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Jana Shnipelson

El pasado 26 de julio, miles de personas salieron a las calles de la ciudad bielorrusa de Gomel para recibir a la candidata presidencial, Svetlana Tsikhanovskaya. Al hacerlo, cantaban L’Estaca, la misma melodía con la que los polacos, en décadas pasadas, celebraban la caída del régimen comunista (World Crunch, 2020). Pocos días después, al repetir la escena en la ciudad capital de Minsk, Svetlana se consolidaba como la principal contendiente del actual presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, en las elecciones presidenciales que habrían de celebrarse el 9 de agosto.


Desde que asumió el poder de Bielorrusia hace 26 años, Lukashenko ha instaurado un régimen autoritario que ha hecho que el país sea conocido como “la última dictadura de Europa”. Exacerbando los inveterados temores nacionales del pasado, tales como la invasión nazi, las purgas comunistas y las desafortunadas consecuencias del desastre de Chernóbil, este mandatario se ha encargado de erigir su imagen como la de un férreo protector del pueblo frente a las amenazas extranjeras (The Washington Post, 2020). Así, promoviendo la idea de que la situación del país empeoraría sin su liderazgo, el presidente ha restringido las libertades civiles y políticas durante sus cinco mandatos. A pesar de que en años anteriores se han celebrado elecciones presidenciales, estas han estado marcadas por la censura y la persecución política, llegando a ser consideradas como fraudulentas por la comunidad internacional (The Washington Post, 2020).


La candidatura presidencial de Svetlana Tsikhanovskaya fue aprobada por las autoridades después de que su esposo, el activista político Sergueï Tikhanovski, fuera arrestado haber cuestionado las actuaciones del régimen frente a la pandemia del COVID-19. De esta forma, Lukashenko dispuso de todo el aparato estatal para deshacerse de los aspirantes “serios” que consideraba podían poner en riesgo el status quo. Debido a que Svetlana nunca se había visto involucrada en temas políticos y era una figura desconocida para la nación, el gobierno la consideró como una contrincante débil a la que podría vencer sin mayor esfuerzo. Además, Lukashenko apeló a su condición de mujer para desacreditarla. En uno de sus discursos, afirmó que, el pueblo bielorruso, como él, debía despreciar a una mujer que no es ni siquiera capaz de sostener un arma. Asimismo, en otra ocasión argumentó que la constitución política concibe al presidente como una figura puramente masculina, ya que solo los hombres son lo suficientemente fuertes para no sucumbir ante la presión y el poder que implica asumir la jefatura del Estado (Amnistía Internacional, 2020).


Las tácticas misóginas no son algo nuevo en Bielorrusia, en donde las actitudes patriarcales y discriminatorias se encuentran profundamente arraigadas tanto en el Estado como en la sociedad. En varias oportunidades, el presidente se ha referido a las mujeres en términos peyorativos, relegándolas por su apariencia física y promoviendo ideas que limitan su rol al de madres y portadoras de la moral. Si bien algunas mujeres han ocupado altos cargos en el sector público, estos nombramientos son en su mayoría simbólicos y dependen de su apoyo explícito al régimen (Amnistía Internacional, 2020). Las activistas políticas que no son afines al gobierno, por ende, se convierten en blanco de difamaciones. Por esta razón, Amnistía Internacional (2020) ha afirmado que las lideresas políticas del país sufren efectos desproporcionados frente a las estrategias de persecución implementadas por Lukashenko. 


A pesar de las condiciones adversas, Svetlana logró aliarse con dos mujeres más, que se encontraban en una situación política similar: Veronika Tsepkalo y Maria Kolesnikova. La primera es conocida por ser la esposa del líder político Valery Tsepkalo, quien se vio obligado a huir del país después de ser amenazado por su intención de lanzarse a la presidencia. La segunda, por otro lado, era la Gerente de Campaña del opositor Viktor Babariko, quien fue arrestado el pasado mes de junio. Al unir esfuerzos, estas tres mujeres han recibido el apoyo de miles de personas provenientes de todo el país que ven en ellas una posibilidad real de cambio. Su propuesta de gobierno, en términos generales, no tiene por propósito “tomar el poder”, sino “devolverlo”. Para ello, han prometido, en caso de ganar las elecciones, liberar a todos los prisioneros políticos, realizar elecciones libres y justas, y celebrar un referendo para reformar la constitución política de 1994 (Tekdeeps, 2020). 


A pesar del gran apoyo popular recibido por estas lideresas, la jornada electoral del pasado 9 de agosto arrojó como vencedor a Lukashenko con un 80% de los votos, comparado con un 10% obtenido por Svetlana (BBC, 2020). Al dirigirse a la autoridad electoral con el fin de revisar los resultados, la candidata fue detenida por 7 horas. Además, denunció haber recibido amenazas en contra de su vida e integridad, por lo que se vio forzada a huir hacia Lituania. Estados Unidos y la Unión Europea, por su parte, cuestionaron las elecciones, considerándolas como fraudulentas (The Washington Post, 2020). Desde entonces, miles de personas han salido a protestar a las calles para demandar la renuncia del presidente. 


La respuesta del gobierno ha sido la de reprimir violentamente las manifestaciones haciendo uso de las fuerzas policiales. A la fecha, hay 2 personas muertas, 200 heridas y por lo menos 6.000 han sido detenidas, incluyendo menores de edad y transeúntes que no participaban en las movilizaciones (BBC, 2020). De igual forma, se han registrado represalias específicas en contra de las mujeres, tales como la prohibición de ingresar productos de higiene femenina a los centros de detención, y amenazas de violencia sexual por parte de miembros de la policía (Amnistía Internacional, 2020). Sin embargo, el descontento ha alcanzado tal ímpetu y la popularidad de Svetlana se ha consolidado de tal forma, que se ha empezado a hablar de una revolución nacional liderada por mujeres. Así, considerando a la lideresa política como arquetipo de valentía y esperanza, se ha creado un movimiento descentralizado denominado “Las Mujeres de Blanco”. Estas activistas, que han diseñado mecanismos de ayuda para las familias de las personas detenidas y se han enfrentado a las autoridades exigiendo reformas políticas, son consideradas como la fuerza catalizadora de las protestas nacionales que demandan transformaciones sociales y políticas de fondo (The Washington Post, 2020).  


Estas manifestaciones se dan en un contexto regional en el que confluyen grandes intereses geopolíticos. Sucesos similares en 2003 en Georgia y en 2014 en Ucrania, han resultado en enfrentamientos militares con Rusia y en la desintegración territorial de ambos Estados. No obstante, en el país se ha despertado un sentimiento de esperanza que está siendo movilizado por las mujeres, a favor de la liberalización política. A pesar de que su activismo no es producto de un contexto social inclusivo, pues este se reconoce solo después de que una figura masculina de poder es acallada por el régimen, parece existir una oportunidad real de empoderamiento femenino. El movimiento “Las Mujeres de Blanco” plantea una realidad optimista en la que las mujeres asumen la dirección de uno de los momentos más críticos de la historia reciente de Bielorrusia.


Referencias: 


World Crunch. (Agosto, 2020). In Belarus, An Unexpected 'Women's Revolution' Arises Ahead Of Sunday's Election 


Amnistía Internacional. (Julio, 2020).  Belarus: Misogyny and discrimination fuels vicious campaign against activists ahead of election. 


Tekdeeps. (Julio, 2020). Will united women cause a revolution in Belarus? 


BBC. (Agosto, 2020). Belarus election: Second protester dies as UN sounds alarm



The Washington Post. (Marzo, 2017). Why Europe’s last dictatorship keeps surprising    Everyone? 


The Washington Post. (Agosto, 2020) Women make the difference in Belarus



Amnistía Internacional. (Julio, 2020). Amnesty International Public Statement. 


Feminismo Contra la Dictadura

Columna
por:
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August 30, 2020

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Jana Shnipelson

El pasado 26 de julio, miles de personas salieron a las calles de la ciudad bielorrusa de Gomel para recibir a la candidata presidencial, Svetlana Tsikhanovskaya. Al hacerlo, cantaban L’Estaca, la misma melodía con la que los polacos, en décadas pasadas, celebraban la caída del régimen comunista (World Crunch, 2020). Pocos días después, al repetir la escena en la ciudad capital de Minsk, Svetlana se consolidaba como la principal contendiente del actual presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, en las elecciones presidenciales que habrían de celebrarse el 9 de agosto.


Desde que asumió el poder de Bielorrusia hace 26 años, Lukashenko ha instaurado un régimen autoritario que ha hecho que el país sea conocido como “la última dictadura de Europa”. Exacerbando los inveterados temores nacionales del pasado, tales como la invasión nazi, las purgas comunistas y las desafortunadas consecuencias del desastre de Chernóbil, este mandatario se ha encargado de erigir su imagen como la de un férreo protector del pueblo frente a las amenazas extranjeras (The Washington Post, 2020). Así, promoviendo la idea de que la situación del país empeoraría sin su liderazgo, el presidente ha restringido las libertades civiles y políticas durante sus cinco mandatos. A pesar de que en años anteriores se han celebrado elecciones presidenciales, estas han estado marcadas por la censura y la persecución política, llegando a ser consideradas como fraudulentas por la comunidad internacional (The Washington Post, 2020).


La candidatura presidencial de Svetlana Tsikhanovskaya fue aprobada por las autoridades después de que su esposo, el activista político Sergueï Tikhanovski, fuera arrestado haber cuestionado las actuaciones del régimen frente a la pandemia del COVID-19. De esta forma, Lukashenko dispuso de todo el aparato estatal para deshacerse de los aspirantes “serios” que consideraba podían poner en riesgo el status quo. Debido a que Svetlana nunca se había visto involucrada en temas políticos y era una figura desconocida para la nación, el gobierno la consideró como una contrincante débil a la que podría vencer sin mayor esfuerzo. Además, Lukashenko apeló a su condición de mujer para desacreditarla. En uno de sus discursos, afirmó que, el pueblo bielorruso, como él, debía despreciar a una mujer que no es ni siquiera capaz de sostener un arma. Asimismo, en otra ocasión argumentó que la constitución política concibe al presidente como una figura puramente masculina, ya que solo los hombres son lo suficientemente fuertes para no sucumbir ante la presión y el poder que implica asumir la jefatura del Estado (Amnistía Internacional, 2020).


Las tácticas misóginas no son algo nuevo en Bielorrusia, en donde las actitudes patriarcales y discriminatorias se encuentran profundamente arraigadas tanto en el Estado como en la sociedad. En varias oportunidades, el presidente se ha referido a las mujeres en términos peyorativos, relegándolas por su apariencia física y promoviendo ideas que limitan su rol al de madres y portadoras de la moral. Si bien algunas mujeres han ocupado altos cargos en el sector público, estos nombramientos son en su mayoría simbólicos y dependen de su apoyo explícito al régimen (Amnistía Internacional, 2020). Las activistas políticas que no son afines al gobierno, por ende, se convierten en blanco de difamaciones. Por esta razón, Amnistía Internacional (2020) ha afirmado que las lideresas políticas del país sufren efectos desproporcionados frente a las estrategias de persecución implementadas por Lukashenko. 


A pesar de las condiciones adversas, Svetlana logró aliarse con dos mujeres más, que se encontraban en una situación política similar: Veronika Tsepkalo y Maria Kolesnikova. La primera es conocida por ser la esposa del líder político Valery Tsepkalo, quien se vio obligado a huir del país después de ser amenazado por su intención de lanzarse a la presidencia. La segunda, por otro lado, era la Gerente de Campaña del opositor Viktor Babariko, quien fue arrestado el pasado mes de junio. Al unir esfuerzos, estas tres mujeres han recibido el apoyo de miles de personas provenientes de todo el país que ven en ellas una posibilidad real de cambio. Su propuesta de gobierno, en términos generales, no tiene por propósito “tomar el poder”, sino “devolverlo”. Para ello, han prometido, en caso de ganar las elecciones, liberar a todos los prisioneros políticos, realizar elecciones libres y justas, y celebrar un referendo para reformar la constitución política de 1994 (Tekdeeps, 2020). 


A pesar del gran apoyo popular recibido por estas lideresas, la jornada electoral del pasado 9 de agosto arrojó como vencedor a Lukashenko con un 80% de los votos, comparado con un 10% obtenido por Svetlana (BBC, 2020). Al dirigirse a la autoridad electoral con el fin de revisar los resultados, la candidata fue detenida por 7 horas. Además, denunció haber recibido amenazas en contra de su vida e integridad, por lo que se vio forzada a huir hacia Lituania. Estados Unidos y la Unión Europea, por su parte, cuestionaron las elecciones, considerándolas como fraudulentas (The Washington Post, 2020). Desde entonces, miles de personas han salido a protestar a las calles para demandar la renuncia del presidente. 


La respuesta del gobierno ha sido la de reprimir violentamente las manifestaciones haciendo uso de las fuerzas policiales. A la fecha, hay 2 personas muertas, 200 heridas y por lo menos 6.000 han sido detenidas, incluyendo menores de edad y transeúntes que no participaban en las movilizaciones (BBC, 2020). De igual forma, se han registrado represalias específicas en contra de las mujeres, tales como la prohibición de ingresar productos de higiene femenina a los centros de detención, y amenazas de violencia sexual por parte de miembros de la policía (Amnistía Internacional, 2020). Sin embargo, el descontento ha alcanzado tal ímpetu y la popularidad de Svetlana se ha consolidado de tal forma, que se ha empezado a hablar de una revolución nacional liderada por mujeres. Así, considerando a la lideresa política como arquetipo de valentía y esperanza, se ha creado un movimiento descentralizado denominado “Las Mujeres de Blanco”. Estas activistas, que han diseñado mecanismos de ayuda para las familias de las personas detenidas y se han enfrentado a las autoridades exigiendo reformas políticas, son consideradas como la fuerza catalizadora de las protestas nacionales que demandan transformaciones sociales y políticas de fondo (The Washington Post, 2020).  


Estas manifestaciones se dan en un contexto regional en el que confluyen grandes intereses geopolíticos. Sucesos similares en 2003 en Georgia y en 2014 en Ucrania, han resultado en enfrentamientos militares con Rusia y en la desintegración territorial de ambos Estados. No obstante, en el país se ha despertado un sentimiento de esperanza que está siendo movilizado por las mujeres, a favor de la liberalización política. A pesar de que su activismo no es producto de un contexto social inclusivo, pues este se reconoce solo después de que una figura masculina de poder es acallada por el régimen, parece existir una oportunidad real de empoderamiento femenino. El movimiento “Las Mujeres de Blanco” plantea una realidad optimista en la que las mujeres asumen la dirección de uno de los momentos más críticos de la historia reciente de Bielorrusia.


Referencias: 


World Crunch. (Agosto, 2020). In Belarus, An Unexpected 'Women's Revolution' Arises Ahead Of Sunday's Election 


Amnistía Internacional. (Julio, 2020).  Belarus: Misogyny and discrimination fuels vicious campaign against activists ahead of election. 


Tekdeeps. (Julio, 2020). Will united women cause a revolution in Belarus? 


BBC. (Agosto, 2020). Belarus election: Second protester dies as UN sounds alarm



The Washington Post. (Marzo, 2017). Why Europe’s last dictatorship keeps surprising    Everyone? 


The Washington Post. (Agosto, 2020) Women make the difference in Belarus



Amnistía Internacional. (Julio, 2020). Amnesty International Public Statement. 


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