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En 1977 y con motivo de cumplirse 7 años de publicada la obra de Eduardo Galeano “Las Venas abiertas de América Latina”, el autor reflexionaba acerca de la vulneración de Derechos Humanos que en ese entonces se estaban llevando adelante en muchos países de América Latina. Utilizando un lenguaje tan sencillo como demoledor, nos enseñaba que todo acto de destrucción lleva ínsito un acto de creación. Él afirmaba: “El sistema encuentra su paradigma en la inmutable sociedad de las hormigas. Por eso se lleva mal con la historia de los hombres, por lo mucho que cambia. Y porque en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación” (1)


Varias décadas después, y con motivo de la pandemia que nos encontramos atravesando (no solo en América Latina, sino a nivel planetario), podemos ver en sus palabras modos de entender lo que hoy sucede, específicamente con los sistemas educativos.

Desde que los distintos Estados dictaron la cuarentena obligatoria, los espacios educativos (universidades, institutos superiores, escuelas primarias, secundarias y jardines de niños/as) han sido los primeros en cerrar sus puertas. Se podría pensar que en un contexto de angustia e incertidumbre extrema de la población, la actividad de enseñanza-aprendizaje quedaría en suspenso. Sin embargo, y con la fuerza que impulsa la vocación de educadores, docentes y maestros/as, se comenzaron a crear espacios que sostienen un sistema que quizás no sea médico, sanitario o de emergencia pero que en este contexto resulta igualmente importante: el sostener la esperanza. ¿Cómo podríamos pensar que una sociedad puede mantenerse en pie si los/as niños/as y adolescentes, futuros/as ciudadanos/as, pierden una de las cualidades que nos hace humanos: la esperanza? 

En poco tiempo y, en la mayoría de los casos, con escasos recursos disponibles (recordemos que hay sitios en muchos países de América Latina donde no llega internet o donde las escuelas son también espacios donde los estudiantes van a alimentarse), docentes y educadores comenzaron a tejer redes de contención a niños/as en un sistema olvidado hace décadas. Y esta situación también dejó en evidencia la disparidad de acceso a las tecnologías y cómo impacta eso en el acceso al derecho a la educación: quienes tienen acceso a internet, dispositivos electrónicos, institutos de enseñanza que brinda clases a distancia, un hogar que acompañe, etc., y aquellos educandos que nada de eso tienen.

La legislación educativa avanza en lo que a derechos e innovación se refiere (tanto en las legislaciones de los Estados como en el Sistema Internacional de Derechos Humanos), pero no sucede lo mismo con inversión en infraestructura y sueldos de sus trabajadores/as. En este momento educadores y maestros se encuentran trabajando el triple que antes de la pandemia y el reconocimiento social muchas veces no va de la mano con la importante y delicada tarea que tienen.

A lo antedicho debemos sumar, la estresante labor que se encuentran atravesando las docentes que, además, son madres y sostén de hogar. Sin duda y como destacamos en un artículo anterior, las tareas a las que las mujeres están sujetas se encuentran doblemente invisibilizadas en este caso: con el triple de trabajo extra hogar vía remota y con la presión de contener a niños/as todo el día encerrados/as.

Cabe preguntarnos y reflexionar en este contexto si realmente como sociedades le damos el lugar e importancia que merece la educación. Y eso no solo implica un reconocimiento verbal: implica darle a los/as docentes salubridad en el desarrollo de sus tareas (el sistema educativo argentino requiere un trabajo a jornadas extendidas, con aulas abarrotadas de estudiantes con distintas problemáticas difíciles de abordar y en contextos pedagógicos diversos, enseñando contenidos para seres del pasado más que para sujetos del presente cambiante, sueldos bajísimos y que no van de la mano con la constante actualización que se debe realizar, entre tantas otras). Esto nos permite reflexionar y me permito decir: tenemos que proponernos no volver iguales cuando volvamos al espacio público, ese espacio que hoy nos parece descabellado habitar de a muchos/as. 

En ese desafío nos encontramos hoy, educando desde nuestros confines privados para mantener la esperanza en los bancos vacíos, esa esperanza que debe seguir estando. En palabras de Korol:


“A pesar de estos límites, vale la pena colocar entre lo ganado en aquellos esfuerzos, la percepción de que las revoluciones no requieren sólo de grandes teorías para ser realizadas, sino que nos desafían a crear personas libres, que conjuguen actos y palabras, teorías y prácticas, ideas y valores opuestos a los que reproducen la dominación. Personas libres y colectivos libres, no agrupados por el miedo, no unidos por el espanto o por mecanismos coercitivos de control. Personas y colectivos entramados en la complicidad y en la voluntad de escribir solidariamente una nueva manera de estar en el mundo”.(2)

Reflexionemos para que después de que todo esto pase, logremos crear entre todos esa nueva manera de estar en el mundo. Un mundo más libre, más empático, más equitativo y, sobre todo, más humano.


**Especialmente dedicado a mis colegas docentes y a mis estudiantes, en este tiempo de creación de ese nuevo mundo.


Referencias:

  1. GALEANO, Eduardo. Las venas abiertas de América Latina. 1°ed. Ed. Siglo Veintiuno, Bs. As., 2013. Pág. 363.

KOROL, Claudia. “La educación como práctica de libertad. Nuevas lecturas posibles” en KOROL, Claudia (comp). Hacia una pedagogía feminista Géneros y educación popular. Ed. Colectivo América Libre, 2007. Pág. 13.

Las Venas Abiertas del Sistema Educativo

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May 15, 2020

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En 1977 y con motivo de cumplirse 7 años de publicada la obra de Eduardo Galeano “Las Venas abiertas de América Latina”, el autor reflexionaba acerca de la vulneración de Derechos Humanos que en ese entonces se estaban llevando adelante en muchos países de América Latina. Utilizando un lenguaje tan sencillo como demoledor, nos enseñaba que todo acto de destrucción lleva ínsito un acto de creación. Él afirmaba: “El sistema encuentra su paradigma en la inmutable sociedad de las hormigas. Por eso se lleva mal con la historia de los hombres, por lo mucho que cambia. Y porque en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación” (1)


Varias décadas después, y con motivo de la pandemia que nos encontramos atravesando (no solo en América Latina, sino a nivel planetario), podemos ver en sus palabras modos de entender lo que hoy sucede, específicamente con los sistemas educativos.

Desde que los distintos Estados dictaron la cuarentena obligatoria, los espacios educativos (universidades, institutos superiores, escuelas primarias, secundarias y jardines de niños/as) han sido los primeros en cerrar sus puertas. Se podría pensar que en un contexto de angustia e incertidumbre extrema de la población, la actividad de enseñanza-aprendizaje quedaría en suspenso. Sin embargo, y con la fuerza que impulsa la vocación de educadores, docentes y maestros/as, se comenzaron a crear espacios que sostienen un sistema que quizás no sea médico, sanitario o de emergencia pero que en este contexto resulta igualmente importante: el sostener la esperanza. ¿Cómo podríamos pensar que una sociedad puede mantenerse en pie si los/as niños/as y adolescentes, futuros/as ciudadanos/as, pierden una de las cualidades que nos hace humanos: la esperanza? 

En poco tiempo y, en la mayoría de los casos, con escasos recursos disponibles (recordemos que hay sitios en muchos países de América Latina donde no llega internet o donde las escuelas son también espacios donde los estudiantes van a alimentarse), docentes y educadores comenzaron a tejer redes de contención a niños/as en un sistema olvidado hace décadas. Y esta situación también dejó en evidencia la disparidad de acceso a las tecnologías y cómo impacta eso en el acceso al derecho a la educación: quienes tienen acceso a internet, dispositivos electrónicos, institutos de enseñanza que brinda clases a distancia, un hogar que acompañe, etc., y aquellos educandos que nada de eso tienen.

La legislación educativa avanza en lo que a derechos e innovación se refiere (tanto en las legislaciones de los Estados como en el Sistema Internacional de Derechos Humanos), pero no sucede lo mismo con inversión en infraestructura y sueldos de sus trabajadores/as. En este momento educadores y maestros se encuentran trabajando el triple que antes de la pandemia y el reconocimiento social muchas veces no va de la mano con la importante y delicada tarea que tienen.

A lo antedicho debemos sumar, la estresante labor que se encuentran atravesando las docentes que, además, son madres y sostén de hogar. Sin duda y como destacamos en un artículo anterior, las tareas a las que las mujeres están sujetas se encuentran doblemente invisibilizadas en este caso: con el triple de trabajo extra hogar vía remota y con la presión de contener a niños/as todo el día encerrados/as.

Cabe preguntarnos y reflexionar en este contexto si realmente como sociedades le damos el lugar e importancia que merece la educación. Y eso no solo implica un reconocimiento verbal: implica darle a los/as docentes salubridad en el desarrollo de sus tareas (el sistema educativo argentino requiere un trabajo a jornadas extendidas, con aulas abarrotadas de estudiantes con distintas problemáticas difíciles de abordar y en contextos pedagógicos diversos, enseñando contenidos para seres del pasado más que para sujetos del presente cambiante, sueldos bajísimos y que no van de la mano con la constante actualización que se debe realizar, entre tantas otras). Esto nos permite reflexionar y me permito decir: tenemos que proponernos no volver iguales cuando volvamos al espacio público, ese espacio que hoy nos parece descabellado habitar de a muchos/as. 

En ese desafío nos encontramos hoy, educando desde nuestros confines privados para mantener la esperanza en los bancos vacíos, esa esperanza que debe seguir estando. En palabras de Korol:


“A pesar de estos límites, vale la pena colocar entre lo ganado en aquellos esfuerzos, la percepción de que las revoluciones no requieren sólo de grandes teorías para ser realizadas, sino que nos desafían a crear personas libres, que conjuguen actos y palabras, teorías y prácticas, ideas y valores opuestos a los que reproducen la dominación. Personas libres y colectivos libres, no agrupados por el miedo, no unidos por el espanto o por mecanismos coercitivos de control. Personas y colectivos entramados en la complicidad y en la voluntad de escribir solidariamente una nueva manera de estar en el mundo”.(2)

Reflexionemos para que después de que todo esto pase, logremos crear entre todos esa nueva manera de estar en el mundo. Un mundo más libre, más empático, más equitativo y, sobre todo, más humano.


**Especialmente dedicado a mis colegas docentes y a mis estudiantes, en este tiempo de creación de ese nuevo mundo.


Referencias:

  1. GALEANO, Eduardo. Las venas abiertas de América Latina. 1°ed. Ed. Siglo Veintiuno, Bs. As., 2013. Pág. 363.

KOROL, Claudia. “La educación como práctica de libertad. Nuevas lecturas posibles” en KOROL, Claudia (comp). Hacia una pedagogía feminista Géneros y educación popular. Ed. Colectivo América Libre, 2007. Pág. 13.

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