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literatura feminista
Sincerely Media

La pandemia ha cambiado buena parte de nuestras rutinas, ha transformado la manera en que invertimos el tiempo y las actividades que hacemos para divertirnos. Atrás quedaron las fiestas y las discotecas, los restaurantes y el café con amigos. Uno de los hábitos que he adquirido, y que espero conservar después de que “todo esto pase”, es el de la lectura. Volver la mirada sobre aquellos ejemplares que compraba compulsivamente en las ferias del libro, durante años, y que no había tenido el tiempo de leer, me ha permitido saldar una deuda pendiente. He decidido leer un libro por semana y, por ahora, voy cumpliendo la meta. Se trata de una especie de reto personal, pero también ha marcado la pauta para asumir un ejercicio reflexivo acerca de los temas presentes en cada página, los lugares a los que me transportan, las épocas en las que se inscriben, los pensamientos de las autoras y, más que todo, sobre mi propia experiencia vital como mujer. 

En Colombia, según la Encuesta de Consumo Cultural (2017), solo el 43% de los hombres mayores de 12 años, que sabe leer y escribir, afirmó haber leído libros en el último año; para las mujeres, esta cifra corresponde al 56%. De manera que, en el país, las mujeres leen más. Sin embargo, en términos generales, se sufre de pobreza lectora, pues el 70% de quienes lo hacen solo consumen entre uno y tres libros anualmente, dato que no varía significativamente entre los dos sexos. Quizá, esta situación nos ayuda a entender la falta de imaginación política que tenemos o las dificultades para definir quiénes somos como personas, nación o como pueblo. 

Entre otras cosas, la literatura tiene un tipo particular de magia: nos permite revisitar, con los ojos del presente, el pasado que vivimos -o que quizás no, pero que igual nos ha marcado-, los escenarios probables que no llegarán a realizarse o los futuros que sí viviremos. Para crear y creer en la utopía, personal o colectiva, hace falta leer literatura. De aquí la importancia de elegir bien; pues, de acuerdo con ello, tendremos un horizonte rico en posibilidades y vocabulario, o un espacio más bien reducido y pobre. El lenguaje que nos estructura, y que terminaremos replicando, dice mucho sobre la extensión de nuestros pensamientos, sobre la profundidad del ser y la capacidad de inventarnos otros mundos.

Revisando los títulos leídos, he notado mi inclinación por la literatura escrita por mujeres y cuya protagonista es una mujer, una heroína. La literatura latinoamericana, rica en este género, ha marcado etapas de mi vida, me ha hablado de manera directa, me ha cuestionado, me indaga, me hiere, me sana. Sea con Isabel Allende, Gioconda Belli, Clarice Lispector, Alejandra Pizarnik, Albalucía Ángel o Laura Restrepo, las letras me han dado consuelo, han construido un reflejo de mi mundo interior y han verbalizado sensaciones que no me era posible procesar con palabras.

No creo que la selección sea del todo consciente, pero he pensado que podría serlo, que leer este tipo de literatura es una manera de reforzar mi apuesta política feminista; no porque exista algo esencial en la feminidad, sino porque solo la experiencia marcada por el género permite un tipo de sensibilidad que difícilmente se encuentra en la escritura clásica, en la de los hombres. Hay vivencias y singularidades que únicamente los cuerpos sexuados femeninos conocen. Acá es donde podemos empezar a seguir las pistas de la sujeta política del feminismo, si es que tal existe, e intentar reconstruirla. 

En la década de los sesenta, Helene Cixous, Monique Wittig, Luce Irigaray y Julia Kristeva desarrollaron la categoría de escritura de mujeres para evidenciar la diferencia de género en el texto, la lengua y los registros corporales que reportan: estilos y manifestaciones vocales invisibilizados por el canon de la literatura. De Homero en adelante, la cultura se ha definido a partir de los ojos masculinos. La feminidad ha sido contorneada de acuerdo con el deseo de aquellos ojos, pero la mirada de las mujeres ha sido relegada, desconocida.

Explorar las preocupaciones de las heroínas femeninas  —desde la verosimilitud de la escritora que ha crecido como mujer—, sus anhelos, las historias personales, verse en el espejo a través de ellas, reconocer las frustraciones que las atraviesan, sentir la impotencia que ellas viven, la fuerza que las despierta, el camino que las reconduce hacia sí mismas, las pasiones que las movilizan, la energía que desperdician, el amor que no las corresponde y los rechazos constantes que aprenden a interpretar, odiarlas y adorarlas —como lo hacemos con nosotras mismas—, transitar sus viajes y llegar al punto de la identificación, de la identidad, porque hay algo en todas ellas que podemos reconocer como nuestro. Con la escritura de mujeres podemos descubrir una psique limitada y herida, tanto como rebelde y poderosa.

Que las mujeres lean es una gran conquista; pero que lo hagan a conciencia, para descubrirse a sí mismas, es revolucionario. La forma en que nos contamos el mundo, las narraciones que tenemos sobre él, las maneras como nos reconocemos y nos reafirmamos, todo ello podemos reconstruirlo a través de las representaciones existentes en la escritura de mujeres. Leer y escribir, escribir y leer, para vivir y conocer, para reinventar y transformar.

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La pandemia ha cambiado buena parte de nuestras rutinas, ha transformado la manera en que invertimos el tiempo y las actividades que hacemos para divertirnos. Atrás quedaron las fiestas y las discotecas, los restaurantes y el café con amigos. Uno de los hábitos que he adquirido, y que espero conservar después de que “todo esto pase”, es el de la lectura. Volver la mirada sobre aquellos ejemplares que compraba compulsivamente en las ferias del libro, durante años, y que no había tenido el tiempo de leer, me ha permitido saldar una deuda pendiente. He decidido leer un libro por semana y, por ahora, voy cumpliendo la meta. Se trata de una especie de reto personal, pero también ha marcado la pauta para asumir un ejercicio reflexivo acerca de los temas presentes en cada página, los lugares a los que me transportan, las épocas en las que se inscriben, los pensamientos de las autoras y, más que todo, sobre mi propia experiencia vital como mujer. 

En Colombia, según la Encuesta de Consumo Cultural (2017), solo el 43% de los hombres mayores de 12 años, que sabe leer y escribir, afirmó haber leído libros en el último año; para las mujeres, esta cifra corresponde al 56%. De manera que, en el país, las mujeres leen más. Sin embargo, en términos generales, se sufre de pobreza lectora, pues el 70% de quienes lo hacen solo consumen entre uno y tres libros anualmente, dato que no varía significativamente entre los dos sexos. Quizá, esta situación nos ayuda a entender la falta de imaginación política que tenemos o las dificultades para definir quiénes somos como personas, nación o como pueblo. 

Entre otras cosas, la literatura tiene un tipo particular de magia: nos permite revisitar, con los ojos del presente, el pasado que vivimos -o que quizás no, pero que igual nos ha marcado-, los escenarios probables que no llegarán a realizarse o los futuros que sí viviremos. Para crear y creer en la utopía, personal o colectiva, hace falta leer literatura. De aquí la importancia de elegir bien; pues, de acuerdo con ello, tendremos un horizonte rico en posibilidades y vocabulario, o un espacio más bien reducido y pobre. El lenguaje que nos estructura, y que terminaremos replicando, dice mucho sobre la extensión de nuestros pensamientos, sobre la profundidad del ser y la capacidad de inventarnos otros mundos.

Revisando los títulos leídos, he notado mi inclinación por la literatura escrita por mujeres y cuya protagonista es una mujer, una heroína. La literatura latinoamericana, rica en este género, ha marcado etapas de mi vida, me ha hablado de manera directa, me ha cuestionado, me indaga, me hiere, me sana. Sea con Isabel Allende, Gioconda Belli, Clarice Lispector, Alejandra Pizarnik, Albalucía Ángel o Laura Restrepo, las letras me han dado consuelo, han construido un reflejo de mi mundo interior y han verbalizado sensaciones que no me era posible procesar con palabras.

No creo que la selección sea del todo consciente, pero he pensado que podría serlo, que leer este tipo de literatura es una manera de reforzar mi apuesta política feminista; no porque exista algo esencial en la feminidad, sino porque solo la experiencia marcada por el género permite un tipo de sensibilidad que difícilmente se encuentra en la escritura clásica, en la de los hombres. Hay vivencias y singularidades que únicamente los cuerpos sexuados femeninos conocen. Acá es donde podemos empezar a seguir las pistas de la sujeta política del feminismo, si es que tal existe, e intentar reconstruirla. 

En la década de los sesenta, Helene Cixous, Monique Wittig, Luce Irigaray y Julia Kristeva desarrollaron la categoría de escritura de mujeres para evidenciar la diferencia de género en el texto, la lengua y los registros corporales que reportan: estilos y manifestaciones vocales invisibilizados por el canon de la literatura. De Homero en adelante, la cultura se ha definido a partir de los ojos masculinos. La feminidad ha sido contorneada de acuerdo con el deseo de aquellos ojos, pero la mirada de las mujeres ha sido relegada, desconocida.

Explorar las preocupaciones de las heroínas femeninas  —desde la verosimilitud de la escritora que ha crecido como mujer—, sus anhelos, las historias personales, verse en el espejo a través de ellas, reconocer las frustraciones que las atraviesan, sentir la impotencia que ellas viven, la fuerza que las despierta, el camino que las reconduce hacia sí mismas, las pasiones que las movilizan, la energía que desperdician, el amor que no las corresponde y los rechazos constantes que aprenden a interpretar, odiarlas y adorarlas —como lo hacemos con nosotras mismas—, transitar sus viajes y llegar al punto de la identificación, de la identidad, porque hay algo en todas ellas que podemos reconocer como nuestro. Con la escritura de mujeres podemos descubrir una psique limitada y herida, tanto como rebelde y poderosa.

Que las mujeres lean es una gran conquista; pero que lo hagan a conciencia, para descubrirse a sí mismas, es revolucionario. La forma en que nos contamos el mundo, las narraciones que tenemos sobre él, las maneras como nos reconocemos y nos reafirmamos, todo ello podemos reconstruirlo a través de las representaciones existentes en la escritura de mujeres. Leer y escribir, escribir y leer, para vivir y conocer, para reinventar y transformar.

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