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Diariamente, las mujeres demostramos nuestras fortalezas de muchas maneras. Nos destacamos en todos los ámbitos en los que decidimos participar, aunque no recibamos reconocimiento a menos que lleguemos al nivel de la Madre Teresa de Calcuta o de Hillary Clinton. Comúnmente, la mayoría de los hogares no funciona sin una mujer/madre que nos organice la vida, si bien esa destreza pasa desapercibida cuando se habla de una familia feliz; las universidades logran destacarse muchas veces gracias a sus estudiantes femeninas, no obstante, solo se mencionan los resultados de las investigaciones académicas para darle estatus a una institución; los equipos profesionales suelen ser más productivos al contar con féminas, pero solo se resalta el trabajo conjunto o al líder para valorar la productividad grupal; la iglesia católica extiende la mayor parte de su colaboración humanitaria a través de órdenes de monjas a las que se les ha ignorado por completo, porque sin duda es más mediático señalar la culpa de los  sacerdotes violadores; los cimientos de la infancia, y por ende el éxito de la adultez, están determinados por la labor de l@s educador@s, que en su mayoría son maestras, pero se le atribuyen todos los logros o fracasos al carácter de cada individuo o a las circunstancias sociales en las que le tocó desenvolverse. Casi nadie reflexiona: “su maestra del preescolar debe haber sido muy buena”, o “esas monjas marcan una diferencia significativa en la vida de las familias en situación precaria”, o “esa mujer concilia las diferencias entre los miembros del equipo”, o “la mayoría de l@s estudiantes universitari@s son mujeres”, o “la fuente de armonía de esa familia es la madre”.

En las ciudades, el estigma de debilidad que caía sobre la mujer con tanto peso hace algunos años ha ido disminuyendo su alcance. Cada vez es más común ver con normalidad a mujeres ejerciendo oficios o actividades que se creían exclusivos del género masculino, como conductoras de transporte público, gerentes de empresas, científicas, policías, etc. Así, la importancia fundamental de la participación femenina en la economía urbana se hace todos los días más explícita. Luego, ¿sabemos cómo es la situación de las mujeres en el área rural? El campo se ha conceptualizado tradicionalmente como un ambiente viril, de trabajo pesado para el que las aptitudes masculinas representan una ventaja. Quizás una mirada más detallista revele la gran relevancia que también tienen las mujeres en dicho contexto. Una importancia tan esencial como la que tenemos en las ciudades, ¿o es que es posible imaginar una ciudad productiva económicamente sin la participación femenina?

El su boletín 001 de 2015, el Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia informa que casi el 50% de la población rural está conformada por mujeres (47,14 %), de las cuales 92,57 % tiene afiliación al sistema de seguridad social. Ya en porcentaje empieza a avizorarse el papel de la mujer rural, pues sería imposible pensar que toda la producción económica de esta área clave para la soberanía alimentaria del país estuviera exclusivamente en manos del 50% masculino. ¿A qué se dedica el 47,14% de la población rural colombiana? Hay bastante variedad en sus actividades: turismo, comercio, industria, sector agrícola, agricultura, crianza de animales, producción para el autoconsumo, uso y mantenimiento de tecnologías, manejo de semillas, ganadería, pesca, labranza, siembra, cosecha, transformación y comercialización de productos agropecuarios, venta de productos a pequeña escala, labores domésticas, cuidado de niñ@s y ancian@s, lavado de ropa, recolección de leña, de agua, todo el proceso de la producción y preparación de alimentos,  venta y distribución de productos artesanales, tareas del hogar, actividades comunitarias, etc.

Frente a ese abanico de actividades ejercidas por las féminas, a nivel global empieza a quedar de lado la imagen de la ruralidad masculina. En 2004, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la agricultura (FAO) informó que, en América Latina y el Caribe, la participación de la mujer en la fuerza laboral rural había aumentado significativamente entre 1980 y 2000, al alcanzar más de 30% o 50% en muchos países. Durante ese mismo período, la participación de las mujeres en la población económicamente activa (PEA) rural se duplicó en Argentina, Chile, Ecuador, Honduras y Guatemala. Incluso, se ha llegado a proyectar la feminización de la agricultura (Slavchevska, 2016) debido a que el alza de la participación de las mujeres en el campo ha sido impresionante en las últimas décadas: en el Norte de África alcanzó 43% y en Medio Oriente legó a 48% en 2010.

Es posible que la participación económica de las féminas rurales haya sido medida con más exactitud en los estudios realizados últimamente y por eso se reflejen tales incrementos. Sin embargo, también hay información sobre “una tendencia dominante hacia un número relativamente mayor de habitantes rurales de sexo femenino” en México y gran parte de Centroamérica (FAO, 2004), por lo que sí podría ser coherente concluir que la participación económica de las mujeres en trabajos rurales ha aumentado debido a que la cantidad de féminas viviendo y asumiendo el trabajo en el campo es cada vez más numerosa. Para apoyar esta hipótesis, vale la pena tener en cuenta, por ejemplo, que para diciembre de 2015, en Ecuador, 213.731 unidades agrícolas estaban en manos de mujeres productoras (Redacción Economía, El Telégrafo); que “las mujeres rurales de Latinoamérica y el Caribe producen el 45 % de los alimentos que se consumen en los hogares”, incluyendo granos y hortalizas de la canasta básica (Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia 2015); y que en 2018, en Estados Unidos, 31% de la fuerza agrícola está compuesta por mujeres (El Agricultor Primero). Ahora, ¿es posible imaginar un sector rural productivo económicamente sin la participación femenina? Sería egoísta o sesgado hacerlo.

REFERENCIAS


Castaño, Teresa (2015). Las mujeres rurales y la agricultura familiar. República de Colombia, Ministerio de Salud y Protección Social, Comisión Intersectorial de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Consulta 14/11/2018

Davis, Benjamin (2004). Alimentación, Agricultura y Desarrollo Agrícola - Alimentación, Agricultura y Desarrollo Rural - Temas Actuales y Emergentes para el Análisis Económico y la Investigación de Políticas. Volumen I: América Latina y El Caribe. Departamento Económico y Social, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Roma. Consulta 14/11/2018

El Agricultor Primero (2018). Mujeres agricultoras: Una fuerza invisible. Consulta 14/11/2018  

Redacción Economía (2015). Mujeres, la base de la economía rural. Diario EL TELÉGRAFO. Consulta 14/11/2018

Slavchevska, Vanya (2016). What is the impact of rural transformations on women farmers? The World Bank Let´s Talk about Development. Consulta 14/11/2018

La Mujer Rural es Esencial

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November 30, 2018

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Foto de Kyle Ellefson en Unsplash

Diariamente, las mujeres demostramos nuestras fortalezas de muchas maneras. Nos destacamos en todos los ámbitos en los que decidimos participar, aunque no recibamos reconocimiento a menos que lleguemos al nivel de la Madre Teresa de Calcuta o de Hillary Clinton. Comúnmente, la mayoría de los hogares no funciona sin una mujer/madre que nos organice la vida, si bien esa destreza pasa desapercibida cuando se habla de una familia feliz; las universidades logran destacarse muchas veces gracias a sus estudiantes femeninas, no obstante, solo se mencionan los resultados de las investigaciones académicas para darle estatus a una institución; los equipos profesionales suelen ser más productivos al contar con féminas, pero solo se resalta el trabajo conjunto o al líder para valorar la productividad grupal; la iglesia católica extiende la mayor parte de su colaboración humanitaria a través de órdenes de monjas a las que se les ha ignorado por completo, porque sin duda es más mediático señalar la culpa de los  sacerdotes violadores; los cimientos de la infancia, y por ende el éxito de la adultez, están determinados por la labor de l@s educador@s, que en su mayoría son maestras, pero se le atribuyen todos los logros o fracasos al carácter de cada individuo o a las circunstancias sociales en las que le tocó desenvolverse. Casi nadie reflexiona: “su maestra del preescolar debe haber sido muy buena”, o “esas monjas marcan una diferencia significativa en la vida de las familias en situación precaria”, o “esa mujer concilia las diferencias entre los miembros del equipo”, o “la mayoría de l@s estudiantes universitari@s son mujeres”, o “la fuente de armonía de esa familia es la madre”.

En las ciudades, el estigma de debilidad que caía sobre la mujer con tanto peso hace algunos años ha ido disminuyendo su alcance. Cada vez es más común ver con normalidad a mujeres ejerciendo oficios o actividades que se creían exclusivos del género masculino, como conductoras de transporte público, gerentes de empresas, científicas, policías, etc. Así, la importancia fundamental de la participación femenina en la economía urbana se hace todos los días más explícita. Luego, ¿sabemos cómo es la situación de las mujeres en el área rural? El campo se ha conceptualizado tradicionalmente como un ambiente viril, de trabajo pesado para el que las aptitudes masculinas representan una ventaja. Quizás una mirada más detallista revele la gran relevancia que también tienen las mujeres en dicho contexto. Una importancia tan esencial como la que tenemos en las ciudades, ¿o es que es posible imaginar una ciudad productiva económicamente sin la participación femenina?

El su boletín 001 de 2015, el Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia informa que casi el 50% de la población rural está conformada por mujeres (47,14 %), de las cuales 92,57 % tiene afiliación al sistema de seguridad social. Ya en porcentaje empieza a avizorarse el papel de la mujer rural, pues sería imposible pensar que toda la producción económica de esta área clave para la soberanía alimentaria del país estuviera exclusivamente en manos del 50% masculino. ¿A qué se dedica el 47,14% de la población rural colombiana? Hay bastante variedad en sus actividades: turismo, comercio, industria, sector agrícola, agricultura, crianza de animales, producción para el autoconsumo, uso y mantenimiento de tecnologías, manejo de semillas, ganadería, pesca, labranza, siembra, cosecha, transformación y comercialización de productos agropecuarios, venta de productos a pequeña escala, labores domésticas, cuidado de niñ@s y ancian@s, lavado de ropa, recolección de leña, de agua, todo el proceso de la producción y preparación de alimentos,  venta y distribución de productos artesanales, tareas del hogar, actividades comunitarias, etc.

Frente a ese abanico de actividades ejercidas por las féminas, a nivel global empieza a quedar de lado la imagen de la ruralidad masculina. En 2004, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la agricultura (FAO) informó que, en América Latina y el Caribe, la participación de la mujer en la fuerza laboral rural había aumentado significativamente entre 1980 y 2000, al alcanzar más de 30% o 50% en muchos países. Durante ese mismo período, la participación de las mujeres en la población económicamente activa (PEA) rural se duplicó en Argentina, Chile, Ecuador, Honduras y Guatemala. Incluso, se ha llegado a proyectar la feminización de la agricultura (Slavchevska, 2016) debido a que el alza de la participación de las mujeres en el campo ha sido impresionante en las últimas décadas: en el Norte de África alcanzó 43% y en Medio Oriente legó a 48% en 2010.

Es posible que la participación económica de las féminas rurales haya sido medida con más exactitud en los estudios realizados últimamente y por eso se reflejen tales incrementos. Sin embargo, también hay información sobre “una tendencia dominante hacia un número relativamente mayor de habitantes rurales de sexo femenino” en México y gran parte de Centroamérica (FAO, 2004), por lo que sí podría ser coherente concluir que la participación económica de las mujeres en trabajos rurales ha aumentado debido a que la cantidad de féminas viviendo y asumiendo el trabajo en el campo es cada vez más numerosa. Para apoyar esta hipótesis, vale la pena tener en cuenta, por ejemplo, que para diciembre de 2015, en Ecuador, 213.731 unidades agrícolas estaban en manos de mujeres productoras (Redacción Economía, El Telégrafo); que “las mujeres rurales de Latinoamérica y el Caribe producen el 45 % de los alimentos que se consumen en los hogares”, incluyendo granos y hortalizas de la canasta básica (Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia 2015); y que en 2018, en Estados Unidos, 31% de la fuerza agrícola está compuesta por mujeres (El Agricultor Primero). Ahora, ¿es posible imaginar un sector rural productivo económicamente sin la participación femenina? Sería egoísta o sesgado hacerlo.

REFERENCIAS


Castaño, Teresa (2015). Las mujeres rurales y la agricultura familiar. República de Colombia, Ministerio de Salud y Protección Social, Comisión Intersectorial de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Consulta 14/11/2018

Davis, Benjamin (2004). Alimentación, Agricultura y Desarrollo Agrícola - Alimentación, Agricultura y Desarrollo Rural - Temas Actuales y Emergentes para el Análisis Económico y la Investigación de Políticas. Volumen I: América Latina y El Caribe. Departamento Económico y Social, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Roma. Consulta 14/11/2018

El Agricultor Primero (2018). Mujeres agricultoras: Una fuerza invisible. Consulta 14/11/2018  

Redacción Economía (2015). Mujeres, la base de la economía rural. Diario EL TELÉGRAFO. Consulta 14/11/2018

Slavchevska, Vanya (2016). What is the impact of rural transformations on women farmers? The World Bank Let´s Talk about Development. Consulta 14/11/2018

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