LO SIMPLE Y COMPLEJO EN EL LENGUAJE

November 29, 2021
Columna
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Foto de Jelleke Vanooteghem


Hace unos días compartí en las redes una imagen alusiva al lenguaje incluyente, una crítica directa a la RAE y sus directrices. Sin embargo, como era de esperarse, hubo reacciones a favor y en contra, finalmente a eso es a lo que nos han expuesto las redes. Por su parte, quienes se manifestaron en contra, lo hicieron no con argumentos, sino ridiculizando la apuesta de muchos y muchas por la igualdad.

Estas discusiones ponen en evidencia lo que aún falta para llegar a la igualdad, se piensa en que a principios de este siglo la “equidad” entre hombres y mujeres ya es un hecho, que las luchas feministas ya dieron frutos, que ya hay mujeres en el parlamento de los países del primer mundo, que hay mujeres presidentas, que ya podemos trabajar en igualdad de condiciones.


Sin embargo este tipo de discusiones ponen en evidencia lo contrario, la igualdad de genero dista mucho de ser una realidad, ya que en el lenguaje, en el vocabulario cotidiano, se evidencia, de manera muy sutil, la trasmisión  de modelos culturales alrededor del género.


Y es que el lenguaje es tan etéreo y aparentemente simple, que no se percibe la influencia que ejerce sobre la construcción de preceptos, creencias, formas de ser nos atraviesa en nuestro devenir social, inequívocamente se convierte en el referente de lo colectivo, con el peligro de convertirse en la “historia única”.


Tal y como lo dice Chimamanda Ngozi, el peligro de la historia única es que nos pone en lugares en donde no podemos reconocer nuestra humanidad, ni eso que nos pone en lugares comunes, sino que re-marca nuestras diferencias, a tal punto de convertirlas en privilegios para quienes tiene el poder de la historia.


Allí es donde cobra importancia el lenguajes, finalmente es a través de él que se cuenta la historia. A pesar de que algunos afirmen lo contrario, el simple hecho de no nombrarnos en un auditorio de manera igual, desconoce nuestra existencia, y tal y como lo dice Ngozi, “priva a las personas de su dignidad”. Más aún cuando a las palabras se les asignan significados (no siempre avalados por la RAE) que encierran imaginarios a veces halagadores y otra veces ofensivos.


Cuando por ejemplo, se menciona la tan ultrajada palabra “perra” inmediatamente se nos viene a la cabeza una mujer, que por no decir mas, ejerce su sexualidad de manera libre. Por el contrario, la palabra “perro” de forma inmediata y sin contexto, se asocia a una animal casero, cuadrúpedo, “el mejor amigo del hombre” (aún no estoy muy segura si también de la mujer). La palabra “puta”, también es usada a la ligera para referirse, o bien a una mujer  que ejerce una actividad sexual paga, o para insultar a una mujer, independientemente de la actividad económica que desempeñe.


Ejemplos como estos existen muchos más, y a pesar de lo simples que puedan sonar, en el fondo siguen siendo ejemplo de una cultura que no se detiene a pensar en la necesidad de transformar desde la cotidianidad, desde lo simple, a partir de cómo nos pensamos desde la otredad, en la forma en que nos leemos y nos percibimos, expresado todo ello en el lenguaje.  


El todos y todas fue un debate que en Colombia, y especialmente en Bogotá, se dio a propósito de un decreto de la ciudad en el cual establece que todas las entidades del distrito debían utilizar el lenguaje incluyente (Acuerdo 381). Y como era de esperarse hubo sectores que usaron los medios de comunicaciones y las redes para darle un tinte simplista y ridículo, a una exigencia natural si de transformar estructuras estamos hablando.


Es mucho mas simplista y preocupante la respuesta de la RAE, al concluir que el todos incluye tanto a hombres como a mujeres, que el lenguaje debe simplificar y facilitar la comunicación. Y en esta era de la tecnología nos enfrentamos, casi de manera fatalista, a la desaparición de una comunicación y de una narrativa elocuente, transformadora, diversa, rica, precisa, en la medida en que no nos nombremos desde la diversidad.


“Lo que no se nombra, no existe” decía George Steiner, y bien que es cierto, nombrarnos hace que nos reconozcamos, que veamos nuestra esencia, que contemos nuestras historias. Pretender o creer sin cuestionamiento alguno e ingenuamente, que lo neutro es lo masculino y que ello engloba al resto, es desconocer la infinidad de relatos (individuales y colectivos) que nos construyen.


Pero más allá de eso, y volviendo a lo que nos interesa, no nombrarnos, permite que la cultura androcéntrica se enquiste cada vez mas en el inconsciente, y aun peor, que sigamos construyendo sociedades desde la homogeneidad, transformada al final en desigualdad de condiciones. El lenguaje se ha convertido en una herramienta más a través de la cual, se ha naturalizado la discriminación y la desigualdad que históricamente ha existido entre mujeres y hombres, las cuales tienen su origen en los roles y estereotipos de género que limitan y encasillan a las personas partiendo de sus diferencias sexuales y biológicas.


La pureza, definida por la RAE como cualidad de puro, virginidad, doncellez; ha sido la excusa de gobiernos en el mundo para violentar a las mujeres, para ponerles una burka, para realizarles mutilaciones genitales, para casarlas a temprana edad, para no ser tenidas en cuenta, en una posición de subordinación frente a los hombres; su pureza, su virginidad es lo más “preciado”, sus cuerpos no son de ellas son del Estado.


La mujeres cargamos con esa palabra, saturada tanto de sentidos negativos como positivos, así como cargamos con la palabra cuidar definida como asistir, guardar, conservar. Cuidar a un enfermo, la casa, la ropa. Así lo describe la RAE, y de inmediato la imagen que se viene a la cabeza es de una mujer, de una madre, de una abuela o de una niña. El rol del cuidado es uno de los pesos más difícil de quitar, no ven como cuidadoras en esencia y en potencia, afectando nuestras aspiraciones como profesionales, gobernantes ,y artistas.


Las palabras y el lenguaje pesan tanto para la transformación, construcción o destrucción de sociedades, como las políticas gubernamentales, y es necesario que comencemos a pensar en ello de manera compleja, no descartar su poder por la simpleza que creemos encarna.


La apuesta del feminismo en el lenguaje no es únicamente el uso del “todos” y “todas”, es la lucha por reconocer la diversidad y nombrarla, definirnos como diferentes y como humanos. Es la apuesta por la transformación de sociedades que relaten LAS REALIDADES, no la verdad que quieren que escuchemos quienes tienen el poder, no la historia única.


LO SIMPLE Y COMPLEJO EN EL LENGUAJE

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December 15, 2018

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Hace unos días compartí en las redes una imagen alusiva al lenguaje incluyente, una crítica directa a la RAE y sus directrices. Sin embargo, como era de esperarse, hubo reacciones a favor y en contra, finalmente a eso es a lo que nos han expuesto las redes. Por su parte, quienes se manifestaron en contra, lo hicieron no con argumentos, sino ridiculizando la apuesta de muchos y muchas por la igualdad.

Estas discusiones ponen en evidencia lo que aún falta para llegar a la igualdad, se piensa en que a principios de este siglo la “equidad” entre hombres y mujeres ya es un hecho, que las luchas feministas ya dieron frutos, que ya hay mujeres en el parlamento de los países del primer mundo, que hay mujeres presidentas, que ya podemos trabajar en igualdad de condiciones.


Sin embargo este tipo de discusiones ponen en evidencia lo contrario, la igualdad de genero dista mucho de ser una realidad, ya que en el lenguaje, en el vocabulario cotidiano, se evidencia, de manera muy sutil, la trasmisión  de modelos culturales alrededor del género.


Y es que el lenguaje es tan etéreo y aparentemente simple, que no se percibe la influencia que ejerce sobre la construcción de preceptos, creencias, formas de ser nos atraviesa en nuestro devenir social, inequívocamente se convierte en el referente de lo colectivo, con el peligro de convertirse en la “historia única”.


Tal y como lo dice Chimamanda Ngozi, el peligro de la historia única es que nos pone en lugares en donde no podemos reconocer nuestra humanidad, ni eso que nos pone en lugares comunes, sino que re-marca nuestras diferencias, a tal punto de convertirlas en privilegios para quienes tiene el poder de la historia.


Allí es donde cobra importancia el lenguajes, finalmente es a través de él que se cuenta la historia. A pesar de que algunos afirmen lo contrario, el simple hecho de no nombrarnos en un auditorio de manera igual, desconoce nuestra existencia, y tal y como lo dice Ngozi, “priva a las personas de su dignidad”. Más aún cuando a las palabras se les asignan significados (no siempre avalados por la RAE) que encierran imaginarios a veces halagadores y otra veces ofensivos.


Cuando por ejemplo, se menciona la tan ultrajada palabra “perra” inmediatamente se nos viene a la cabeza una mujer, que por no decir mas, ejerce su sexualidad de manera libre. Por el contrario, la palabra “perro” de forma inmediata y sin contexto, se asocia a una animal casero, cuadrúpedo, “el mejor amigo del hombre” (aún no estoy muy segura si también de la mujer). La palabra “puta”, también es usada a la ligera para referirse, o bien a una mujer  que ejerce una actividad sexual paga, o para insultar a una mujer, independientemente de la actividad económica que desempeñe.


Ejemplos como estos existen muchos más, y a pesar de lo simples que puedan sonar, en el fondo siguen siendo ejemplo de una cultura que no se detiene a pensar en la necesidad de transformar desde la cotidianidad, desde lo simple, a partir de cómo nos pensamos desde la otredad, en la forma en que nos leemos y nos percibimos, expresado todo ello en el lenguaje.  


El todos y todas fue un debate que en Colombia, y especialmente en Bogotá, se dio a propósito de un decreto de la ciudad en el cual establece que todas las entidades del distrito debían utilizar el lenguaje incluyente (Acuerdo 381). Y como era de esperarse hubo sectores que usaron los medios de comunicaciones y las redes para darle un tinte simplista y ridículo, a una exigencia natural si de transformar estructuras estamos hablando.


Es mucho mas simplista y preocupante la respuesta de la RAE, al concluir que el todos incluye tanto a hombres como a mujeres, que el lenguaje debe simplificar y facilitar la comunicación. Y en esta era de la tecnología nos enfrentamos, casi de manera fatalista, a la desaparición de una comunicación y de una narrativa elocuente, transformadora, diversa, rica, precisa, en la medida en que no nos nombremos desde la diversidad.


“Lo que no se nombra, no existe” decía George Steiner, y bien que es cierto, nombrarnos hace que nos reconozcamos, que veamos nuestra esencia, que contemos nuestras historias. Pretender o creer sin cuestionamiento alguno e ingenuamente, que lo neutro es lo masculino y que ello engloba al resto, es desconocer la infinidad de relatos (individuales y colectivos) que nos construyen.


Pero más allá de eso, y volviendo a lo que nos interesa, no nombrarnos, permite que la cultura androcéntrica se enquiste cada vez mas en el inconsciente, y aun peor, que sigamos construyendo sociedades desde la homogeneidad, transformada al final en desigualdad de condiciones. El lenguaje se ha convertido en una herramienta más a través de la cual, se ha naturalizado la discriminación y la desigualdad que históricamente ha existido entre mujeres y hombres, las cuales tienen su origen en los roles y estereotipos de género que limitan y encasillan a las personas partiendo de sus diferencias sexuales y biológicas.


La pureza, definida por la RAE como cualidad de puro, virginidad, doncellez; ha sido la excusa de gobiernos en el mundo para violentar a las mujeres, para ponerles una burka, para realizarles mutilaciones genitales, para casarlas a temprana edad, para no ser tenidas en cuenta, en una posición de subordinación frente a los hombres; su pureza, su virginidad es lo más “preciado”, sus cuerpos no son de ellas son del Estado.


La mujeres cargamos con esa palabra, saturada tanto de sentidos negativos como positivos, así como cargamos con la palabra cuidar definida como asistir, guardar, conservar. Cuidar a un enfermo, la casa, la ropa. Así lo describe la RAE, y de inmediato la imagen que se viene a la cabeza es de una mujer, de una madre, de una abuela o de una niña. El rol del cuidado es uno de los pesos más difícil de quitar, no ven como cuidadoras en esencia y en potencia, afectando nuestras aspiraciones como profesionales, gobernantes ,y artistas.


Las palabras y el lenguaje pesan tanto para la transformación, construcción o destrucción de sociedades, como las políticas gubernamentales, y es necesario que comencemos a pensar en ello de manera compleja, no descartar su poder por la simpleza que creemos encarna.


La apuesta del feminismo en el lenguaje no es únicamente el uso del “todos” y “todas”, es la lucha por reconocer la diversidad y nombrarla, definirnos como diferentes y como humanos. Es la apuesta por la transformación de sociedades que relaten LAS REALIDADES, no la verdad que quieren que escuchemos quienes tienen el poder, no la historia única.


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