoral). Universitat de Barcelona.

Ossa, W. (2008). El hombre como semejanza expresiva de Dios (Tesis de pregrado). Pontificia Universidad Javeriana.

Porete, M. (2015). El espejo de las almas simples. Madrid, España: Siruela.

Power, E. (1991). Mujeres Medievales. Madrid, España: Ediciones Encuentro.

Santoja, P. (2007). Mujeres religiosas: beatas y beguinas en la Edad Media. Textos satíricos y misóginos. Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval. (14), 209-227.

Segura, C. (2008). Historia de las mujeres en la Edad Media. Revista de la Sociedad Española de Estudios Medievales, (18), 249-272.

Tojal, A. (2017). La mujer en la Edad Media: Religiosidad y cultura. Universidad del País Vasco.

Wade, M. (1988). La mujer en la Edad Media. Madrid, España: Nerea. 

Prohibida su reproducción parcial o total, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su autor y Revista Level.

COPYRIGHT © RevistaLevel.com.co

Arriba