Cuando se Enmudeció mi Voz

June 9, 2019
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Foto de Ricardo Mancía en Unsplash.

Impávido, en busca de un cigarrillo me esfumé aquella tarde de la oficina de recursos humanos. Ni los altos puntajes en las rigurosas pruebas, ni mi experiencia laboral lograron la satisfacción para el adecuado perfil que aquella compañía de salud estaba inquiriendo. ¡Gélida sorpresa!

Prodigiosamente, al día siguiente fui contactado; aquella vacante no había sido ocupada, eso creí. Ya con contrato laboral firmado y con la dicha en la cúspide procedí a las nuevas funciones. El caudillo de esa área y que sería mi líder procedió al acto protocolario; él, un señor de sigilosa sonrisa dio la bienvenida a esta nueva figura que carecía de utilidad laboral. El suceso fue interrumpido por el taconeo que cesaba a mi dibujada sombra. La imponente figura femenina arropó de manera inmediata mi anatomía. La coordinadora de aquella institución me saludaba dándome la bienvenida, mi helada mano chocaba la suya, su excelente dicción hacía juego con su expresión corporal. -Asintió: la nueva contratación, (me señala) estará en mi unidad, sin discusión alguna procedí a la nueva orden interpuesta por esta anfitriona.

Con mis anaqueles instalados y en la operación diaria de mis asignaciones laborales, a mi nuevo rol llegaría una nueva misión que retozaba lo pactado en el acuerdo bipartidista laboral. De modo efímero, mi curva de aprendizaje fue notoria, tanto así, que en menos de tres semanas la relación laboral que nos unía daba origen a ciertos lazos de acercamientos personales. Evidente era la cercana relación que ejercía ella en mí; aunque mi desfachatez no fue osada ante el grupo laboral que percibía aquel acercamiento, el privilegio del que estaba siendo participe me llevaba a vivir en el limbo de las contrariedades y confusiones.

Mi pericia de ignorar el acercamiento de mi dirigente no era habitual, por respeto y experiencia siempre me he mantenido en aquella omnipotente barrera de establecer relaciones laborales, solo laborales. Lo que ignoraba y no podía negarme era al privilegio insólito que inundaba mis días; invitaciones a meriendas, reuniones familiares y extensas jornadas extralaborales en su morada; rebosaban la tolerancia y capacidad retrógrada de diluir sus intenciones fangosas.

Taciturno y acongojado quedé aquella mañana cuando atisbé que mi coordinadora husmeaba mis redes sociales, adicional a ello, indagaba a externos por mi estado civil, dirección de residencia y demás aspectos que alteraban mis enmarañadas semanas laborales. La tensión se disparó cuando su secretaria, en medio de un cómico comentario dispara al blanco de mis preferencias sexuales; sin darme cuenta comenzaba mi herejía de cacería de brujas.

Por otra parte, inexplicablemente mi nuevo sitio de trabajo era otro, aislado, donde los pasillos hacían eco encontrando las oxidadas y destartaladas camillas; como si esto fuera poco, el seguimiento riguroso a mis movimientos laborales se hicieron notar (horario de entrada y salida, hora de merienda) sumando a esto, la  medición diaria de mi productividad, el constante monitoreo a falencias que pudieran entorpecer la diaria operación; estaban paralizando mi estabilidad emocional.

Pero como no hay mal que por bien no venga, aquel viernes fin de mesada, el ímpetu de la cobardía indicaba que era la hora de dar final a ese abominable capítulo. Los golpes fuertes sonaban en aquella extensa puerta de madera, al dividir aquel pedazo de tronco persuadí que era ella, así fue; con su imponente léxico déspota que la caracterizaba indicaba mi nuevo traslado a un área indeseable, precaria e insolente. Sus ojos llenos de odio y desilusión señalaban mi culpa por no acceder a sus propósitos, su deseo por aquel joven homosexual aniquiló su gran anhelo de satisfacer sus estímulos sexuales. ¡Soberbio desenlace!

Redactado el texto de la culminación de mis labores, con mis falanges temblando indiqué las verdaderas razones por las que desistía de mis labores: intimidación, persecución laboral, matoneo por preferencias sexuales opuestas a las suyas y explotación laboral; de repente sentí que mi atolondrado instinto masculino se rebosaba en mí ser, ese repleto de testosterona segregaba mi ser y censuró la verdadera realidad.


Cuando se Enmudeció mi Voz

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November 13, 2018

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Foto de Ricardo Mancía en Unsplash.

Impávido, en busca de un cigarrillo me esfumé aquella tarde de la oficina de recursos humanos. Ni los altos puntajes en las rigurosas pruebas, ni mi experiencia laboral lograron la satisfacción para el adecuado perfil que aquella compañía de salud estaba inquiriendo. ¡Gélida sorpresa!

Prodigiosamente, al día siguiente fui contactado; aquella vacante no había sido ocupada, eso creí. Ya con contrato laboral firmado y con la dicha en la cúspide procedí a las nuevas funciones. El caudillo de esa área y que sería mi líder procedió al acto protocolario; él, un señor de sigilosa sonrisa dio la bienvenida a esta nueva figura que carecía de utilidad laboral. El suceso fue interrumpido por el taconeo que cesaba a mi dibujada sombra. La imponente figura femenina arropó de manera inmediata mi anatomía. La coordinadora de aquella institución me saludaba dándome la bienvenida, mi helada mano chocaba la suya, su excelente dicción hacía juego con su expresión corporal. -Asintió: la nueva contratación, (me señala) estará en mi unidad, sin discusión alguna procedí a la nueva orden interpuesta por esta anfitriona.

Con mis anaqueles instalados y en la operación diaria de mis asignaciones laborales, a mi nuevo rol llegaría una nueva misión que retozaba lo pactado en el acuerdo bipartidista laboral. De modo efímero, mi curva de aprendizaje fue notoria, tanto así, que en menos de tres semanas la relación laboral que nos unía daba origen a ciertos lazos de acercamientos personales. Evidente era la cercana relación que ejercía ella en mí; aunque mi desfachatez no fue osada ante el grupo laboral que percibía aquel acercamiento, el privilegio del que estaba siendo participe me llevaba a vivir en el limbo de las contrariedades y confusiones.

Mi pericia de ignorar el acercamiento de mi dirigente no era habitual, por respeto y experiencia siempre me he mantenido en aquella omnipotente barrera de establecer relaciones laborales, solo laborales. Lo que ignoraba y no podía negarme era al privilegio insólito que inundaba mis días; invitaciones a meriendas, reuniones familiares y extensas jornadas extralaborales en su morada; rebosaban la tolerancia y capacidad retrógrada de diluir sus intenciones fangosas.

Taciturno y acongojado quedé aquella mañana cuando atisbé que mi coordinadora husmeaba mis redes sociales, adicional a ello, indagaba a externos por mi estado civil, dirección de residencia y demás aspectos que alteraban mis enmarañadas semanas laborales. La tensión se disparó cuando su secretaria, en medio de un cómico comentario dispara al blanco de mis preferencias sexuales; sin darme cuenta comenzaba mi herejía de cacería de brujas.

Por otra parte, inexplicablemente mi nuevo sitio de trabajo era otro, aislado, donde los pasillos hacían eco encontrando las oxidadas y destartaladas camillas; como si esto fuera poco, el seguimiento riguroso a mis movimientos laborales se hicieron notar (horario de entrada y salida, hora de merienda) sumando a esto, la  medición diaria de mi productividad, el constante monitoreo a falencias que pudieran entorpecer la diaria operación; estaban paralizando mi estabilidad emocional.

Pero como no hay mal que por bien no venga, aquel viernes fin de mesada, el ímpetu de la cobardía indicaba que era la hora de dar final a ese abominable capítulo. Los golpes fuertes sonaban en aquella extensa puerta de madera, al dividir aquel pedazo de tronco persuadí que era ella, así fue; con su imponente léxico déspota que la caracterizaba indicaba mi nuevo traslado a un área indeseable, precaria e insolente. Sus ojos llenos de odio y desilusión señalaban mi culpa por no acceder a sus propósitos, su deseo por aquel joven homosexual aniquiló su gran anhelo de satisfacer sus estímulos sexuales. ¡Soberbio desenlace!

Redactado el texto de la culminación de mis labores, con mis falanges temblando indiqué las verdaderas razones por las que desistía de mis labores: intimidación, persecución laboral, matoneo por preferencias sexuales opuestas a las suyas y explotación laboral; de repente sentí que mi atolondrado instinto masculino se rebosaba en mí ser, ese repleto de testosterona segregaba mi ser y censuró la verdadera realidad.


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