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Yo solo soy un inocente que no sabe más que escribir. Escribir sin tacha pero con miedo. Miedo ante la claridad que desprende esta figura que me habla y escucha: Santa Lorena, madre de Dios. Vengo ante ti como afligido para la confesión, te pido perdón por lo que he sido, por lo que aún no he logrado. Ruega por nosotros los pecadores y venga un poco de tu luz. Tanto ahora, como a la hora de nuestra muerte. Tengo miedo, porque una pregunta, hasta la más inocente, siempre representa una agresión al otro. Y tu hijo nos dijo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero incluso, tiemblo más, con la idea terrible de que uno puede preguntar todo lo que quiera, con todo el tiempo del mundo y con toda intensidad, y no llegar nunca a la verdad y quedarse en la superficie de las palabras y las cosas. Tengo miedo de no conocer la verdad y no ser, finalmente, libre. 

Antes y después de Lorena, siempre existió Ronny. No pude hablar con Ronny frente a frente, por eso no puedo describir su apartamento o el café donde habríamos conversado. Aquellos gestos con los que me mostraría su alegría o incomodidad ante cualquier pregunta, o su forma de ser libre, las palmaditas en la mano mientras marca el ritmo de lo que habla, la murmuración cuando cambia de ideas, su acento venezolano que ya se contagia con muchos panameñismos, fren. 

Ronny era un chamo caraqueño que caminaba tras su madre, de casa en casa, de sitio en sitio, de familia en familia, sin pertenecer a ninguna. Que decidió, un día, dejar de llamar padrastros a cada hombre que entraba y salía sin hacer otra cosa que robar la atención de su madre. Siempre fue consciente de su diferencia, más no de la causa. Como también era consciente de que no recibía el calor de hogar, de un padre que jamás conoció, y una madre que marcaba el ritmo de su vida mediante gritos, mediante peleas. Que marcaba su ritmo acelerado de crecimiento: no jugó pelota con otros chamos o corrió por toda la calle agarrándose o escondiéndose, solo se sentaba al lado de su madre en sus salidas con las amigas a escucharlas hablar de otras, de vestidos, de maquillajes y muchas cosas que sí tuvo que pasar mucho tiempo para que las entendiera. Ronny fue el chamo que superó la toxicidad de su hogar, la toxicidad de su sociedad, plagada de guetos y balas, buscó su propio trabajo, sus propios estudios de Lengua Moderna, y su propia fuente de cariño: la abuela que jamás le negó el abrazo diario o la comida rica. 

Yo entendí que era diferente, no tenía una extremidad corta o me faltaba algo, pero sentía que no tenía los mismos deseos o disfrutaba las mismas cosas que los chicos de mi edad. Prefería quedarme sentado a dibujar, a leer o a conversar con las chicas. Solo cuando salí del colegio y entré a la universidad, pude finalmente sentirme libre, comencé a conocer gente del ambiente gay, me preguntaban y, por primera vez, tuve la libertad de reconocer lo que siempre estuvo dentro de mí; finalmente, reconocer que no existía tal diferencia, que era igual que muchos, igual que todos. Nada me faltaba, nada me sobraba. Lo que me había hecho sentir diferente todo este tiempo eran los estereotipos y la educación que tu casa y la sociedad te imponían, un estereotipo en el que solo tiene cabida lo heteronormativo. Empecé a conocer mucha gente, por primera vez a irme de fiestas, a descubrir nuevos ambientes que antes eran para mí inexistentes. Pero, como siempre, es más fácil reconocerlo ante los extraños que ante la familia. Fue en año nuevo cuando mi mamá se dio cuenta, y me paró a preguntar. Como casi todo padre, siempre esperando que la respuesta sea negativa, pero no. Mi mamá comenzó a trepar por las paredes. Muchas cosas salieron de su boca y cada una fue una herida directa a mi corazón: desde «¡Maldito seas!» hasta «¡Eres la peor decepción de mi vida!». Nos pasamos meses sin comunicarnos, haciendo como que aquella conversación nunca había ocurrido. 

Nadie es perfecto. O, al menos, lo que se dice por ahí que es la perfección. Pero lo que hace virgen a la Santa Lorena, no es su perfección sino su libertad. La libertad es la forma humana de la perfección. La libertad, a veces, no es más que forma, disfraces con los que puedes crecer más que cualquier otro humano. Por eso Santa Lorena es santa, porque es más grande que los hombres, es el superhombre. Lo ves, y lo veneras. No hay otra forma de verlo. 

Hacer drag te permite cumplir todo lo que siempre soñaste, llegar a los lugares donde siempre quisiste llegar, en mi caso, fue mi obsesión por la moda, por los looks, por las tendencia visuales. Me encanta que los vestuarios hablen por las personas y muestren su verdadero espíritu. Hacer drag es la manera de expresarme a mí mismo. Representa una liberación, un escape de la realidad, con ella hago lo que con Ronny no logro, me permite expresarme como la persona que siempre he querido y nunca he logrado ser. Representa esa dualidad, entre el chico tímido que pasa desapercibido y la reina nocturna que deslumbra a todos y se convierte en el centro de atención en cada lugar al que llega. 

Las pinturas llenan de poder, las túnicas, los tacones. El drag es la erección cosmética y por eso es puro poder. Ronnie no cree que tenga poder y por eso no lo tiene. Pero Lorena, Santa Lorena sabe que lo tiene, por eso mueve montañas. Creer es poder. Vestirse es poder. Maquillarse es poder. Ser «en otra» es poder. 

La primera vez que hice drag fue por dinero. Ricardo fue la persona que me vistió y me maquilló en aquella ocasión para trabajar en una discoteca. Cuando terminó su trabajo me sentí bella, divina. Con su mano decorándome pasaron los primeros tiempos. Así se convirtió en mi mamá drag. Pero además, Veneno como era su nombre drag, fue más, fue mi cómplice mi amigo, mi mentor, mi mecenas. Luego, vinieron los tutoriales y el aprendizaje autodidacta. Pero el ojo crítico de Veneno siempre estaba ahí para retocar. El secreto siempre es conocer tu rostro, tu cuerpo, tu tono de piel, cada centímetro de ti. Primero hay que conocerse a sí mismo, para luego crear un personaje drag. Mi impulso hacia el drag estuvo acompañado siempre del impulso hacia la moda. Las tendencias, los diseños siempre fueron parte de mi vida. Sobre todo para aplastar el estereotipo según el cual la gente de la moda son cabezas huecas y superficiales. Finalmente, había encontrado la forma de canalizar todo mi arte en algo hermoso y a la vez, útil. Porque el drag hace visible a la comunidad. Me encanta que mi estilo hable por mí. Esa es mi misión con mi drag, poder expresarme con mi aspecto, con mi ropa, que la gente me recuerde. Para mí es una liberación, un escape de mi realidad como Ronny. Porque ser drag es una actuación, significa crear un personaje nuevo, con sus propios rasgos, ademanes, forma de caminar, formas de hablar. Cuando soy Lorena puedo comerme el mundo. 

El cuerpo drag es un cuerpo que franquea y derrota los propios límites del cuerpo humano. Es un cuerpo en producción, eternamente incompleto, eternamente desarrollable. Un cuerpo que crece y decrece en cada ocasión. Que no es estático como lo natural, es movible hacia los nuevos horizontes. El drag es el cuerpo de ensueño, que responde solo a los más genuinos deseos. Un cuerpo que siempre puede y llega a ser más. Este es el verdadero cuerpo glorificado, el cuerpo santo, el cuerpo transfigurado como el de la Santa Lorena. 

Siempre creo todas mis cosas, son diseños míos o ideas mías. Soy este estilo de drag muy femenino, como se dice en la jerga americana, fishi queen, pero también una fashion queen. Cada drag queen es única, tiene una lucha, un propósito. El mío es que las personas sean libres, libres para ser ellos mismos, nadie tiene el derecho de cambiar eso, de censurar. Por eso cada día lucho por trabajar con respeto hacia todas las personas. El drag es una manera de desdoblarse uno mismo, decontruirse. Es un espectáculo y al mismo tiempo un estilo de vida. Es oficio y sacrificio. Es el camino a mis sueños más viejos: ser feliz, ser estable, ser famoso e inspirar a la gente con mi ejemplo. 

Pero como toda la vida de los santos que he leído: lo humano nunca se separa de lo divino. Los santos son aquellos que se han ganado el cielo por tener los pies descalzos, por curar heridas, por defender al infeliz y no desamparar al necesitado. Los santos son santos en la misma medida en que fueron más humanos y nunca pararon de luchar.

Muchas de mis luchas son conmigo mismo: batallo con mis miedos, inseguridades. Esa es mi frase: Hay que amarse a uno mismo para poder amar a los demás. Y ese es el secreto para lograr mi máxima de vida: la felicidad. Con alegría todo lo que hacemos lo hacemos bien. Para ser feliz hay que amar. Claro que vamos a tener momentos horribles, pero a pesar de eso hay que ser feliz, porque lo más importante es que seguimos vivos y tenemos la oportunidad de seguir luchando. Pero también tengo otras luchas externas. Lucho porque todas las personas tengamos los mismos derechos, sobre todo aquellos que necesitan ser escuchados porque siempre han sido callados a través de la historia: las mujeres, la comunidad LGTB.  

La máscara: todo ese erotismo desenfrenado que despiertan los ajuares, los colorines y las curvas, todo eso se vuelve nada cuando llega la hora de la verdad. Llegamos a este mundo con nada y así mismo nos vamos. Cuando la muerte llega todo lo bello desaparece, todo lo que aparenta desaparece y solo queda una cosa, lo que amas y nada más. Ahí, en el umbral, es que vemos quién es santo y quién no. Ahí en el umbral es que nos damos cuenta que el viejo tenía razón: del polvo somos, y al polvo volvemos.

Nunca he tenido novio, pareja. Nunca he recibido el afecto del amor que hace ya mucho tiempo dejé de buscar. Tiré mi toalla, solo quedé con aquellos que están para suplir mis necesidades. Eso me pasa por ser muy tímido. Al final aunque lo dejes de intentar, siempre estás a la espera de que alguien aparezca. Alguien que estuviese ahí conmigo, un domingo abrazados viendo pelis, apoyado en su pecho, mientras hablamos de cualquier estupidez, cuando se sienta mal darle un abrazo. Soy de los que piensa que todos tenemos distintos tipos de amor que dar. Creo que me he enamorado, no estoy seguro, porque pienso que enamorarse es algo recíproco, cuando es solo una ilusión que viene de un solo lado no significa lo mismo. De hecho, ahora mismo siento cosas por alguien que no creo que ande en la misma sintonía que yo. Y ahí estoy, esperando a ver si el momento soñado llega. 

Al final todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar. Nos toca marcar el mundo antes de ser polvo. Eso es la vida, la vida es ser diferente. La vida es marcar el territorio con aquello que nadie más que tú puede hacer. La vida es el constante trabajar para ser santos. Y ahí está, amiga, la respuesta. Ser santos no es cosa divina, no es cosa de suerte. Ser santos es solo haber trabajado por y para libertad. Ser santos es simplemente ser humanos, con todas las cosas bajas y todas las cosas altas. 

Dentro de veinte años me veo siendo una marica muy fabulosa, estirada mi amor, porque me voy a echar mucho botox en la cara—se ríe—y viviendo de lo que me gusta hacer. Realmente no sé como seré en 20 años, quizás como empresario o conductor de televisión. No sé y me da pereza saber. No me gusta pensar en el futuro o que te pongan en tensión respecto al mañana. Saber lo que voy a hacer en 20 años no me interesa. Quiero esperar y trabajar. 

Ayúdame a trabajar, ayúdame a conocer, quiero ser como tú, madre, libre para conocer la verdad. En tu nombre lo pedimos, amén y amén. 

Santa Lorena, Madre de Dios

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December 15, 2020

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Yo solo soy un inocente que no sabe más que escribir. Escribir sin tacha pero con miedo. Miedo ante la claridad que desprende esta figura que me habla y escucha: Santa Lorena, madre de Dios. Vengo ante ti como afligido para la confesión, te pido perdón por lo que he sido, por lo que aún no he logrado. Ruega por nosotros los pecadores y venga un poco de tu luz. Tanto ahora, como a la hora de nuestra muerte. Tengo miedo, porque una pregunta, hasta la más inocente, siempre representa una agresión al otro. Y tu hijo nos dijo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero incluso, tiemblo más, con la idea terrible de que uno puede preguntar todo lo que quiera, con todo el tiempo del mundo y con toda intensidad, y no llegar nunca a la verdad y quedarse en la superficie de las palabras y las cosas. Tengo miedo de no conocer la verdad y no ser, finalmente, libre. 

Antes y después de Lorena, siempre existió Ronny. No pude hablar con Ronny frente a frente, por eso no puedo describir su apartamento o el café donde habríamos conversado. Aquellos gestos con los que me mostraría su alegría o incomodidad ante cualquier pregunta, o su forma de ser libre, las palmaditas en la mano mientras marca el ritmo de lo que habla, la murmuración cuando cambia de ideas, su acento venezolano que ya se contagia con muchos panameñismos, fren. 

Ronny era un chamo caraqueño que caminaba tras su madre, de casa en casa, de sitio en sitio, de familia en familia, sin pertenecer a ninguna. Que decidió, un día, dejar de llamar padrastros a cada hombre que entraba y salía sin hacer otra cosa que robar la atención de su madre. Siempre fue consciente de su diferencia, más no de la causa. Como también era consciente de que no recibía el calor de hogar, de un padre que jamás conoció, y una madre que marcaba el ritmo de su vida mediante gritos, mediante peleas. Que marcaba su ritmo acelerado de crecimiento: no jugó pelota con otros chamos o corrió por toda la calle agarrándose o escondiéndose, solo se sentaba al lado de su madre en sus salidas con las amigas a escucharlas hablar de otras, de vestidos, de maquillajes y muchas cosas que sí tuvo que pasar mucho tiempo para que las entendiera. Ronny fue el chamo que superó la toxicidad de su hogar, la toxicidad de su sociedad, plagada de guetos y balas, buscó su propio trabajo, sus propios estudios de Lengua Moderna, y su propia fuente de cariño: la abuela que jamás le negó el abrazo diario o la comida rica. 

Yo entendí que era diferente, no tenía una extremidad corta o me faltaba algo, pero sentía que no tenía los mismos deseos o disfrutaba las mismas cosas que los chicos de mi edad. Prefería quedarme sentado a dibujar, a leer o a conversar con las chicas. Solo cuando salí del colegio y entré a la universidad, pude finalmente sentirme libre, comencé a conocer gente del ambiente gay, me preguntaban y, por primera vez, tuve la libertad de reconocer lo que siempre estuvo dentro de mí; finalmente, reconocer que no existía tal diferencia, que era igual que muchos, igual que todos. Nada me faltaba, nada me sobraba. Lo que me había hecho sentir diferente todo este tiempo eran los estereotipos y la educación que tu casa y la sociedad te imponían, un estereotipo en el que solo tiene cabida lo heteronormativo. Empecé a conocer mucha gente, por primera vez a irme de fiestas, a descubrir nuevos ambientes que antes eran para mí inexistentes. Pero, como siempre, es más fácil reconocerlo ante los extraños que ante la familia. Fue en año nuevo cuando mi mamá se dio cuenta, y me paró a preguntar. Como casi todo padre, siempre esperando que la respuesta sea negativa, pero no. Mi mamá comenzó a trepar por las paredes. Muchas cosas salieron de su boca y cada una fue una herida directa a mi corazón: desde «¡Maldito seas!» hasta «¡Eres la peor decepción de mi vida!». Nos pasamos meses sin comunicarnos, haciendo como que aquella conversación nunca había ocurrido. 

Nadie es perfecto. O, al menos, lo que se dice por ahí que es la perfección. Pero lo que hace virgen a la Santa Lorena, no es su perfección sino su libertad. La libertad es la forma humana de la perfección. La libertad, a veces, no es más que forma, disfraces con los que puedes crecer más que cualquier otro humano. Por eso Santa Lorena es santa, porque es más grande que los hombres, es el superhombre. Lo ves, y lo veneras. No hay otra forma de verlo. 

Hacer drag te permite cumplir todo lo que siempre soñaste, llegar a los lugares donde siempre quisiste llegar, en mi caso, fue mi obsesión por la moda, por los looks, por las tendencia visuales. Me encanta que los vestuarios hablen por las personas y muestren su verdadero espíritu. Hacer drag es la manera de expresarme a mí mismo. Representa una liberación, un escape de la realidad, con ella hago lo que con Ronny no logro, me permite expresarme como la persona que siempre he querido y nunca he logrado ser. Representa esa dualidad, entre el chico tímido que pasa desapercibido y la reina nocturna que deslumbra a todos y se convierte en el centro de atención en cada lugar al que llega. 

Las pinturas llenan de poder, las túnicas, los tacones. El drag es la erección cosmética y por eso es puro poder. Ronnie no cree que tenga poder y por eso no lo tiene. Pero Lorena, Santa Lorena sabe que lo tiene, por eso mueve montañas. Creer es poder. Vestirse es poder. Maquillarse es poder. Ser «en otra» es poder. 

La primera vez que hice drag fue por dinero. Ricardo fue la persona que me vistió y me maquilló en aquella ocasión para trabajar en una discoteca. Cuando terminó su trabajo me sentí bella, divina. Con su mano decorándome pasaron los primeros tiempos. Así se convirtió en mi mamá drag. Pero además, Veneno como era su nombre drag, fue más, fue mi cómplice mi amigo, mi mentor, mi mecenas. Luego, vinieron los tutoriales y el aprendizaje autodidacta. Pero el ojo crítico de Veneno siempre estaba ahí para retocar. El secreto siempre es conocer tu rostro, tu cuerpo, tu tono de piel, cada centímetro de ti. Primero hay que conocerse a sí mismo, para luego crear un personaje drag. Mi impulso hacia el drag estuvo acompañado siempre del impulso hacia la moda. Las tendencias, los diseños siempre fueron parte de mi vida. Sobre todo para aplastar el estereotipo según el cual la gente de la moda son cabezas huecas y superficiales. Finalmente, había encontrado la forma de canalizar todo mi arte en algo hermoso y a la vez, útil. Porque el drag hace visible a la comunidad. Me encanta que mi estilo hable por mí. Esa es mi misión con mi drag, poder expresarme con mi aspecto, con mi ropa, que la gente me recuerde. Para mí es una liberación, un escape de mi realidad como Ronny. Porque ser drag es una actuación, significa crear un personaje nuevo, con sus propios rasgos, ademanes, forma de caminar, formas de hablar. Cuando soy Lorena puedo comerme el mundo. 

El cuerpo drag es un cuerpo que franquea y derrota los propios límites del cuerpo humano. Es un cuerpo en producción, eternamente incompleto, eternamente desarrollable. Un cuerpo que crece y decrece en cada ocasión. Que no es estático como lo natural, es movible hacia los nuevos horizontes. El drag es el cuerpo de ensueño, que responde solo a los más genuinos deseos. Un cuerpo que siempre puede y llega a ser más. Este es el verdadero cuerpo glorificado, el cuerpo santo, el cuerpo transfigurado como el de la Santa Lorena. 

Siempre creo todas mis cosas, son diseños míos o ideas mías. Soy este estilo de drag muy femenino, como se dice en la jerga americana, fishi queen, pero también una fashion queen. Cada drag queen es única, tiene una lucha, un propósito. El mío es que las personas sean libres, libres para ser ellos mismos, nadie tiene el derecho de cambiar eso, de censurar. Por eso cada día lucho por trabajar con respeto hacia todas las personas. El drag es una manera de desdoblarse uno mismo, decontruirse. Es un espectáculo y al mismo tiempo un estilo de vida. Es oficio y sacrificio. Es el camino a mis sueños más viejos: ser feliz, ser estable, ser famoso e inspirar a la gente con mi ejemplo. 

Pero como toda la vida de los santos que he leído: lo humano nunca se separa de lo divino. Los santos son aquellos que se han ganado el cielo por tener los pies descalzos, por curar heridas, por defender al infeliz y no desamparar al necesitado. Los santos son santos en la misma medida en que fueron más humanos y nunca pararon de luchar.

Muchas de mis luchas son conmigo mismo: batallo con mis miedos, inseguridades. Esa es mi frase: Hay que amarse a uno mismo para poder amar a los demás. Y ese es el secreto para lograr mi máxima de vida: la felicidad. Con alegría todo lo que hacemos lo hacemos bien. Para ser feliz hay que amar. Claro que vamos a tener momentos horribles, pero a pesar de eso hay que ser feliz, porque lo más importante es que seguimos vivos y tenemos la oportunidad de seguir luchando. Pero también tengo otras luchas externas. Lucho porque todas las personas tengamos los mismos derechos, sobre todo aquellos que necesitan ser escuchados porque siempre han sido callados a través de la historia: las mujeres, la comunidad LGTB.  

La máscara: todo ese erotismo desenfrenado que despiertan los ajuares, los colorines y las curvas, todo eso se vuelve nada cuando llega la hora de la verdad. Llegamos a este mundo con nada y así mismo nos vamos. Cuando la muerte llega todo lo bello desaparece, todo lo que aparenta desaparece y solo queda una cosa, lo que amas y nada más. Ahí, en el umbral, es que vemos quién es santo y quién no. Ahí en el umbral es que nos damos cuenta que el viejo tenía razón: del polvo somos, y al polvo volvemos.

Nunca he tenido novio, pareja. Nunca he recibido el afecto del amor que hace ya mucho tiempo dejé de buscar. Tiré mi toalla, solo quedé con aquellos que están para suplir mis necesidades. Eso me pasa por ser muy tímido. Al final aunque lo dejes de intentar, siempre estás a la espera de que alguien aparezca. Alguien que estuviese ahí conmigo, un domingo abrazados viendo pelis, apoyado en su pecho, mientras hablamos de cualquier estupidez, cuando se sienta mal darle un abrazo. Soy de los que piensa que todos tenemos distintos tipos de amor que dar. Creo que me he enamorado, no estoy seguro, porque pienso que enamorarse es algo recíproco, cuando es solo una ilusión que viene de un solo lado no significa lo mismo. De hecho, ahora mismo siento cosas por alguien que no creo que ande en la misma sintonía que yo. Y ahí estoy, esperando a ver si el momento soñado llega. 

Al final todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar. Nos toca marcar el mundo antes de ser polvo. Eso es la vida, la vida es ser diferente. La vida es marcar el territorio con aquello que nadie más que tú puede hacer. La vida es el constante trabajar para ser santos. Y ahí está, amiga, la respuesta. Ser santos no es cosa divina, no es cosa de suerte. Ser santos es solo haber trabajado por y para libertad. Ser santos es simplemente ser humanos, con todas las cosas bajas y todas las cosas altas. 

Dentro de veinte años me veo siendo una marica muy fabulosa, estirada mi amor, porque me voy a echar mucho botox en la cara—se ríe—y viviendo de lo que me gusta hacer. Realmente no sé como seré en 20 años, quizás como empresario o conductor de televisión. No sé y me da pereza saber. No me gusta pensar en el futuro o que te pongan en tensión respecto al mañana. Saber lo que voy a hacer en 20 años no me interesa. Quiero esperar y trabajar. 

Ayúdame a trabajar, ayúdame a conocer, quiero ser como tú, madre, libre para conocer la verdad. En tu nombre lo pedimos, amén y amén. 

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