Una Impronta que Importa

November 29, 2021
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Con impronta se describe el proceso mediante el que algunos animales, particularmente las aves, aprenden a través del ejemplo “durante un corto periodo de receptividad, del que resulta una forma estereotipada de reacción frente a un modelo, que puede ser otro ser vivo o un juguete mecánico”. Una reciente impronta que ya se está volviendo viral y que, para mi, carece de sentido alguno en Colombia, es la réplica de cyber Monday o black Friday, que si bien busca dinamizar la economía, realmente alienta comportamientos frenéticos, erráticos y egoístas de consumo irresponsable, desenfrenado e irracional en una sociedad arraigada al ‘qué dirán’, forzada a llevar una vida plástica pretendiendo descrestar a quién sabe qué persona y a la que poco se le ha inculcado el valor del ahorro y el manejo de las deudas. Esa se ha convertido en una forma estereotipada de reacción frente a la mercadotecnia que con gran destreza y haciendo uso de artimañas psicológicas[1] nos cautiva sin siquiera darnos cuenta y nos impulsa a comprar, botar y volver a comprar. Parece como si no fuéramos dueños de nuestras propias decisiones cuando el modelo de consumo que se caracteriza por la obsolescencia programada en la que el ciclo de vida de los productos es cada vez más corto, nos obliga como clientes a renovar una y otra vez los bienes que adquirimos. Y eso es suficientemente inaudito como para que no hagamos una juiciosa reflexión acerca de lo que significa comprar por comprar.

No existen cifras contundentes en relación al patrón de consumo de la población colombiana para estas fechas por parte de la Federación Nacional de Comerciantes – FENALCO, pues una fuente consultada en la web que la menciona muestra que el 52% de los colombianos adquieren electrodomésticos, el 36% ropa y accesorios, el 11% tiquetes aéreos y el 1% restante bonos para redimir en restaurantes, mientras que otro análisis arroja que los artículos que más se venden en esta época son en un 37% ropa y calzado, implementos de tecnología y gadgets en un 12%, cosméticos en un 11%, rancho y licores en un 8% y viajes en un 7%. El vacío de información es enorme impidiendo identificar el comportamiento de los colombianos que aprovechan estos días de promoción para hacerle el quite al tumulto y los trancones propios de las compras navideñas.

Personalmente me inquieta desconocer cuánto dinero es invertido en compras a través de los medios digitales y el tipo de productos que son adquiridos, pues ello permitiría vislumbrar el patrón de consumo y las preferencias ante una disyuntiva crucial en el mundo digital de hoy: acceder o no a una seductora promoción desde la comodidad del hogar. Aún más me asombra la relación indirectamente proporcional entre nuestra capacidad de reflexión y nuestra actitud de indiferencia. A menor reflexión, mayor indiferencia. Esto quiere decir que entre menos pensemos, interioricemos y evaluemos lo que acarrea nuestras decisiones de consumo, más indiferentes somos ante la depredación de recursos naturales, la desigualdad y la pobreza. ¿Acaso nos hemos puesto a pensar cuál ha sido la huella ecológica que ha dejado la fabricación de todo lo que usamos, comemos y gastamos a diario? ¿Acaso nos hemos preguntado quién paga por el costo de la rebaja, aquello que algunos economistas se han atrevido a denominar como externalización de los costos? ¿Acaso nos hemos detenido a evaluar en qué condiciones laborales se encontraban quienes eran utilizados como mano de obra para manufacturar el producto recién estrenado?

Así como la ludopatía, yo considero que el hedonismo a través de las compras, implica un desorden psicosocial cuyas repercusiones socioambientales debemos tomar en serio desde ya. ¿Qué necesidad tenemos de acuñar tradiciones ajenas para hacerlas sentir como propias? ¿Por qué estamos convencidos que lo que viene de afuera es mejor que lo producido adentro? ¿Cómo impulsamos un ejercicio reflexivo y consciente de nuestro consumo si somos nosotros mismos quienes estamos llamados a aportar en la configuración de escenarios sostenibles, equitativos y de bien-estar?

Para una próxima ocasión duden antes de dar el último click en el carrito de compras y respondan: ¿si no fuera por cyber Monday o black Friday, estaría tentado a adquirir aquel bien o servicio? Si en definitiva la respuesta es negativa, entonces puede empezar a romper esquemas de consumo desconsiderado y convidar a su familia a compartir el tiempo mientras siembra un árbol, quizá; dedicarse voluntariamente a donar conocimientos y libros a quienes lo valoran, a lo mejor; o, solidarizarse con otros congéneres que también ofrecen bienes y servicios. En esta época de navidad apoyemos la producción local: al artesano del barrio, a la amiga artista, al diseñador emprendedor, a la fotógrafa entusiasta, al repostero experimentado. Somos muchos con gran talento, capaces de elaborar diferentes productos y ofrecer grandiosas experiencias para cada gusto, y, necesitamos la complicidad de varios para mantenernos a flote en un ambiente de bajo nivel de reflexión y alto nivel de indiferencia.

Está bien, les propongo un trato: no nos amarguemos la existencia, pero seamos conscientes de cómo afectan nuestras decisiones de consumo en la medida en que seamos capaces de detectar la compleja red que contribuimos a mantener en el mercado cada vez que compramos y adquirimos un bien o servicio. Adaptémonos a las nuevas dinámicas, no dejemos naturalizar las improntas que importan y más bien adoptemos prácticas de consumo responsable.

[1] basándome en la teoría del color, entre otros.


Fuentes consultadas:

  • Empiece a ahorrar para el Black Friday; 3 de noviembre de 2017, enlace

  • ¿Qué es lo que más compran los colombianos en época de descuentos?; 3 de noviembre de 2017, enlace

Una Impronta que Importa

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November 30, 2018

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Con impronta se describe el proceso mediante el que algunos animales, particularmente las aves, aprenden a través del ejemplo “durante un corto periodo de receptividad, del que resulta una forma estereotipada de reacción frente a un modelo, que puede ser otro ser vivo o un juguete mecánico”. Una reciente impronta que ya se está volviendo viral y que, para mi, carece de sentido alguno en Colombia, es la réplica de cyber Monday o black Friday, que si bien busca dinamizar la economía, realmente alienta comportamientos frenéticos, erráticos y egoístas de consumo irresponsable, desenfrenado e irracional en una sociedad arraigada al ‘qué dirán’, forzada a llevar una vida plástica pretendiendo descrestar a quién sabe qué persona y a la que poco se le ha inculcado el valor del ahorro y el manejo de las deudas. Esa se ha convertido en una forma estereotipada de reacción frente a la mercadotecnia que con gran destreza y haciendo uso de artimañas psicológicas[1] nos cautiva sin siquiera darnos cuenta y nos impulsa a comprar, botar y volver a comprar. Parece como si no fuéramos dueños de nuestras propias decisiones cuando el modelo de consumo que se caracteriza por la obsolescencia programada en la que el ciclo de vida de los productos es cada vez más corto, nos obliga como clientes a renovar una y otra vez los bienes que adquirimos. Y eso es suficientemente inaudito como para que no hagamos una juiciosa reflexión acerca de lo que significa comprar por comprar.

No existen cifras contundentes en relación al patrón de consumo de la población colombiana para estas fechas por parte de la Federación Nacional de Comerciantes – FENALCO, pues una fuente consultada en la web que la menciona muestra que el 52% de los colombianos adquieren electrodomésticos, el 36% ropa y accesorios, el 11% tiquetes aéreos y el 1% restante bonos para redimir en restaurantes, mientras que otro análisis arroja que los artículos que más se venden en esta época son en un 37% ropa y calzado, implementos de tecnología y gadgets en un 12%, cosméticos en un 11%, rancho y licores en un 8% y viajes en un 7%. El vacío de información es enorme impidiendo identificar el comportamiento de los colombianos que aprovechan estos días de promoción para hacerle el quite al tumulto y los trancones propios de las compras navideñas.

Personalmente me inquieta desconocer cuánto dinero es invertido en compras a través de los medios digitales y el tipo de productos que son adquiridos, pues ello permitiría vislumbrar el patrón de consumo y las preferencias ante una disyuntiva crucial en el mundo digital de hoy: acceder o no a una seductora promoción desde la comodidad del hogar. Aún más me asombra la relación indirectamente proporcional entre nuestra capacidad de reflexión y nuestra actitud de indiferencia. A menor reflexión, mayor indiferencia. Esto quiere decir que entre menos pensemos, interioricemos y evaluemos lo que acarrea nuestras decisiones de consumo, más indiferentes somos ante la depredación de recursos naturales, la desigualdad y la pobreza. ¿Acaso nos hemos puesto a pensar cuál ha sido la huella ecológica que ha dejado la fabricación de todo lo que usamos, comemos y gastamos a diario? ¿Acaso nos hemos preguntado quién paga por el costo de la rebaja, aquello que algunos economistas se han atrevido a denominar como externalización de los costos? ¿Acaso nos hemos detenido a evaluar en qué condiciones laborales se encontraban quienes eran utilizados como mano de obra para manufacturar el producto recién estrenado?

Así como la ludopatía, yo considero que el hedonismo a través de las compras, implica un desorden psicosocial cuyas repercusiones socioambientales debemos tomar en serio desde ya. ¿Qué necesidad tenemos de acuñar tradiciones ajenas para hacerlas sentir como propias? ¿Por qué estamos convencidos que lo que viene de afuera es mejor que lo producido adentro? ¿Cómo impulsamos un ejercicio reflexivo y consciente de nuestro consumo si somos nosotros mismos quienes estamos llamados a aportar en la configuración de escenarios sostenibles, equitativos y de bien-estar?

Para una próxima ocasión duden antes de dar el último click en el carrito de compras y respondan: ¿si no fuera por cyber Monday o black Friday, estaría tentado a adquirir aquel bien o servicio? Si en definitiva la respuesta es negativa, entonces puede empezar a romper esquemas de consumo desconsiderado y convidar a su familia a compartir el tiempo mientras siembra un árbol, quizá; dedicarse voluntariamente a donar conocimientos y libros a quienes lo valoran, a lo mejor; o, solidarizarse con otros congéneres que también ofrecen bienes y servicios. En esta época de navidad apoyemos la producción local: al artesano del barrio, a la amiga artista, al diseñador emprendedor, a la fotógrafa entusiasta, al repostero experimentado. Somos muchos con gran talento, capaces de elaborar diferentes productos y ofrecer grandiosas experiencias para cada gusto, y, necesitamos la complicidad de varios para mantenernos a flote en un ambiente de bajo nivel de reflexión y alto nivel de indiferencia.

Está bien, les propongo un trato: no nos amarguemos la existencia, pero seamos conscientes de cómo afectan nuestras decisiones de consumo en la medida en que seamos capaces de detectar la compleja red que contribuimos a mantener en el mercado cada vez que compramos y adquirimos un bien o servicio. Adaptémonos a las nuevas dinámicas, no dejemos naturalizar las improntas que importan y más bien adoptemos prácticas de consumo responsable.

[1] basándome en la teoría del color, entre otros.


Fuentes consultadas:

  • Empiece a ahorrar para el Black Friday; 3 de noviembre de 2017, enlace

  • ¿Qué es lo que más compran los colombianos en época de descuentos?; 3 de noviembre de 2017, enlace

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