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Rama Duwaji no busca protagonismo, y quizá por eso llama la atención. Su nombre empezó a circular más allá del mundo del arte cuando su esposo, Zohran Mamdani, ganó la alcaldía de Nueva York. Desde entonces, muchos la han presentado como “la nueva primera dama”. Pero quienes han seguido su trabajo saben que ella lleva tiempo contando su propia historia, a su manera.
Nació en Houston en 1997, en una familia siria que más tarde se mudó a Dubái. Crecer entre dos geografías tan distintas dejó huella: su arte tiene algo de mezcla y algo de nostalgia. Estudió diseño y comunicación visual en VCU Arts Qatar, se graduó en Virginia y después se mudó a Nueva York, donde completó una maestría en ilustración. No fue un camino lineal ni glamuroso: vivió los traslados, los cambios de idioma, la sensación constante de estar entre lugares.
Hoy trabaja como ilustradora, animadora y ceramista. Sus temas son cercanos y, a la vez, incómodos: el cuerpo, la autoimagen, el desarraigo, las pequeñas contradicciones de crecer entre culturas. En una de sus piezas más conocidas, “Razor Burn”, habla sin palabras sobre la presión estética que viven muchas mujeres. Es un cómic mudo, lleno de detalles, que incomoda sin gritar.
La verdad es que hay algo honesto en su forma de crear. Duwaji no intenta representar a nadie ni hablar por un colectivo; trabaja desde lo personal, aunque sus imágenes resuenen con otras mujeres árabes o con cualquiera que haya sentido que no encaja del todo. Esa conexión —más emocional que política— es lo que hace que su obra cruce fronteras.
Además, su presencia en la escena pública llega en un momento curioso. Mientras Estados Unidos celebra la elección de más mujeres gobernadoras, ella aparece en los titulares no por un cargo, sino por lo que simboliza: una manera distinta de estar cerca del poder sin que eso borre su identidad. Y es que no todas las figuras visibles buscan ser referentes. Algunas solo quieren seguir creando con coherencia, aunque el foco las alcance de pronto.
En el fondo, lo interesante de Rama Duwaji no es el brillo mediático que la rodea, sino su capacidad para mantenerse fiel a su trabajo. No pretende representar una revolución, pero su sola existencia en el espacio público ya dice algo sobre los nuevos modos de influencia. A veces, estar presente y seguir siendo uno mismo es la forma más honesta de ejercer poder.
Quién es
Rama Duwaji nació el 30 de junio de 1997 en Houston, Texas, en el seno de una familia siria de tradición musulmana. Cuando tenía nueve años, su familia se mudó a Dubái, y esa infancia entre dos mundos —el desierto y el asfalto, la comunidad árabe y la vida estadounidense— marcó su manera de mirar el mundo.
La verdad es que esa mezcla cultural no solo forma parte de su biografía, sino también de su arte: un espacio donde la identidad no se define, se explora.
Estudió diseño de comunicación e ilustración en VCU Arts Qatar, y más tarde se trasladó a Richmond, Virginia, para completar su licenciatura en Bellas Artes en 2019. Después, en 2021, se mudó a Nueva York, una ciudad que —como ella misma— está hecha de contrastes. Allí obtuvo su maestría en ilustración en la School of Visual Arts (SVA) en 2024.
Vivir en tantos lugares distintos le dio algo que no se enseña en las aulas: la habilidad de traducir entre culturas sin perder el acento propio.
Qué hace
Duwaji es ilustradora, animadora y ceramista. Pero más que eso, es una narradora visual. Su trabajo se mueve entre lo digital y lo hecho a mano, entre la introspección y lo colectivo. A través de líneas limpias y colores cálidos, explora temas como la identidad árabe, la hermandad femenina y las tensiones de vivir entre fronteras —geográficas, emocionales y simbólicas.
Ha colaborado con medios como The New Yorker, The Washington Post, BBC y Tate Modern, además de proyectos con Apple y Spotify. Pero lo interesante no es solo dónde publica, sino lo que elige contar. En su obra “Razor Burn”, un cómic sin texto, habla sobre la presión estética que viven las mujeres racializadas. Lo hace con delicadeza, pero sin suavizar el mensaje. Su arte, al final, es eso: una forma de decir lo que muchas callan.
Además, trabaja con cerámica ilustrada, un gesto casi político en una era digital. Es como si dijera: “el cuerpo también importa, lo que se toca también cuenta”. Hay algo profundamente humano en esa decisión de volver a lo tangible.
Por qué importa ahora
Con la reciente elección de Zohran Mamdani como alcalde de Nueva York, el nombre de Rama Duwaji empezó a aparecer en los medios. Algunos la llaman “la nueva primera dama de la ciudad”. Pero ella parece tener claro que su historia no empieza ni termina ahí.
Durante la campaña, mantuvo un perfil discreto, lejos de los reflectores. No por timidez, sino por elección. Prefirió concentrarse en su trabajo artístico, en lugar de convertirse en un apéndice del poder.
Y es que Duwaji representa algo más grande que una figura pública: simboliza una forma distinta de estar cerca del poder sin diluir la identidad propia. En un país que aún discute qué significa liderazgo femenino, ella ofrece una pista: el poder no siempre se grita, a veces se sostiene desde la coherencia.
Además, su historia conecta con temas que definen nuestro tiempo: migración, pertenencia, autonomía, y la posibilidad de construir un lugar en el mundo sin tener que elegir solo uno. Es siria, estadounidense, artista, mujer, musulmana, neoyorquina. Todo eso a la vez. Y esa complejidad, lejos de fragmentarla, la hace más completa.
Algunos matices que suman
En una entrevista, Duwaji explicó que su objetivo principal es simple: “hacer arte sobre mis experiencias y las cosas que me importan”. Si alguien se ve reflejado en eso, dice, “es un bono adicional”.
La frase resume bien su mirada: no busca representar a todas, pero entiende que, al ser honesta, inevitablemente representa algo más grande.
A pesar de estar casada con un político en ascenso, Duwaji ha mantenido su autonomía creativa y su voz propia. No aparece en campañas ni en discursos, y su presencia pública es selectiva. Es, en cierto modo, un recordatorio de que la independencia también puede ser una forma de poder.
Y es que su manera de habitar este nuevo rol —sin renunciar al arte ni al silencio— nos invita a repensar qué significa realmente acompañar, liderar o representar. No es una “primera dama” en el sentido clásico. Es una artista que, sin proponérselo, está ampliando la definición de quién puede estar en el centro de la conversación.


