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Juan S Villegas

Por estos días de cuarentena he notado con mayor claridad cómo se expresa mi cuerpo, me refiero a los cambios que he experimentado al alterar las rutinas y por supuesto contar con más tiempo para dedicarme a observar cada detalle del entorno y de mi; en medio de este casi monólogo con mi cuerpo, con todos mis yo, también he vuelto a repasar situaciones del pasado y, en la nostalgia de un abrazo, he reflexionado sobre las relaciones vividas.

Todas mis relaciones las atesoro, honro cada persona que me ha acompañado en este excitante camino. Puedo reconocer en el mosaico de mi ser, el fragmento que cada una de ellas me ha entregado, que he transformado y he adaptado para configurar quien soy hoy.

Puedo observar cómo mi forma de amar ha cambiado, es un arcoíris de experiencias que van desde el noviazgo posesivo, celos desenfrenados, jornadas de sexo agotador, poliamor, relaciones por conveniencia, llegué a odiarme en la soledad para luego volver los pasos y reencontrarme con otro amor, el de mis padres, la red familiar, los amigos de la adolescencia, la parceria y la complicidad, explorar la abstinencia sexual consiente, el disfrute de mi cuerpo, el cuidado de mi energía creativa, el soltar, dejar ser y ser, para ahora confirmar la importancia de cultivar el amor propio.

En este recorrido he cosechado algunos frutos sobre el amor que quiero compartir con ustedes.

El amor es un gesto de dar y también una disposición a recibir. En todas las relaciones importantes de mi vida he observado el ejercicio de dar y recibir como la máxima expresión de amor, los padres nos dan la oportunidad de encarnar, su tiempo, cariño y cuidado; los amigos además nos brindan su complicidad, aceptación y respeto; en los noviazgos nos hemos permitido explorar la intimidad del cuerpo y del alma, el ejercicio de sincronizar el sentir e incluso los sueños.

Pero fue en la relación conmigo misma donde aprendí más del gesto de amar. En una época no muy lejana, cuando por cuestiones de la vida quedé sin empleo, sin novio y sin dinero, SIN; estaba yo, el espacio que habitaba, un ángel que siempre me acompaña y un alucinante té. En este encerramiento me di cuenta que siempre estaba dispuesta a dar pero pocas veces sentía que necesitaba recibir y en eso radicaban algunas de mis rupturas amorosas, todo lo que ofrecía a los demás, la escucha, el perdón, el consejo, la paciencia, los halagos, todo esto no estaba dispuesta a recibirlo ni de mi misma, no me amaba, no me deseaba, no me respetaba, concluí que no me conocía.

Alcancé mayor claridad sobre el amor cuando me di tiempo, me escuche, me permití ser, cuando liberé todas mis emociones, cuando soñé y pude entonces reconocerme; en ese momento me descubrí feliz haciendo algo que no estaba certificado en ninguno de mis títulos; revisé mi closet, vestí aquellas prendas con las que me sentí plena e identifiqué los colores con los que vibro, mi propia estética; revisé mis proyectos detenidos en el tiempo, acepté mi ritmo y confirmé mis sueños. Vi también mis miedos y comprendí mis enfermedades. Empecé a conocerme.

Al reconocer todo esto de mi misma desee un abrazo, entonces mis manos empezaron a tocarme, me abrace, fue hermoso; luego esas manos empezaron a explorar mi cuerpo con movimientos consoladores, desperté sensaciones en zonas que nadie antes había estimulado, que yo creía muertas al placer; ese encuentro tan íntimo y sincero despertó un gran fuego emocional y energético en mi cuerpo, algo que nunca antes había sentido, un fuego que cambio mi ser.

Con este impulso y otras experiencias que fueron llegando pude entender que nuestra energía sexual es netamente creativa, nos potencia y potencia al otro en el momento en que la compartimos. Esta energía se expresa de diferentes formas, por ejemplo a través de una obra de arte, una pieza musical, una deliciosa aromática, un relato, un abrazo.

Cuando me amé vi la sombra de mi arcoiris y los destellos de luz que irradio, fue en ese momento cuando experimenté por primera vez un fuerte impulso de compartirlos, de dar, de amar y recibir, no desde el vacío, pues me sentía llena, contenida, segura. Abracé todo lo bello y lo complejo de mi ser, quería correr a compartirlo y hallar el arcoiris que habita en los otros, explorar y aprender con ellas y ellos, fusionar sueños, sentires, placeres, potenciarnos, alimentarnos.

Aquí fue cuando comprendí también que en la relación de pareja toda mi energía, mi emocionalidad, mis pensamientos, mi salud cultivada con la alimentación, la meditación, las lecturas, los rituales, el autocuidado; toda mi historia y las memorias aún no reconocidas, todo yo alimenta a esa persona que nos acompaña y lo que construimos con ella.

Comprendí entonces que un gesto de amor expresado en un encuentro sexual permea más que el cuerpo físico, sucede allí un intercambio energético y emocional que deja huellas, nos acompaña, nos estimula, nos alimenta… ¿de qué? de los  sentimientos y las intenciones que nos invadan en el encuentro amoroso. Cultivar una sexualidad consciente es un proceso de autoconocimiento del cuerpo físico en el que intervienen nuestros ciclos, también nuestra emocionalidad, nuestra sensibilidad, aquello que nos estimula, las fantasías, los miedos, hasta las “perversiones”, la forma como nos expresamos, el propósito de vida, las sombras y las tareas por resolver en nuestro ser; es un intercambio completo.

La sexualidad consciente es una experiencia sensorial y espiritual.  amerita estar totalmente presente, acariciar el alma y el cuerpo en todas sus formas, respetando al otro, cuidando el propósito que me invade en ese momento, con total apertura de todos los sentidos; estar atento al roce de los labios, a la temperatura de la boca, a la humedad, al peso de la mano que acaricia, a las vibraciones o tensiones, a la respiración… dar y recibir como en un diálogo, como una danza amoriosa.

Amar implica mirar hacia adentro, reconocerse, soltar y expandirse fusionándose con todo lo que nos rodea; crear y compartir eso que cada uno quiere vivir y sentir con el otro.

Mirando me asome
y me encontré bailando
la vida disfrutando
tum turum tum
al tambó del corazón
cada segundo gozando.
En espiral danzando
voy hacia adentro,
soltando, expandiendo, fusionando
a los otros respetando
con todos cantando
la vida amando.

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Juan S Villegas

Por estos días de cuarentena he notado con mayor claridad cómo se expresa mi cuerpo, me refiero a los cambios que he experimentado al alterar las rutinas y por supuesto contar con más tiempo para dedicarme a observar cada detalle del entorno y de mi; en medio de este casi monólogo con mi cuerpo, con todos mis yo, también he vuelto a repasar situaciones del pasado y, en la nostalgia de un abrazo, he reflexionado sobre las relaciones vividas.

Todas mis relaciones las atesoro, honro cada persona que me ha acompañado en este excitante camino. Puedo reconocer en el mosaico de mi ser, el fragmento que cada una de ellas me ha entregado, que he transformado y he adaptado para configurar quien soy hoy.

Puedo observar cómo mi forma de amar ha cambiado, es un arcoíris de experiencias que van desde el noviazgo posesivo, celos desenfrenados, jornadas de sexo agotador, poliamor, relaciones por conveniencia, llegué a odiarme en la soledad para luego volver los pasos y reencontrarme con otro amor, el de mis padres, la red familiar, los amigos de la adolescencia, la parceria y la complicidad, explorar la abstinencia sexual consiente, el disfrute de mi cuerpo, el cuidado de mi energía creativa, el soltar, dejar ser y ser, para ahora confirmar la importancia de cultivar el amor propio.

En este recorrido he cosechado algunos frutos sobre el amor que quiero compartir con ustedes.

El amor es un gesto de dar y también una disposición a recibir. En todas las relaciones importantes de mi vida he observado el ejercicio de dar y recibir como la máxima expresión de amor, los padres nos dan la oportunidad de encarnar, su tiempo, cariño y cuidado; los amigos además nos brindan su complicidad, aceptación y respeto; en los noviazgos nos hemos permitido explorar la intimidad del cuerpo y del alma, el ejercicio de sincronizar el sentir e incluso los sueños.

Pero fue en la relación conmigo misma donde aprendí más del gesto de amar. En una época no muy lejana, cuando por cuestiones de la vida quedé sin empleo, sin novio y sin dinero, SIN; estaba yo, el espacio que habitaba, un ángel que siempre me acompaña y un alucinante té. En este encerramiento me di cuenta que siempre estaba dispuesta a dar pero pocas veces sentía que necesitaba recibir y en eso radicaban algunas de mis rupturas amorosas, todo lo que ofrecía a los demás, la escucha, el perdón, el consejo, la paciencia, los halagos, todo esto no estaba dispuesta a recibirlo ni de mi misma, no me amaba, no me deseaba, no me respetaba, concluí que no me conocía.

Alcancé mayor claridad sobre el amor cuando me di tiempo, me escuche, me permití ser, cuando liberé todas mis emociones, cuando soñé y pude entonces reconocerme; en ese momento me descubrí feliz haciendo algo que no estaba certificado en ninguno de mis títulos; revisé mi closet, vestí aquellas prendas con las que me sentí plena e identifiqué los colores con los que vibro, mi propia estética; revisé mis proyectos detenidos en el tiempo, acepté mi ritmo y confirmé mis sueños. Vi también mis miedos y comprendí mis enfermedades. Empecé a conocerme.

Al reconocer todo esto de mi misma desee un abrazo, entonces mis manos empezaron a tocarme, me abrace, fue hermoso; luego esas manos empezaron a explorar mi cuerpo con movimientos consoladores, desperté sensaciones en zonas que nadie antes había estimulado, que yo creía muertas al placer; ese encuentro tan íntimo y sincero despertó un gran fuego emocional y energético en mi cuerpo, algo que nunca antes había sentido, un fuego que cambio mi ser.

Con este impulso y otras experiencias que fueron llegando pude entender que nuestra energía sexual es netamente creativa, nos potencia y potencia al otro en el momento en que la compartimos. Esta energía se expresa de diferentes formas, por ejemplo a través de una obra de arte, una pieza musical, una deliciosa aromática, un relato, un abrazo.

Cuando me amé vi la sombra de mi arcoiris y los destellos de luz que irradio, fue en ese momento cuando experimenté por primera vez un fuerte impulso de compartirlos, de dar, de amar y recibir, no desde el vacío, pues me sentía llena, contenida, segura. Abracé todo lo bello y lo complejo de mi ser, quería correr a compartirlo y hallar el arcoiris que habita en los otros, explorar y aprender con ellas y ellos, fusionar sueños, sentires, placeres, potenciarnos, alimentarnos.

Aquí fue cuando comprendí también que en la relación de pareja toda mi energía, mi emocionalidad, mis pensamientos, mi salud cultivada con la alimentación, la meditación, las lecturas, los rituales, el autocuidado; toda mi historia y las memorias aún no reconocidas, todo yo alimenta a esa persona que nos acompaña y lo que construimos con ella.

Comprendí entonces que un gesto de amor expresado en un encuentro sexual permea más que el cuerpo físico, sucede allí un intercambio energético y emocional que deja huellas, nos acompaña, nos estimula, nos alimenta… ¿de qué? de los  sentimientos y las intenciones que nos invadan en el encuentro amoroso. Cultivar una sexualidad consciente es un proceso de autoconocimiento del cuerpo físico en el que intervienen nuestros ciclos, también nuestra emocionalidad, nuestra sensibilidad, aquello que nos estimula, las fantasías, los miedos, hasta las “perversiones”, la forma como nos expresamos, el propósito de vida, las sombras y las tareas por resolver en nuestro ser; es un intercambio completo.

La sexualidad consciente es una experiencia sensorial y espiritual.  amerita estar totalmente presente, acariciar el alma y el cuerpo en todas sus formas, respetando al otro, cuidando el propósito que me invade en ese momento, con total apertura de todos los sentidos; estar atento al roce de los labios, a la temperatura de la boca, a la humedad, al peso de la mano que acaricia, a las vibraciones o tensiones, a la respiración… dar y recibir como en un diálogo, como una danza amoriosa.

Amar implica mirar hacia adentro, reconocerse, soltar y expandirse fusionándose con todo lo que nos rodea; crear y compartir eso que cada uno quiere vivir y sentir con el otro.

Mirando me asome
y me encontré bailando
la vida disfrutando
tum turum tum
al tambó del corazón
cada segundo gozando.
En espiral danzando
voy hacia adentro,
soltando, expandiendo, fusionando
a los otros respetando
con todos cantando
la vida amando.

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