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Fotografía de María Luisa Bombal

Si hay una mujer que ha sufrido por cuenta del amor romántico ha sido Maria Luisa Bombal. Aunque ella no encarna, precisamente, la representación de una víctima. Quizás fue por su sensibilidad o por el puro placer estético que le producía el sufrimiento de escritora, lo cierto es que vivió y sintió intensamente. Sentir fue su consigna. Sentir hasta llegar a las últimas consecuencias. Tanto sintió que sacrificó su cordura y su éxito en nombre del amor. Actuó por impulsos, causó tragedias, y eso llevó a que su obra no fuera premiada sino hasta el final de su vida. Haberlo hecho antes hubiera significado pasar por alto sus comportamientos destructivos, cosa que difícilmente ocurre cuando se trata de una figura femenina. En el caso de las mujeres, la obra no se separa de la artista, por el contrario, se usa para sancionarla moralmente. Eso fue lo que vivió la Bombal.

María Luisa fue una escritora chilena altamente reputada durante el ascenso de su carrera literaria, en la década de los treinta y principios de los cuarenta. Compartió el círculo de Pablo Neruda, en cuya cocina escribió La última niebla (1931), Luigi Pirandello y Oliverio Girondo. Sobre su segunda novela, La amortajada (1938), Jorge Luis Borges le había recomendado no hacerla, ya que consideraba imposible ejecutar la mezcla de lo realista con lo sobrenatural. Aun así, al publicarse, lo describió como un “libro de triste magia, deliberadamente surannée, libro de oculta organización eficaz, libro que no olvidará nuestra América”. 

Juan Rulfo confesó que la visión de Maria Luisa sobre la muerte había inspirado Pedro Páramo y varias calles de Comala. García Lorca le presentó a quien sería su esposo, el artista Jorge Larco, y Alfonsina Storni rechazaba sus invitaciones de bohemia, excusada en los deberes laborales que debía cumplir.

Y es que Maria Luisa mantuvo una larga amistad con estas figuras que confluyeron en Buenos Aires para entablar las tertulias en la buhardilla de Signo. Fue en esta ciudad donde escribió casi toda la obra por la que sería aclamada. Allí fue a dar gracias a Pablo Neruda, quien le propuso mudarse de Santiago, para escapar de un amor atormentado. ¿Cuánto tiempo necesitaré para que estos reflejos sean reemplazados por otros reflejos? Parece surreal, eso de ser curada del desamor por un poeta, pero la vida de la Bombal fue puro sueño (o niebla).

La narrativa poética sería su sello, sus personajes femeninos su propio reflejo. Se quedó a medio camino entre el cuento y la novela, con relatos sin tramas complejas a cambio de una extraordinaria riqueza íntima. No se hubiera atrevido a escribir sobre sentimientos que no conocía, así que hablaba de sí misma, en la piel de otra, de alguna muerta, de alguna mujer mal querida de la mediana edad. ¿Es preciso morir para saber ciertas cosas? Se preguntó para imaginar las verdades de sus afectos. 

Deslumbraba por su inteligencia y elegancia. Su presencia evocaba el ambiente parisino, en donde creció y se educó durante 12 años. En La Sorbona, se especializó en literatura francesa, pero también tuvo inclinaciones por la música y el teatro. Al final, se decantó por las palabras, que había empezado a garabatear desde los siete años, intentando escribir poemas que nunca publicó. 

Tras volver de Francia, ya en Santiago, empezó a intuir que no encajaría en el ambiente provincial. Bebía, fumaba y hablaba fuerte. Nada propio. El escándalo lo suscitó, no obstante, la relación que mantuvo con Eulogio Sánchez, un heredero aristócrata cuya familia representaba a la derecha política de Chile. Por una petición que su madre lamentaría toda la vida, Eulogio fue a recogerla del transatlántico que la trajo de Europa. 

Aunque había solicitado la nulidad de su primer matrimonio, Eulogio seguía casado.  Aun así, las normas sociales no fueron el problema de María Luisa. Para ella, el gran dolor encontraba su origen en el desdén de su amante, en su frialdad y en lo descuidado que siempre fue con sus sentimientos. Nunca le perdonó que no pudiera amarla, a ella, que derrochaba elocuencia y belleza. En todo momento la mantuvo escondida y nunca tuvo la intención de hacerla su esposa, aunque sabía que ese era su mayor deseo. Sufro, sufro de ti como de una herida incesantemente abierta, escribió en La última niebla.

El día quema horas, minutos, segundos. María Luisa se consumía en sus propios pensamientos, esperando una respuesta a las tantas cartas que le enviaba. Se consumía en la asfixia del no saber por qué ¿Por qué no la quería? ¿Por qué el no podía admirarla de la forma en que lo hacían tantos otros? Universalmente insuficiente, así la hacía sentir Eulogio. Las preguntas la atormentan y una noche, en una reunión social, tiene a bien tomar un arma y disparase en frente de su ingrato compañero. Se dio un tiro en el hombro. La muerte, para dejar de amarlo y de odiarlo. Quedó con una cicatriz permanente. 

¿Y ahora? ¿Ahora cómo voy a vivir? Traté de confinarme en los más humildes placeres. Supo hacerlo, supo vivir con ímpetu. Se muda a Buenos Aires, donde vive la época más fecunda, creativa y literariamente. En Argentina no se conocía su pasado y, gracias al auge artístico, encontró el ambiente propicio para publicar sus escritos en la Revista Sur. Se ganó un lugar en la literatura latinoamericana y la mismísima Gabriela Mistral la buscó para hablar con ella y animarla a continuar escribiendo.

Yo existo, yo existo y soy bella y feliz. Si, la felicidad no es más que tener un cuerpo esbelto y ágil. Lo tenía todo, aunque rehuía de la soledad. La educación conventual no le permitió vivir tranquila con la libertad que tenía. El amor romántico le hizo mucho daño a Maria Luisa Bombal. O quizás hayan sido las costumbres. Desde su paso por Santiago, sentía la necesidad de casarse. Ella buscaba la compañía de un marido, de manera que le propuso a Jorge Larco, el escenógrafo de las Bodas de Sangre, que se desposaran.

Jorge era homosexual, en una época en la que era un delito serlo, así que le convenía mantener un matrimonio fachada. En todo caso, ambos se llevaban bien, compartían el mismo círculo social, el gusto y el arte. Pero no hay soledad más dolorosa que la que aparece en una cama entre dos cuerpos que no se aman. Para la melancolía de ella no era suficiente la compañía y un buen arreglo. Se divorciaron, no sin vivir pleitos y escándalos, y María Luisa regresó a Santiago, en 1941, después años de ausencia.

¿Cómo hacen para olvidar las mujeres que han roto con un amante largo tiempo, querida, e incorporado a la trama ardiente de sus días? Mi amor estaba allí, agazapado en todas las cosas. Su amor volvió a alcanzarla en Chile, los objetos le hablaban de Eulogio Sánchez: leyó en el periódico que había vuelto a contraer nupcias. En un arrebato incomprensible, Maria Luisa volvió a tomar el revolver que ya había usado antes y, a plena luz del día, descargó diez balas sobre el amor de su vida. Ese fue el reencuentro. Eulogio sobrevivió y levantó los cargos. María Luisa fue a juicio, pero pagó una condena menor, de apenas nueve meses. Lloró la primera noche de su reclusión, lloró por no haber asesinado a Eulogio. No se duerme impunemente tantas noches al lado de un hombre joven.

Afiche de Bombal (2011), película dirigida por Marcelo Ferrari

El hombre, que tuvo éxito en sus negocios comerciales y mineros, moriría diez años después, en 1951, en un accidente aéreo. Durante una de sus escapadas románticas, la avioneta que volaba, en compañía de Elizabeth Comber, cayó sin que ninguno sobreviviera. Habrá muerto allá, pero acá sigue vivo, dijo Maria Luisa al conocer la noticia. Los hombres logran poner su atención en otra cosa, pero el destino de las mujeres es remover una pena de amor.

Después del intento de homicidio, dejó la literatura en español y vivió en los Estados Unidos. Se casó, como ella quería, con un hombre mayor, el conde Raphael de Saint-Phalle, y tuvo a su hija Brigitte. Traducía y hacía doblajes de películas para Hollywood. Paramount compró los derechos de La última niebla para adaptarla a un guion de cine. Maria Luisa vivió rodeada por las figuras que encarnaban el Zeitgeist de su época, estuviera aquí o allá. Allá se amistó con actores, actrices, directores, productores y guionistas.

Cuando su esposo murió, regresó a su natal Viña del mar, para vivir con la madre. Once días después de haber llegado a Chile, ocurre el golpe de Estado de Pinochet. Fueron épocas de decaimiento artístico y cultural, tanto para el país como para ella misma. Durante ese tiempo no produjo más textos. Le costaba mucho escribir y por eso lo hizo poco. Murió sola, en 1980, y con una situación de salud agravada por la bebida. Su soledad le dolía y así se lo hizo saber a los amigos más cercanos. Si hubo una mujer que sufrió por culpa del amor romántico, fue Maria Luisa Bombal.

Solo hasta sus últimos años fue condecorada con el Premio Ricardo Latcham, en 1974, con el Premio Academia Chilena de la Lengua, en 1976, y el Premio Joaquín Edwards Bello, en 1978. Nunca recibió el Premio Nacional de Literatura, aunque su nombre resonaba. En una ocasión, el novelista Braulio Arenas había dicho ¡Cómo quieres tú que le den el premio a una mujer asesina y borracha! 

No importa cuán bellas sean sus palabras, sobre maría Luisa pesaron características indignas de una mujer de su clase. Ella misma se juzgaba duramente y vivía en medio de sus contradicciones: entre la libertad y la necesidad de ser amada, entre la genialidad y el miedo a la soledad, entre la sensibilidad y la locura. Si hubo una mujer que sufrió por culpa del amor romántico, fue Maria Luisa Bombal.


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Fotografía de María Luisa Bombal

Si hay una mujer que ha sufrido por cuenta del amor romántico ha sido Maria Luisa Bombal. Aunque ella no encarna, precisamente, la representación de una víctima. Quizás fue por su sensibilidad o por el puro placer estético que le producía el sufrimiento de escritora, lo cierto es que vivió y sintió intensamente. Sentir fue su consigna. Sentir hasta llegar a las últimas consecuencias. Tanto sintió que sacrificó su cordura y su éxito en nombre del amor. Actuó por impulsos, causó tragedias, y eso llevó a que su obra no fuera premiada sino hasta el final de su vida. Haberlo hecho antes hubiera significado pasar por alto sus comportamientos destructivos, cosa que difícilmente ocurre cuando se trata de una figura femenina. En el caso de las mujeres, la obra no se separa de la artista, por el contrario, se usa para sancionarla moralmente. Eso fue lo que vivió la Bombal.

María Luisa fue una escritora chilena altamente reputada durante el ascenso de su carrera literaria, en la década de los treinta y principios de los cuarenta. Compartió el círculo de Pablo Neruda, en cuya cocina escribió La última niebla (1931), Luigi Pirandello y Oliverio Girondo. Sobre su segunda novela, La amortajada (1938), Jorge Luis Borges le había recomendado no hacerla, ya que consideraba imposible ejecutar la mezcla de lo realista con lo sobrenatural. Aun así, al publicarse, lo describió como un “libro de triste magia, deliberadamente surannée, libro de oculta organización eficaz, libro que no olvidará nuestra América”. 

Juan Rulfo confesó que la visión de Maria Luisa sobre la muerte había inspirado Pedro Páramo y varias calles de Comala. García Lorca le presentó a quien sería su esposo, el artista Jorge Larco, y Alfonsina Storni rechazaba sus invitaciones de bohemia, excusada en los deberes laborales que debía cumplir.

Y es que Maria Luisa mantuvo una larga amistad con estas figuras que confluyeron en Buenos Aires para entablar las tertulias en la buhardilla de Signo. Fue en esta ciudad donde escribió casi toda la obra por la que sería aclamada. Allí fue a dar gracias a Pablo Neruda, quien le propuso mudarse de Santiago, para escapar de un amor atormentado. ¿Cuánto tiempo necesitaré para que estos reflejos sean reemplazados por otros reflejos? Parece surreal, eso de ser curada del desamor por un poeta, pero la vida de la Bombal fue puro sueño (o niebla).

La narrativa poética sería su sello, sus personajes femeninos su propio reflejo. Se quedó a medio camino entre el cuento y la novela, con relatos sin tramas complejas a cambio de una extraordinaria riqueza íntima. No se hubiera atrevido a escribir sobre sentimientos que no conocía, así que hablaba de sí misma, en la piel de otra, de alguna muerta, de alguna mujer mal querida de la mediana edad. ¿Es preciso morir para saber ciertas cosas? Se preguntó para imaginar las verdades de sus afectos. 

Deslumbraba por su inteligencia y elegancia. Su presencia evocaba el ambiente parisino, en donde creció y se educó durante 12 años. En La Sorbona, se especializó en literatura francesa, pero también tuvo inclinaciones por la música y el teatro. Al final, se decantó por las palabras, que había empezado a garabatear desde los siete años, intentando escribir poemas que nunca publicó. 

Tras volver de Francia, ya en Santiago, empezó a intuir que no encajaría en el ambiente provincial. Bebía, fumaba y hablaba fuerte. Nada propio. El escándalo lo suscitó, no obstante, la relación que mantuvo con Eulogio Sánchez, un heredero aristócrata cuya familia representaba a la derecha política de Chile. Por una petición que su madre lamentaría toda la vida, Eulogio fue a recogerla del transatlántico que la trajo de Europa. 

Aunque había solicitado la nulidad de su primer matrimonio, Eulogio seguía casado.  Aun así, las normas sociales no fueron el problema de María Luisa. Para ella, el gran dolor encontraba su origen en el desdén de su amante, en su frialdad y en lo descuidado que siempre fue con sus sentimientos. Nunca le perdonó que no pudiera amarla, a ella, que derrochaba elocuencia y belleza. En todo momento la mantuvo escondida y nunca tuvo la intención de hacerla su esposa, aunque sabía que ese era su mayor deseo. Sufro, sufro de ti como de una herida incesantemente abierta, escribió en La última niebla.

El día quema horas, minutos, segundos. María Luisa se consumía en sus propios pensamientos, esperando una respuesta a las tantas cartas que le enviaba. Se consumía en la asfixia del no saber por qué ¿Por qué no la quería? ¿Por qué el no podía admirarla de la forma en que lo hacían tantos otros? Universalmente insuficiente, así la hacía sentir Eulogio. Las preguntas la atormentan y una noche, en una reunión social, tiene a bien tomar un arma y disparase en frente de su ingrato compañero. Se dio un tiro en el hombro. La muerte, para dejar de amarlo y de odiarlo. Quedó con una cicatriz permanente. 

¿Y ahora? ¿Ahora cómo voy a vivir? Traté de confinarme en los más humildes placeres. Supo hacerlo, supo vivir con ímpetu. Se muda a Buenos Aires, donde vive la época más fecunda, creativa y literariamente. En Argentina no se conocía su pasado y, gracias al auge artístico, encontró el ambiente propicio para publicar sus escritos en la Revista Sur. Se ganó un lugar en la literatura latinoamericana y la mismísima Gabriela Mistral la buscó para hablar con ella y animarla a continuar escribiendo.

Yo existo, yo existo y soy bella y feliz. Si, la felicidad no es más que tener un cuerpo esbelto y ágil. Lo tenía todo, aunque rehuía de la soledad. La educación conventual no le permitió vivir tranquila con la libertad que tenía. El amor romántico le hizo mucho daño a Maria Luisa Bombal. O quizás hayan sido las costumbres. Desde su paso por Santiago, sentía la necesidad de casarse. Ella buscaba la compañía de un marido, de manera que le propuso a Jorge Larco, el escenógrafo de las Bodas de Sangre, que se desposaran.

Jorge era homosexual, en una época en la que era un delito serlo, así que le convenía mantener un matrimonio fachada. En todo caso, ambos se llevaban bien, compartían el mismo círculo social, el gusto y el arte. Pero no hay soledad más dolorosa que la que aparece en una cama entre dos cuerpos que no se aman. Para la melancolía de ella no era suficiente la compañía y un buen arreglo. Se divorciaron, no sin vivir pleitos y escándalos, y María Luisa regresó a Santiago, en 1941, después años de ausencia.

¿Cómo hacen para olvidar las mujeres que han roto con un amante largo tiempo, querida, e incorporado a la trama ardiente de sus días? Mi amor estaba allí, agazapado en todas las cosas. Su amor volvió a alcanzarla en Chile, los objetos le hablaban de Eulogio Sánchez: leyó en el periódico que había vuelto a contraer nupcias. En un arrebato incomprensible, Maria Luisa volvió a tomar el revolver que ya había usado antes y, a plena luz del día, descargó diez balas sobre el amor de su vida. Ese fue el reencuentro. Eulogio sobrevivió y levantó los cargos. María Luisa fue a juicio, pero pagó una condena menor, de apenas nueve meses. Lloró la primera noche de su reclusión, lloró por no haber asesinado a Eulogio. No se duerme impunemente tantas noches al lado de un hombre joven.

Afiche de Bombal (2011), película dirigida por Marcelo Ferrari

El hombre, que tuvo éxito en sus negocios comerciales y mineros, moriría diez años después, en 1951, en un accidente aéreo. Durante una de sus escapadas románticas, la avioneta que volaba, en compañía de Elizabeth Comber, cayó sin que ninguno sobreviviera. Habrá muerto allá, pero acá sigue vivo, dijo Maria Luisa al conocer la noticia. Los hombres logran poner su atención en otra cosa, pero el destino de las mujeres es remover una pena de amor.

Después del intento de homicidio, dejó la literatura en español y vivió en los Estados Unidos. Se casó, como ella quería, con un hombre mayor, el conde Raphael de Saint-Phalle, y tuvo a su hija Brigitte. Traducía y hacía doblajes de películas para Hollywood. Paramount compró los derechos de La última niebla para adaptarla a un guion de cine. Maria Luisa vivió rodeada por las figuras que encarnaban el Zeitgeist de su época, estuviera aquí o allá. Allá se amistó con actores, actrices, directores, productores y guionistas.

Cuando su esposo murió, regresó a su natal Viña del mar, para vivir con la madre. Once días después de haber llegado a Chile, ocurre el golpe de Estado de Pinochet. Fueron épocas de decaimiento artístico y cultural, tanto para el país como para ella misma. Durante ese tiempo no produjo más textos. Le costaba mucho escribir y por eso lo hizo poco. Murió sola, en 1980, y con una situación de salud agravada por la bebida. Su soledad le dolía y así se lo hizo saber a los amigos más cercanos. Si hubo una mujer que sufrió por culpa del amor romántico, fue Maria Luisa Bombal.

Solo hasta sus últimos años fue condecorada con el Premio Ricardo Latcham, en 1974, con el Premio Academia Chilena de la Lengua, en 1976, y el Premio Joaquín Edwards Bello, en 1978. Nunca recibió el Premio Nacional de Literatura, aunque su nombre resonaba. En una ocasión, el novelista Braulio Arenas había dicho ¡Cómo quieres tú que le den el premio a una mujer asesina y borracha! 

No importa cuán bellas sean sus palabras, sobre maría Luisa pesaron características indignas de una mujer de su clase. Ella misma se juzgaba duramente y vivía en medio de sus contradicciones: entre la libertad y la necesidad de ser amada, entre la genialidad y el miedo a la soledad, entre la sensibilidad y la locura. Si hubo una mujer que sufrió por culpa del amor romántico, fue Maria Luisa Bombal.


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